Una historia real

La historia es real, pero los nombres no lo son. Hace muchos años, yo daba catequesis en una escuela a niños de nueve años. Un día, uno de ellos, Lucas, se me acercó y me dijo que Marquitos lo estaba molestando. Me llamó la atención porque Marquitos no era de molestar, por lo menos no solían acusarlo de esto, y parecía ser muy buen compañero. Pero, al mismo tiempo, Lucas no acostumbraba a traer quejas de sus compañeros. Marcos vino inmediatamente cuando lo llamé, con actitud de no saber para qué. —¿Necesitas algo, quieres que lleve el registro? –me preguntó. —No, te llamo porque Lucas dice que lo estás molestando. —¿Yo... a Lucas?, no le hice nada –contestó. La respuesta me sonó totalmente sincera y su tono de asombro auténtico. Entonces, llamé a Lucas y le pregunté qué era lo que le molestaba. —Me molesta que me pregunte por mi mamá, sabe que no tengo mamá. La respuesta me resultó extraña. Yo conocía a su mamá. Venía a buscarlo, era muy cariñosa, atenta de lo que le pasaba a su hijo, no faltaba a las reuniones de padres, nos había acompañado a varias salidas... —¿Cómo que no tienes mamá? Si yo la conozco... Y, antes de que pudiera terminar la frase, me interrumpió: —Soy adoptado –dijo con voz fuerte. El resto de los compañeros hizo silencio y nos miraron. Esperaban una respuesta de mi parte. —¿Y eso qué tiene que ver? –le pregunté. —¡Que yo no tengo mamá! Me salió del corazón contestarle: —¡Sí tienes mamá! Tu mamá es Marta, tu papá Francisco y tu hermanito Manuel. Tu abuela, esa señora que a veces te viene a buscar que siempre usa sombrero, y tu abuelo, el señor que vino a contar cuentos a la escuela el día de la feria del libro. Estoy segura de que tienes más familia, pero yo no la conozco. —Sí tengo más abuelos, un montón de primos, tías que me llevan de vacaciones, y hasta una bisabuela que me teje miles de bufandas. —Bueno, ves, esa es tu familia. Diferente a la de Marcos, diferente a la mía y a la del resto de tus compañeros. La familia son los que te aman, los que te cuidan, los que se preocupan por ti, los que te ayudan... Lucas se fue a seguir trabajando en el cuaderno, y yo guardé para siempre ese momento en mi corazón. Lo más bonito fue que dos años más tarde, cuando Lucas estaba en sexto grado, un día que estábamos rezando, levantó la mano y dijo: —Yo quiero agradecer por la señora que me tuvo. No sé por qué me dejó, pero yo ahora tengo una familia en la cual soy feliz.

No hay un solo tipo de familia. La única verdadera es la que está basada en el amor. El amor es algo que cuidamos y hacemos crecer entre todos. Hoy celebramos la Sagrada Familia, la de Jesús. También celebramos la familia de cada uno y pedimos que exista la unión, el amor y la preocupación por el otro. Pedimos especialmente para que todos los niños y las niñas tengan un hogar en donde sean queridos, respetados y puedan crecer en sabiduría y libertad.

Mensaje de Navidad Urbi et Orbi 2017 del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, feliz Navidad:

Jesús nació de María Virgen en Belén. No nació por voluntad humana, sino por el don de amor de Dios Padre, que «tanto amó al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).

Este acontecimiento se renueva hoy en la Iglesia, peregrina en el tiempo: en la liturgia de la Navidad, la fe del pueblo cristiano revive el misterio de Dios que viene, que toma nuestra carne mortal, que se hace pequeño y pobre para salvarnos. Y esto nos llena de emoción, porque la ternura de nuestro Padre es inmensa.

Los primeros que vieron la humilde gloria del Salvador, después de María y José, fueron los pastores de Belén. Reconocieron la señal que los ángeles les habían dado y adoraron al Niño. Esos hombres humildes pero vigilantes son un ejemplo para los creyentes de todos los tiempos, los cuales, frente al misterio de Jesús, no se escandalizan por su pobreza, sino que, como María, confían en la palabra de Dios y contemplan su gloria con mirada sencilla. Ante el misterio del Verbo hecho carne, los cristianos de todas partes confiesan, con las palabras del evangelista Juan: «Hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (1,14).

Por esta razón, mientras el mundo se ve azotado por vientos de guerra y un modelo de desarrollo ya caduco sigue provocando degradación humana, social y ambiental, la Navidad nos invita a recordar la señal del Niño y a que lo reconozcamos en los rostros de los niños, especialmente de aquellos para los que, como Jesús, «no hay sitio en la posada» (Lc 2,7).

Vemos a Jesús en los niños de Oriente Medio, que siguen sufriendo por el aumento de las tensiones entre israelíes y palestinos. En este día de fiesta, invoquemos al Señor pidiendo la paz para Jerusalén y para toda la Tierra Santa; recemos para que entre las partes implicadas prevalezca la voluntad de reanudar el diálogo y se pueda finalmente alcanzar una solución negociada, que permita la coexistencia pacífica de dos Estados dentro de unas fronteras acordadas entre ellos y reconocidas a nivel internacional. Que el Señor sostenga también el esfuerzo de todos aquellos miembros de la Comunidad internacional que, movidos de buena voluntad, desean ayudar a esa tierra martirizada a encontrar, a pesar de los graves obstáculos, la armonía, la justicia y la seguridad que anhelan desde hace tanto tiempo.

