Evangelio del domingo, 6 de enero de 2022

El evangelio de hoy narra como Pedro confía en el Señor y tira las redes obteniendo una pesca milagrosa, tras una noche de trabajo en vano. La fe es un encuentro con Jesús y me gusta pensar que Jesús pasaba la mayor parte de su tiempo en las calles, con la gente, y al anochecer se retiraba solo a rezar.

El evangelio usa la misma palabra sobre esta gente, sobre el pueblo, los apóstoles, y Pedro: se quedaron asombrados. Y el pueblo sentía este estupor y decía: Él habla con autoridad. Nunca un hombre ha hablado así.

En cambio entre los que encontraban a Jesús había otro grupo que no dejaba entrar en sus corazones al asombro. Los doctores de la Ley hacían sus cálculos, tomaban distancia y decían; 'es inteligente, dice cosas verdaderas, pero a nosotros no nos conviene'.

Los mismos demonios confesaban que Jesús era el 'Hijo de Dios', pero como los doctores de la Ley y los malos fariseos no tenían la capacidad de asombrarse, estaban cerrados en su autosuficiencia, en su soberbia. Pedro reconoce que Jesús es el Mesías, pero confiesa que es un pecador. Los demonios llegan a decir la verdad sobre él. Mientras que los doctores de la Ley si bien dicen es inteligente, es un rabino capaz, hace milagros, no dicen somos soberbios, somos autosuficientes, somos pecadores. La incapacidad de reconocerse pecadores nos aleja de la verdadera confesión de Jesucristo.

(Cf Homilía de S.S. Francisco, 3 de septiembre de 2015, en Santa Marta).

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Ningún profeta es bien recibido en su patria

Hoy, en este domingo cuarto del tiempo ordinario, la liturgia continúa presentándonos a Jesús hablando en la sinagoga de Nazaret. Empalma con el Evangelio del domingo pasado, en el que Jesús leía en la sinagoga la profecía de Isaías: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos (...)» (Lc 4,18-19). Jesús, al acabar la lectura, afirma sin tapujos que esta profecía se cumple en Él.

El Evangelio comenta que los de Nazaret se extrañaban que de sus labios salieran aquellas palabras de gracia. El hecho de que Jesús fuese bien conocido por los nazarenos, ya que había sido su vecino durante la infancia y juventud, no facilitaba su predisposición para aceptar que era un profeta. Recordemos la frase de Natanael: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46). Jesús les reprocha su incredulidad, recordando aquello: «Ningún profeta es bien recibido en su patria» (Lc 4,24). Y les pone el ejemplo de Elías y de Eliseo, que hicieron milagros para los forasteros, pero no para los conciudadanos.

Por lo demás, la reacción de los nazarenos fue violenta. Querían despeñarlo. ¡Cuántas veces pensamos que Dios tiene que realizar sus acciones salvadoras acoplándose a nuestros grandilocuentes criterios! Nos ofende que se valga de lo que nosotros consideramos poca cosa. Quisiéramos un Dios espectacular. Pero esto es propio del tentador, desde el pináculo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo» (Lc 4,9). Jesucristo se ha revelado como un Dios humilde: el Hijo del hombre «no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10,45). Imitémosle. No es necesario, para salvar a las almas, ser grande como san Javier. La humilde Teresa del Niño Jesús es su compañera, como patrona de las misiones.

La vida consagrada en vísperas de la fase final de la Asamblea Diocesana

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Este próximo sábado cinco de febrero comienza en nuestra Archidiócesis la fase final de la Asamblea diocesana con una Eucaristía que tendré el gusto de presidir a las diez de la mañana en nuestra catedral. Estáis todos invitados. Os ruego que nos sostengáis con vuestra oración continua en vuestras familias, parroquias y comunidades pidiendo la asistencia permanente del Espíritu Santo.

Como preludio a esta fase final, celebramos el próximo miércoles dos de febrero la jornada de la vida consagrada. «Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama». Detrás de este precioso pensamiento de san Agustín, siempre he visualizado a las personas consagradas, que se dejan cautivar por la mirada de Jesús para enamorarse eternamente del Amado.

A la luz del lema «Caminando juntos», la Iglesia celebra esta Jornada, coincidiendo con la fiesta de la Presentación del Señor. Un lema que supone hacer camino de manera inseparable y que inspira la razón de ser de nuestra Asamblea diocesana y que resuena en la fase del sínodo de los obispos que estamos celebrando en nuestra archidiócesis.

Los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada invitan, en su mensaje para esta celebración, a «volver la mirada al mismo Jesús» que «se proclamó camino, verdad y vida» (Jn 14, 6). En este sentido, haciendo alusión a unas palabras pronunciadas por el Papa emérito Benedicto XVI, recuerdan que «los consagrados son buscadores y testigos apasionados de Dios en el camino de la historia y en la entraña de la humanidad». Para la vida consagrada, escriben, «la invitación a caminar juntos supone hacerlo en cada una de las dimensiones fundamentales de la consagración, la escucha, la comunión y la misión».

