29 Mar

De 10:00 h. a 10:30 h. Avda. Reyes Católicos y Avda. del Cid.
De 10:30 h. a 11:00 h. Fco. Martínez Varea, Sda.Familia y Urb. Jerez
De 13:00 h.a 13:30 h. José María de la Puentey Jerez
De 13:30 h. a 14:00 h. Doña Berenguela y Padre Aramburu.
De 14:30 h. a 15:00h. San Francisco y Villarcayo.
De 15:00 h. a 15:30 h. Sedano y Federico Olmeda.
De 15:30 h. a 16:00 h. Avda. Cantabria y Fco. Sarmiento.
De 16:00 h. a 17:00 h. León XIII y voluntarios.

29 Mar

Adoración de la cruz.

30 Mar

Resurrección del Señor

Estad en vela (...) orando en todo tiempo para que (...) podáis estar en pie delante del Hijo del hombre»

Hoy, justo al comenzar un nuevo año litúrgico, hacemos el propósito de renovar nuestra ilusión y nuestra lucha personal con vista a la santidad, propia y de todos. Nos invita a ello la propia Iglesia, recordándonos en el Evangelio de hoy la necesidad de estar siempre preparados, siempre “enamorados” del Señor: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida» (Lc 21,34).

Pero notemos un detalle que es importante entre enamorados: esta actitud de alerta —de preparación— no puede ser intermitente, sino que ha de ser permanente. Por esto, nos dice el Señor: «Estad en vela, pues, orando en todo tiempo» (Lc 21,36). ¡En todo tiempo!: ésta es la justa medida del amor. La fidelidad no se hace a base de un “ahora sí, ahora no”. Es, por tanto, muy conveniente que nuestro ritmo de piedad y de formación espiritual sea un ritmo habitual (día a día y semana a semana). Ojalá que cada jornada de nuestra vida la vivamos con mentalidad de estrenarnos; ojalá que cada mañana —al despertarnos— logremos decir: —Hoy vuelvo a nacer (¡gracias, Dios mío!); hoy vuelvo a recibir el Bautismo; hoy vuelvo a hacer la Primera Comunión; hoy me vuelvo a casar... Para perseverar con aire alegre hay que “re-estrenarse” y renovarse.

En esta vida no tenemos ciudad permanente. Llegará el día en que incluso «las fuerzas de los cielos serán sacudidas» (Lc 21,26). ¡Buen motivo para permanecer en estado de alerta! Pero, en este Adviento, la Iglesia añade un motivo muy bonito para nuestra gozosa preparación: ciertamente, un día los hombres «verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria» (Lc 21,27), pero ahora Dios llega a la tierra con mansedumbre y discreción; en forma de recién nacido, hasta el punto que «Cristo se vio envuelto en pañales dentro de un pesebre» (San Cirilo de Jerusalén). Sólo un espíritu atento descubre en este Niño la magnitud del amor de Dios y su salvación.

Adviento: tiempo de espera y de esperanza

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

¿Qué es el Adviento, si no ese tiempo de espera y de esperanza que nos impulsa a sembrar la semilla de Dios en el surco de nuestra vida?

Hoy, con el primer Domingo de Adviento, destejemos nuestros corazones del barro de la rutina para preparar la llegada de la Navidad: para la gran conmemoración de la primera venida del Hijo de Dios entre nosotros.

El Adviento, por tanto, es un camino de esperanza hacia una plenitud colmada de belleza. Una esperanza revestida de la alegría que fruto del encuentro y que reclama conversión. Es el silencio habitado de una noche en vela que nos invita, por medio del Bautista, a «preparar los caminos del Señor» (Mc 1,3) y a levantar los ojos para contemplar la promesa que el Señor hace a su Iglesia de estar con nosotros «todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,16-20).

Dios es amor, y el mandamiento nuevo del amor (Jn 15,12) encierra el sentido primero y último de toda nuestra vida. Y desde ahí hemos de vivir en esta preparación de la venida del Emmanuel que comenzamos a meditar hoy, mientras disponemos nuestro corazón para hacer presente –en nuestra propia carne– la promesa perpetua de la presencia de Dios.

La esperanza es signo de nuestra fe, es la felicidad que no termina, porque la Palabra de Dios se hace esperanza cuando fijamos nuestros ojos en Él: en sus rasgos, en sus palabras y en sus modos. Y aferrados a ese Dios encarnado que se hace presente un pueblo que espera y, a la vez, que camina, disponemos nuestro corazón para ese abrazo de Dios donde la vida no se acaba y se renueva cada día. Para siempre… ¡qué expresión tan sublime cuando, a la sombra de ese encuentro, es Dios quien nos espera!

