Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Cuando llega el verano y nos emos envueltos, casi sin damos cuenta, en un ambiente vacacional, pienso que es una buena ocasión para recordar y comprender el sentido de la llamada «cultura del encuentro», a la que nos invita repetidamente el Papa Francisco y que él mismo intenta practicar de modos tan diversos. La Iglesia en general, y cada cristiano en particular, deben contribuir a crear esa cultura del encuentro, tan necesaria en un mundo cargado de incomprensiones y tensiones. Y el verano, dice precisamente el Santo Padre en una de sus homilías, que da a muchas personas la oportunidad de descansar, es también un tiempo favorable para cuidar las relaciones humanas; estamos acostumbrados a una cultura de la indiferencia y tenemos que trabajar y pedir la gracia de realizar una cultura del encuentro.
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El mismo sembrador. La misma semilla. El mismo método de siembra. Todo igual. Sin embargo, la cosecha fue muy desigual. Una parte de la semilla quedó baldía desde el primer momento. Otra, nació y creció enseguida, pero se secó con la misma rapidez. Otra, pese a su fuerza originaria, terminó siendo anulada por lamaleza. Pero no todo fueron fracasos. Pues parte de la semilla produjo tanto fruto que se multiplicó por treinta, por sesenta y hasta por ciento. ¿Qué había ocurrido? Algo tan simple como la variedad de la tierra. Eso es lo que nos enseña el evangelio de este domingo. Un evangelio en el que Jesucristo hace balance de su predicación. Porque "el sembrador que salió a sembrar" era él.
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Luego de conocer la casa de Arroyo Corto y ver el tamaño de las habitaciones, los chicos pensaron que no era necesario deshacerse de los juguetes que habían acumulado a lo largo de los años. Quizás, al principio los deberían dejar en las cajas, hasta que pusieran estantes; la casa era inmensa, especialmente si la comparaban con el apartamento de dos dormitorios en la Ciudad. Los padres pensaban que muchos de esos juguetes ya no los usaban y que hubiera sido una buena oportunidad de dejarlos o regalarlos. Sin embargo no quisieron presionarlos; eran muchos los cambios que iban a tener. También fue difícil dejar ropa. Aunque les quedara pequeña, no querían deshacerse de nada.
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Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Durante el tiempo que llevo entre vosotros, particularmente cuando visito los pueblos pequeños, hay algo que me comentáis y compruebo que se vive con especial alegría: es el acontecimiento, cuando sucede, de la celebración de alguna boda en la Iglesia parroquial. Qué duda cabe que en estos lugares, donde parece que el tiempo se detiene y la población va envejeciendo, estas celebraciones, que son más frecuentes en los meses de primavera y verano, son un especial motivo de gozo; porque son, para ellos y para todos nosotros, un signo de vida, de crecimiento, de renovación, y de esperanza. Así lo vive también la Iglesia. Sin ignorar las dificultades por las que atraviesa la institución familiar, y sin detenerse tampoco en esquemas del pasado, debemos afianzarnos en la propuesta específica que desde el Evangelio queremos ofrecer a la sociedad y al mundo actual. Ésta no es otra que comunicar la fecundidad que la alegría y el amor del matrimonio cristiano pueden aportar, como célula viva y generadora de nueva humanidad.
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