Consagrarse para escuchar a Dios y para, en plena comunión, percibir cada uno de los sentires de la misión. Así late la vida consagrada que tanto bien hace a la Iglesia, y que la enriquece «con sus virtudes y carismas», hasta mostrar al mundo –como apuntan los obispos– el «testimonio alegre de la entrega radical al Señor».

Cuánta belleza encierra el caminar juntos en la consagración, en la escucha de la Palabra de Dios, en la comunión y en la misión. Un andar habitado, el de la vida consagrada, que es testimonio de alegría, de entrega, de gratitud, de lealtad y de amor. Sobre todo de amor. Un amor que se da sin descanso, en el silencio sonoro de la oración, y entre los trazos de un servicio donado a Dios y a todos los hermanos, particularmente a los más sufridos y necesitados.

En este sendero enarbolado de belleza podemos recordar las palabras del Papa Francisco, en 2014, a los consagrados, cuando confesó que están llamados a ser en la Iglesia y en el mundo «expertos en comunión, testigos y artífices de aquel proyecto de comunión que constituye la cima de la historia de la humanidad según Dios». Porque ellos, con su ejemplo, nos enseñan que la flaqueza que se da en la humildad «es la mayor fortaleza» (San Agustín, CS 92,6) y que el fruto que nace de sus manos solo se construye con amor. Porque han descubierto el mayor tesoro y se han dejado seducir por la mirada de Dios que les llama a un seguimiento cercano e incondicional.

La Virgen María, modelo de fecundidad y compromiso, ayuda a seguir las huellas de Cristo en este caminar juntos. Como lo hace la vida consagrada, sanando heridas, poniendo corazón y manos en la tarea, y rescatando a quienes perdieron la vista con la piel del barro herido.

Queridos hermanos y hermanas que constituís el hermoso tesoro de la vida consagrada en nuestra Iglesia diocesana: vosotros edificáis amorosamente el Cuerpo de Cristo. Asimismo, sois «testigos del Reino en medio del mundo», tal y como recalcan los obispos en su mensaje para esta Jornada. De esta manera, «soñando, rezando y participando juntos, contribuís decisivamente para que la Iglesia sinodal no sea un espejismo», sino «un verdadero sueño que pueda hacerse realidad». A vuestra oración nos encomendamos para que encontremos a Dios caminando con nosotros y podamos decir, como san Agustín, «por amor de tu amor, hago lo que hago» (Conf. 2, 1).

Con gran afecto, vuelvo a pedir vuestra oración para que el Señor colme de frutos de santidad y ardor evangelizador nuestra Asamblea diocesana.

Evangelio del domingo, 30 de enero de 2022

Hoy comienza el evangelio con la frase con la que terminaba el domingo anterior. Jesús ha ido a la sinagoga de Nazaret y comenta unas palabras que ha leído del profeta Isaías. El profeta hablaba de las maravillas que Dios haría en los tiempos mesiánicos con los enfermos, predicándose la bondad de Dios a los pobres. Jesús comenta: “Hoy se están realizando estas maravillas”. Seguramente que hablaría bastante de esto último: sobre la bondad de Dios que se derrama sobre todos, pero muy especialmente con los pobres y oprimidos. El era un instrumento de Dios.

El evangelio de hoy es para contarnos la reacción de la gente a las palabras de Jesús. Parece que al principio hay una buena reacción de la mayoría, admirados por las palabras de Jesús, llenas de gracia. Pero poco a poco viene la extrañeza, la envidia de algunos que no soportan que uno de los suyos les venga a dar lecciones, sobre todo cuando Jesús llegase a las conclusiones: de que todos debemos ser imitadores de la bondad de Dios, y especialmente en un sentido universalista. A la envidia siguió el odio y al odio las acciones violentas. La gente, como suele suceder muchas veces, como sucedería el Viernes Santo, sigue a los principales del pueblo en la violencia.

Dicen algunos que quizá san Lucas resume diversas visitas de Jesús a Nazaret. En una le admirarían entusiasmados, pero en otra dominarían los envidiosos hasta llegar a querer matar a Jesús. Otros dicen que no hubo un cambio tan grande de sentimientos, sino que, cuando dice el evangelista que “se admiraron” era en sentido peyorativo: es decir que se extrañaron, con cierto estupor, de que un paisano suyo, sin instrucción, hijo de José, que había sido un hombre sencillo, ahora no sólo interpretase a Isaías, sino que se tomase la libertad de cambiar en algo el mensaje. Esto es porque Jesús no leyó todo lo que el profeta decía, que añadía: “proclamar el desquite de nuestro Dios”. Estas últimas palabras acentuaban un sentimiento nacionalista e incitaban a los violentos a vengarse de los enemigos y de los extranjeros. Jesús conscientemente no habló de este sentimiento, sino que acentuó más la misericordia de Dios.