La Iglesia, a partir de hoy, se pone en estado de vela y de vigilia. Para ello, hemos de mantener la lámpara encendida de la fe y del amor. Y, desde ahí, comenzar a escribir un «diario interior», como decía el Papa emérito Benedicto XVI, para que la certeza de su presencia «nos ayude a ver el mundo de otra manera» y, al mismo tiempo, «nos aliente a considerar nuestra existencia como visita», de manera que Él pueda venir y estar cerca de nosotros, en cualquier momento y situación vital.

El Adviento, este tiempo litúrgico que hoy comenzamos, nos invita a detenernos, en silencio, para redescubrir el fundamento último de nuestra alegría y para captar la presencia del Niño que nace para cambiar el mundo.

Y hemos de hacerlo velando en cada una de las huellas que el Padre ha pisado antes y abriéndole paso al Espíritu Santo para que vaya alumbrando el camino a seguir.

En este deseo confiado de rezar, contemplar y amar a manos llenas, nos aferramos a la Virgen María. Ella, Madre de la esperanza y del consuelo, acoge nuestra vida peregrina y nos impulsa a desbordar esta alegría encarnada y comprometida con los más vulnerables y descartados de la sociedad. Ellos, que son el rostro vivo de Dios, afianzan el sentir de lo que creemos y esperamos.

Dios, nunca ajeno al sufrimiento y siempre de la mano de los excluidos de la historia, es nuestra esperanza, nuestro consuelo y nuestra alegría. Seamos, pues, a partir de hoy y para siempre, un signo de este amor desbordado para aquellos que el Padre pone en el sendero de nuestra vida. Y si en esta espera de Adviento nos asola la duda o el desánimo, debemos hacer memoria –a la luz del salmo 26– de que si el Señor es nuestra luz, nuestra salvación y la defensa de la vida, a nada hemos de temer porque Él se ha quedado para siempre con nosotros.

Con gran afecto os deseo un feliz comienzo de este tiempo de Adviento.

Evangelio del domingo, 28 de noviembre de 2021

Primer domingo de Adviento significa que comenzamos un nuevo año litúrgico, un año en que iremos recordando los principales sucesos y enseñanzas de Jesucristo. Al comenzar este nuevo año litúrgico nuestra actitud debe ser de entusiasmo por poder vivir el encuentro con Jesús cada día, para poder encontrarnos más llenos de su gracia y de obras buenas el día del encuentro definitivo, que será nuestra alegría.

Adviento significa venida. Recordamos muy vivamente la primera venida de Jesús en Navidad, esperamos su definitiva venida para juzgarnos y vivimos las continuas venidas que Jesús tiene en nuestra vida a través de los diferentes sucesos en los cuales está Dios presente, aunque no le sintamos. En este primer domingo de adviento todos los años se acentúa un poco en las lecturas la última venida de Jesús, para la cual nos tenemos que preparar. Hoy Jesús nos habla de tres actitudes que debemos tener, como mejor preparación para su venida: vigilancia, lucha contra los vicios y oración. El tiempo de adviento nos habla mucho sobre la esperanza, que es señal de vida. Aquel que no tiene esperanza es como un cadáver ambulante.

Jesús acababa de hablar a los apóstoles sobre la destrucción de Jerusalén y del templo. Esto les llenó a ellos de angustia. Jesús no retira sus palabras anteriores, sino que acentúa más los signos del final de las cosas. Sin embargo, estas palabras no son para atemorizar, sino para dar esperanza. Lo importante del evangelio de hoy no son las palabras escritas con símbolos apocalípticos, acomodándose al estilo oriental, sino las palabras de esperanza: “Ante todo esto cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra liberación”. Más que hablar del fin del mundo, Jesús quiere abrir las puertas a la esperanza. Las palabras de Jesús son de consuelo y esperanza frente a las tribulaciones y tristezas de la vida. Jesús nos quiere decir que los mismos acontecimientos que desorientan a la mayoría de los humanos, para los cristianos deben ser signos de que la salvación está cerca y nos deben acercar al Señor.

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Fiesta de Jesucristo Rey del Universo

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Celebramos hoy el último domingo del año litúrgico. El próximo domingo comenzamos el tiempo de Adviento que nos prepara a la celebración de la Navidad. Y en este último domingo la Iglesia conmemora a Jesucristo como rey de todo lo creado.

Esta celebración tan especial para la Iglesia, instaurada por el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925, pone el punto y final a un Año Litúrgico en el que hemos meditado sobre el misterio de la vida, la predicación y la presencia escondida pero operante del Reino de Dios. Detalle que conmemoramos hoy para expresar, bajo el manto de un Reino eterno y universal, el sentido de la consumación del plan de Dios.

