Evangelio del domingo, 20 de febrero de 2022

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Oración

Puedes ver la misa del domingo aquí:

 

El domingo pasado considerábamos las 4 bienaventuranzas, según san Lucas, contrastadas con las 4 negativas. En la 4ª llamaba Jesús bienaventurados a los que eran aborrecidos y malditos por el nombre de Jesús. Ahora Jesús explica atentamente que en verdad son dichosos porque tienen la oportunidad de practicar un alto grado de amor, que es el amor a los enemigos. Estos pueden ser de carácter personal o podemos considerar aquellos que se oponen a nosotros en sentido de grupo, de partido opuesto, religión diversa o tantos que vemos opuestos a nuestros intereses.
Leyendo atentamente las normas que hoy nos da Jesús a los que quieran seguirle, para muchos son desconcertantes y casi como para tomarlas como bromas. Por eso muchos buscan explicaciones a las palabras de Jesús, como si fuesen exageraciones retóricas o bellas utopías, que no habría que tomarlas al pie de la letra, sino buscando un bello ideal para algunos pocos privilegiados. Opinan que quienes lo cumplen son personas de poco carácter o poca personalidad. Así opinan los que tienen mentalidad mundana, que son demasiados. Sin embargo, no se dan cuenta que lo fácil es responder con violencia a la violencia y dejarse llevar por el odio y la soberbia. Pero para perdonar a quien te hace mal y saber amarle, se necesita mucho dominio personal y sobre todo mucho amor de verdad. El amor de verdad no puede ser sólo por motivos humanos, sino que debe ser mirando al amor de Jesucristo y su gran misericordia.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que muchos enemigos pertenecen sólo a nuestra imaginación. Si pensamos de manera positiva en los demás, tenemos ya mucho adelantado, pues solemos agrandar cosas pequeñas de oposición. Pero la verdad es que a veces sí hay enemigos personales y de grupos sociales. Lo primero que debemos realizar es el perdón. Que se puede llevar a cabo nos lo enseña el mismo Jesús en la cruz y miles de santos lo testifican: Hay casos muy conocidos, como san Esteban, san Lorenzo, san Juan Gualberto, santo Tomás Moro, santa María Goretti, etc. Hoy la liturgia nos presenta en la 1ª lectura el ejemplo de David que perdona al rey Saul, cuando era perseguido. Le perdona porque el rey es el ungido del Señor. La motivación para perdonar debe ser sobre todo la misericordia de Dios.

Pero Jesús va más allá, porque más allá del perdón pide el amor positivo. Amar a los enemigos significa: “Bendecir”, que significa hablar bien de ellos, “hacer el bien” y “orar por ellos”. En definitiva actuar con ellos como queremos que los demás actúen con nosotros. Esto es mucho más que no hacer lo que no queremos que nos hagan.

En realidad, esto es muy difícil. Para ello está la gracia de Dios que nunca nos ha de faltar, sobre todo si la pedimos en oración. Si hubiera más perdón y amor, viviríamos en mayor paz. En realidad, la verdadera paz no se puede dar si no hay amor. Las guerras y los terroristas aparecen con frecuencia porque no se sabe perdonar. En las noticias que nos da la televisión u otros medios se ve con frecuencia personas llenas de odio hacia aquellos que han ocasionado un gran mal, quizá la muerte, a familiares. No todos son así. También se dan casos de madres que perdonan y llegan a abrazar al asesino de su hijo. Estos casos son los que deberían ser puestos como ejemplo de valor.

El amor hacia los enemigos es una de las maneras de distinguir a los que quieren seguir a Jesucristo de los que se quedan en ambiente mundano. Dice Jesús que, si amamos sólo a los que nos hacen el bien, también lo hacen los que no creen. Porque con frecuencia la distinción la ponemos en actos externos, en ciertas participaciones. Hoy Jesús nos dice cuál debe ser la actitud del verdadero discípulo y del verdadero apóstol. Porque ese sería el gran testimonio de vida que arrastra hacia la conversión, quizá de aquel que ha sido enemigo nuestro. En algún momento habrá que acudir a la justicia terrena contra algunas personas, por el bien de la sociedad; pero nuestro corazón debe ser misericordioso, como lo es el mismo Dios.