Como Jesús se vio atacado, se defendió acentuando la misericordia de Dios con algunos extranjeros, como aparecía en el Ant. Testamento. Así recordó la misericordia de Dios con una mujer libanesa y un general sirio. Este recuerdo hoy mismo en Israel sería como una bomba. Es lo que pasó con aquellos nazaretanos que, como la mayoría de los galileos, eran muy nacionalistas y fanáticos de su Dios, como si sólo fuese bueno para ellos y fuese extraño y hostil para los extranjeros. Al anunciar este año de gracia de parte de Dios para todos, los nazaretanos creían que Jesús fuese un traidor.
Esta frase: “¿No es éste hijo de José?”, es como una excusa para no seguir las palabras de Jesús. Nosotros también ponemos excusas a Dios, cuando nos habla por medio del papa y de algún buen predicador. Ponemos excusas pensando que es una persona como nosotros. Las buscamos con tal de no seguir la bondad del Señor.

También hoy se nos propone a Jesucristo como modelo a seguir. Dios quiere hablar a través de nosotros. Nos escoge para que seamos profetas, dando testimonio de la bondad de Dios con nuestras obras y a veces con nuestras palabras. Pero nos da miedo, nos dan ganas de dimitir para no complicarnos la vida. Esto le pasó al profeta Jeremías. Hoy leemos en la 1ª lectura cómo Dios le manda ir a predicar y le tiene que dar ánimo, como si tuviera que ir a una batalla. En realidad para predicar el Reino de Dios en este mundo, donde domina la comodidad, se necesita ser valiente.

También Jesús tuvo que ser valiente. No busca halagar a nadie, sino que descubre las actitudes falsas, para que triunfe siempre la verdad. Aquellos nazaretanos creían conocer a Jesús y cerraron su corazón a la palabra de Dios. Nosotros a veces cerramos nuestro corazón, porque nos dejamos llevar por prejuicios. Dios no tiene acepción de personas, sino que acepta al que hace el bien, sea de donde sea.

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Encarnemos la Palabra de Dios en nuestra vida

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, por tercer año consecutivo, celebramos el Domingo de la Palabra de Dios.

«Tras la conclusión del Jubileo extraordinario de la misericordia, pedí que se pensara en un domingo completamente dedicado a la Palabra de Dios, para comprender la riqueza inagotable que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo». Con estas palabras, el Papa Francisco instituyó este día para revivir el gesto del Resucitado «que abre para nosotros el tesoro de su Palabra» con el fin de que que podamos anunciar por todo el mundo esta inagotable riqueza.

La Palabra de Dios es alimento para la vida, no solo porque es luz en nuestro camino, sino también porque en ella inhalamos el aliento del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: que se hacen eco y caricia en nuestro corazón. La Palabra de Dios suscita la unidad, porque nos convierte en un solo pueblo que cree, espera y ama.

La Palabra de Dios es encuentro con la fidelidad del Padre. Es el abrazo de paz que colma nuestra fe de alegría, más aún en medio de la fragilidad, porque «el gozo del Señor es nuestra fuerza» (Ne 8, 8-10) cuando nos dejamos transformar por el sentido de sus palabras.

«¿Quién es capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases?», se preguntaba san Efrén en sus comentarios a la Sagrada Escritura. Porque, ciertamente, la Palabra atraviesa el alma si abrimos nuestro amor a su presencia. Así, dejándole espacio, reservándole un sitio exclusivo en el banquete de la vida, iremos descubriendo cómo Dios penetra cada rincón de nuestra oscuridad e ilumina nuestra vida con el ardor del Evangelio.

Hace tiempo, escuché al Papa Francisco decir que «la teología se hace de rodillas». Y esta manera de hacerse pequeño ante el Misterio me recuerda la forma en que hemos de acoger la Palabra: como lo hacen esas personas mayores que, estando cerca de la cruz, miran con delicadeza cada detalle del Cristo que posa sobre su cama, como lo hacen esos niños recién nacidos que miran por primera vez los ojos de su madre, como lo hacen esos enfermos que ven la luz del sol después de haber vivido un tiempo de dolor.

Abrirse al despertar de la Providencia y acercarse a la Palabra de Dios supone volver a casa con corazón de discípulo. Aunque a veces no seamos capaces de entender el precio incalculable del amor. «Jamás en cosa que no entendáis de la Escritura, ni de los misterios de nuestra fe, os detengáis más, ni os espantéis» (cf. Conceptos del amor de Dios 1,7), expresaba Santa Teresa de Jesús a sus monjas. Porque la suma de cada palabra de la Biblia revela el proyecto de Dios, la verdad y la razón última de nuestra existencia. La Palabra de Dios es viva y eficaz, «y más cortante que una espada de doble filo», llega a decir san Pablo en su Carta a los Hebreos (Hb 4,12-13).

Nos encomendamos a María de Nazaret, la Madre de la Palabra hecha carne y la Virgen de la escucha, para que Ella nos ayude a ser «dichosos», como quienes escuchan la Palabra de Dios y la cumplen. Fiándonos de Dios, como lo hizo Ella, experimentando cómo el Padre habla en soledad sonora y fecunda, nos convertiremos en fieles apóstoles del Amor. Encarnemos la Palabra de Dios en nuestra vida para que quienes vean nuestros actos, se acerquen al amor de Dios.

Con gran afecto, os deseo un feliz Domingo de la Palabra de Dios.

Parroquia Sagrada Familia