Vemos a Jesús en los rostros de los niños sirios, marcados aún por la guerra que ha ensangrentado ese país en estos años. Que la amada Siria pueda finalmente volver a encontrar el respeto por la dignidad de cada persona, mediante el compromiso unánime de reconstruir el tejido social con independencia de la etnia o religión a la que se pertenezca. Vemos a Jesús en los niños de Irak, que todavía sigue herido y dividido por las hostilidades que lo han golpeado en los últimos quince años, y en los niños de Yemen, donde existe un conflicto en gran parte olvidado, con graves consecuencias humanitarias para la población que padece el hambre y la propagación de enfermedades.

Vemos a Jesús en los niños de África, especialmente en los que sufren en Sudán del Sur, en Somalia, en Burundi, en la República Democrática del Congo, en la República Centroafricana y en Nigeria.

Vemos a Jesús en todos los niños de aquellas zonas del mundo donde la paz y la seguridad se ven amenazadas por el peligro de las tensiones y de los nuevos conflictos. Recemos para que en la península coreana se superen los antagonismos y aumente la confianza mutua por el bien de todo el mundo. Confiamos Venezuela al Niño Jesús para que se pueda retomar un diálogo sereno entre los diversos componentes sociales por el bien de todo el querido pueblo venezolano. Vemos a Jesús en los niños que, junto con sus familias, sufren la violencia del conflicto en Ucrania, y sus graves repercusiones humanitarias, y recemos para que, cuanto antes, el Señor conceda la paz a ese querido país.

Vemos a Jesús en los niños cuyos padres no tienen trabajo y con gran esfuerzo intentan ofrecer a sus hijos un futuro seguro y pacífico. Y en aquellos cuya infancia fue robada, obligados a trabajar desde una edad temprana o alistados como soldados mercenarios sin escrúpulos.

Vemos a Jesús en tantos niños obligados a abandonar sus países, a viajar solos en condiciones inhumanas, siendo fácil presa para los traficantes de personas. En sus ojos vemos el drama de tantos emigrantes forzosos que arriesgan incluso sus vidas para emprender viajes agotadores que muchas veces terminan en una tragedia. Veo a Jesús en los niños que he encontrado durante mi último viaje a Myanmar y Bangladesh, y espero que la comunidad internacional no deje de trabajar para que se tutele adecuadamente la dignidad de las minorías que habitan en la Región. Jesús conoce bien el dolor de no ser acogido y la dificultad de no tener un lugar donde reclinar la cabeza. Que nuestros corazones no estén cerrados como las casas de Belén.

Queridos hermanos y hermanas: también a nosotros se nos ha dado una señal de Navidad: «Un niño envuelto en pañales...» (Lc 2,12). Como la Virgen María y san José, y los pastores de Belén, acojamos en el Niño Jesús el amor de Dios hecho hombre por nosotros, y esforcémonos, con su gracia, para hacer que nuestro mundo sea más humano, más digno de los niños de hoy y de mañana.

A vosotros queridos hermanos y hermanas, llegados a esta plaza de todas las partes del mundo, y a cuantos os unís desde diversos países por medio de la radio, la televisión y otros medios de comunicación, os dirijo mi cordial felicitación.

Que el nacimiento de Cristo Salvador renueve los corazones, suscite el deseo de construir un futuro más fraterno y solidario, y traiga a todos alegría y esperanza.

Feliz Navidad.

Evangelio del Domingo, 25 de diciembre de 2017

Lectura del santo evangelio según san Juan (1,1-18):

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo:

«Éste es de quien dije:

"El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."»

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Evangelio del Domingo, 24 de diciembre de 2017

No suele suceder que, al comentar el evangelio de este domingo, se pueda decir: “Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad”. Efectivamente esta noche, vayamos o no a la Misa de Gallo, todos estaremos reunidos a la mesa porque es Nochebuena. Y todos nos felicitaremos con este sencillo y emotivo saludo: “Feliz Navidad”. Ahora, cuando los vientos contaminados de la historia tratan de manchar las aguas cristalinas de este inefable misterio, quizás no esté de más recordar que Navidad es lo que aprendimos de nuestros padres, de nuestros sacerdotes, de nuestros vecinos de toda la vida: Navidad es el Nacimiento de Dios hecho hombre para salvarnos del pecado y de la muerte eterna.

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El lugar de Jesús

A Tomi, el más pequeño de mis nietos le gustaba quedarse a dormir en casa, especialmente, los viernes, porque Melisa, la abuela, le hacía milanesas con patatas fritas y, por la mañana, como era sábado y no tenía que ir al colegio, le llevaba un rico desayuno a la cama. Chocolate caliente con galletitas para él –si se despertaba después de las ocho, con churros o con facturas que yo iba a comprar a la panadería de mi barrio, que abría algo tarde porque los dueños, los sábados, descansaban una horita más– y té con bizcochitos para ella. Aunque se hubieran terminado las clases, Tomi seguía con esa costumbre. Yo me tomaba un café con leche en la cocina y, desde ahí, los escuchaba hablar y reír. De vez en cuando, Melisa me acercaba un té y me invitaba para que fuera con ellos. Sin embargo, a mí me encantaba escucharlos mientras ordenaba las cosas de magia, algo que hacía todos los sábados a la mañana. Hacía casi treinta años que no me metía de lleno en este arte maravilloso.

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Parroquia Sagrada Familia