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Alegraos ese día y saltad de gozo

Hoy volvemos a vivir las bienaventuranzas y las “malaventuranzas”: «Bienaventurados vosotros...», si ahora sufrís en mi nombre; «Ay de vosotros...», si ahora reís. La fidelidad a Cristo y a su Evangelio hace que seamos rechazados, escarnecidos en los medios de comunicación, odiados, como Cristo fue odiado y colgado en la cruz. Hay quien piensa que eso es debido a la falta de fe de algunos, pero quizá —bien mirado— es debido a la falta de razón. El mundo no quiere pensar ni ser libre; vive inmerso en el anhelo de la riqueza, del consumo, del adoctrinamiento libertario que se llena de palabras vanas, vacías donde se oscurece el valor de la persona y se burla de la enseñanza de Cristo y de la Iglesia, ya que —hoy por hoy— es el único pensamiento que ciertamente va contra corriente. A pesar de todo, el Señor Jesús nos infunde coraje: «Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre (...). Vuestra recompensa será grande en el cielo» (Lc 6, 22.23).

San Juan Pablo II, en la encíclica Fides et Ratio, dijo: «La fe mueve a la razón a salir de su aislamiento y a apostar, de buen grado, por aquello que es bello, bueno y verdadero». La experiencia cristiana en sus santos nos muestra la verdad del Evangelio y de estas palabras del Santo Padre. Ante un mundo que se complace en el vicio y en el egoísmo como fuente de felicidad, Jesús muestra otro camino: la felicidad del Reino del Dios, que el mundo no puede entender, y que odia y rechaza. El cristiano, en medio de las tentaciones que le ofrece la “vida fácil”, sabe que el camino es el del amor que Cristo nos ha mostrado en la cruz, el camino de la fidelidad al Padre. Sabemos que en medio de las dificultades no podemos desanimarnos. Si buscamos de verdad al Señor, alegrémonos y saltemos de gozo (cf. Lc 6,23).

Con Manos Unidas siempre en el corazón

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

 Queridos hermanos y hermanas:

Quien ama de verdad, «no busca su propio interés» y «no tiene en cuenta el mal recibido». Quien está dispuesto a poner su vida en juego por amor, «todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta» (1 Corintios 13, 4-7).

Hoy, con el deseo de colmar de caridad tanto abrazo vacío, celebramos la 63a Campaña Contra el Hambre de Manos Unidas. Y anhelo, en esta jornada nacional, que nadie quede atrás y que seamos semillas de fraternidad, sembradas allí donde más seco permanezca el horizonte.

Nuestra indiferencia los condena al olvido, reza el lema de este año que, de una manera especial, nos invita a tener muy presentes a los millones de personas que padecen hambre. Un mensaje que nos llama a compadecernos de –y con– los necesitados, a dejarlo todo para posar nuestra mirada en las manos del pobre y a tomar conciencia de la desigualdad que alimenta esta terrible herida de la humanidad.

La pandemia del coronavirus ha puesto a prueba nuestra fe y ha despertado nuestra conciencia adormecida ante un mundo que espera, tras el paso generoso de nuestra vida, revestirse con la túnica del buen samaritano. Así, con Manos Unidas, hemos de luchar para acabar con el muro de la indiferencia y de la desigualdad, que condena al olvido a más de mil millones de personas que sobreviven hambrientas y empobrecidas.

Desde esta organización católica, aseguran que la actual crisis social y sanitaria (que ha venido a sumarse a la crisis económica y medioambiental, que ya convertía la vida de millones de personas en un doloroso desafío) «empujará a otros quinientos millones de personas a la pobreza». Una evidencia desgarradora que denuncia un dolor que, en demasiadas ocasiones, habita dormido, y que esconde rostros de seres humanos que lamentablemente «no tenemos tiempo de mirar ni de tener presentes». Y, ante un escenario así, donde parece que la desigualdad se ha convertido en el pan nuestro de cada día… ¿Qué podemos hacer nosotros?

Queridos hermanos y hermanas: esta tarea ha de empezar por uno mismo, por un «yo» desprendido que se abra a un «tú» necesitado. Sin reservas que paralicen lo ofrendado, sin pretextos que apaguen lo prendido, sin condiciones que desvivan lo vivido.