Jesucristo, el Rey de justicia, de amor, de misericordia, de esperanza y de paz, es la meta de nuestra peregrinación terrenal. Enraizados a esta promesa de eternidad, evocamos la santa humanidad de Nuestro Señor y dejamos que todo el peso del amor –hecho carne en la ternura inmarcesible del Esposo– caiga sobre nuestras vidas.

Un rey, sí, pero con un corazón amoroso como el nuestro; que sufre ante el dolor, que habita en la intemperie, que ama en el designio más humano. Un rey que padece hambre y sed, que es forastero y que busca morada (Mt 25, 31-46). Un rey contrapuesto al poder mundano que no se impone dominando, sino que mendiga, incluso, un poco amor mientras muestra –en el silencio de su espera– su herida en el costado y sus manos llagadas.

Hoy contemplamos la belleza de su rostro, en una mirada que reina deslumbrante a la diestra del Padre. Aquel Niño indefenso y frágil que nació en Belén, en la humildad y en la penuria de un pesebre (Lc 2,7), es el Señor del mundo. Aquella primera venida era el anticipo de la gloria que celebramos hoy –litúrgicamente– con su segunda venida, y que se hará realidad al final de la historia.

Y ponemos la mirada en el anuncio del Reino, en ese instante sagrado en el que Jesús –ante Pilatos– anticipa las huellas de la preciosa historia que nosotros recorremos hoy. «Mi Reino no es de este mundo», confiesa el Señor, ante la pregunta de si, en verdad, Él era el Rey de los judíos. «Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí» (Jn 18, 36).

De esta manera, con su fidelidad, Jesús considera que su vida no es superior a la misión que recibe de su Padre. Al contrario. Él es simplemente Rey porque su realeza, que se resume en una vida de entrega, honradez y servicio, consiste en ser presencia y testimonio del Padre.

El Verbo de Dios, el Cordero inmaculado, se encarna para revelarnos el camino hacia el Reino de los Cielos. Hasta que vayamos a Su encuentro, cuando entremos en él por la puerta estrecha de la «hermana muerte» (San Francisco de Asís).

Queridos hermanos y hermanas: la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo «amplía nuestra mirada hacia la plena realización del Reino de Dios, cuando Dios será todo en todos (cf. 1 Cor. 15,28)», recordaba el Papa emérito Benedicto XVI el 25 de noviembre de 2012, al término de la concelebración eucarística con seis nuevos cardenales creados durante el Consistorio. Y, ciertamente, cabe destacar que este Reino de Cristo fue confiado a la Iglesia, «que es semilla y principio», y que «tiene la tarea de anunciarlo y proclamarlo entre las personas, con el poder del Espíritu Santo».

En este día tenemos también presente, de una manera muy especial, a la Santísima Virgen María. Ella, como Reina del Cielo y de la Tierra, nos ayuda a prolongar la obra salvífica de Dios y nos enseña a amar –como Ella lo hace– al único Rey que no vino a ser servido sino a servir.

Nunca olvidemos que «el Reino se manifiesta en la misma persona de Cristo» (Lumen Gentium, 1, n. 5). Solo así, la Iglesia peregrina y la Iglesia celestial se unirán, para siempre, de manera definitiva en el Reino del Padre.

Con gran afecto os deseo un feliz día de Jesucristo Rey del Universo.

Evangelio del domingo, 21 de noviembre de 2021

Hemos llegado al último domingo del tiempo ordinario, antes de iniciar el período del adviento. Y la Iglesia siempre celebra y proclama en este día a Jesucristo, Rey universal.

Las lecturas de la Misa de hoy nos presentan al Cristo Rey ya glorificado y Señor de la historia: en el Apocalipsis aparece Jesucristo, "el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra". Él es "el que es, el que era y el que viene"; o sea el Eterno, el Todopoderoso. Es este mismo Jesús glorificado a quien contempla el profeta Daniel en su visión apocalíptica: "Yo vi en una visión nocturna venir a un Hijo de hombre sobre las nubes del cielo, y a Él se le dio el poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno, no cesará; su reino no acabará".

En el Evangelio, en cambio, vemos al Jesús "terreno", al Jesús histórico, que comparece ante Pilato poco antes de ser condenado a muerte y colgado sobre la cruz. Y aparece el Cristo Hombre en toda su majestad y grandeza, como prefigurando ya su divinidad: "Tú lo dices -responde a Pilato—: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo".... ¡Sí! Para ser Rey.

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Parroquia Sagrada Familia