¿Cómo? Poniendo al hermano por delante de uno mismo, reformando profundamente las actuales condiciones socioeconómicas que no reparte equitativamente los recursos, haciendo todo lo posible por superar la precariedad laboral, fomentando una nueva mentalidad y formas políticas que combatan la desigualdad…

El desafío es entregarse, perpetuar la caridad y amar hasta el extremo. Como hoy nos invita Manos Unidas: combatiendo la desigualdad de tanta cifra sin rostro y sin nombre. Los proyectos de Manos Unidas combaten el hambre, la desnutrición, la miseria, la enfermedad, la falta de educación, la desigualdad, la injusticia.

La Palabra de Dios, que se encarna en la mirada de la Virgen María, nos invita a abandonar lo que se opone a la verdadera felicidad del ser humano. María hace presente la misericordia de Dios, que se entregó en Cuerpo y Alma para hacerse uno de nosotros. A Ella nos encomendamos. Sigamos el rastro de esa preciosa estela: para que nadie se quede atrás, para que nuestros hermanos más pobres no sean olvidados y para que los «desheredados» de la Tierra encuentren refugio seguro en nuestros corazones.

Que la pobreza y el hambre no sean invisibles depende de mí, y también de ti. Y aún estamos a tiempo…

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga y os deseo un feliz domingo.

Evangelio del domingo, 13 de enero de 2022

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Oración

Puedes ver la misa del sábado tarde aquí:

 

Acababa san Lucas de contarnos la elección de los doce apóstoles. Ahora ya ante ellos y con una gran multitud de gente que le sigue va a hacer la proclamación de las bienaventuranzas. Sabemos que san Mateo nos trae ocho bienaventuranzas y san Lucas sólo cuatro, aunque contrastadas con la parte opuesta que podemos llamar malaventuranzas. Quizá Jesús habló de unas y de otras en diversos momentos. Los evangelistas escogieron las que mejor les venía para su catequesis. Las ocho más conocidas de san Mateo son actitudes necesarias para quien quiera ser discípulo de Jesús. Las que hoy leemos, según san Lucas, son más bien como preámbulo o situaciones más aptas para recibir los mensajes de Jesús y poder ser discípulo suyo.

Jesús mira a sus discípulos y a la mayoría de la gente, que son pobres, y les llama “felices”, precisamente porque siendo pobres pueden recibir mejor sus mensajes. Se trata de una pobreza real, aunque en perspectiva está el sentido bíblico de “pobre de Yahveh”, que es quien confía en Dios. Lo mismo que al decir “rico” parece que incluye lo que ya habían dicho algunos profetas que son los que sólo piensan en sí mismos y son menos solidarios que los pobres. En realidad, las bienaventuranzas de san Mateo (“bienaventurados los pobres de espíritu”) podría ser una explicación de lo primero, que alguna vez haría el mismo Jesús. Sin embargo, aquí habla de los pobres de verdad.

No quiere decir Jesús que son dichosos los pobres sólo por el hecho de no tener dinero, y menos los que lloran sólo porque lloran o los que tienen hambre. Jesús, como la Iglesia, no puede estar de acuerdo con la marginación, la miseria, el hambre, la injusticia o la opresión. Debemos trabajar porque los demás vivan mejor en el sentido material, aunque tengamos que sufrir. Es ley del amor. Mucho menos Jesús proclama la lucha de clases de modo que los pobres dejen de serlo a cambio de los ricos.

Jesús nos enseña, antes de darnos sus mensajes de salvación, que la situación de pobreza es mucho mejor que la de riqueza. Jesús tampoco condena a los ricos. No son propiamente maldiciones, sino lamentaciones, al estilo de alguno de los profetas. Por eso es un signo de amor de Dios también hacia los ricos, porque Dios ama a todos. Aquí Dios, con todo su amor, se lamenta de que una persona sea rica, porque le va a ser muy difícil apreciar y aceptar los mensajes de salvación. Por lo tanto, para esa persona sus riquezas son una señal de muerte y lo que quiere Jesús es “que se convierta y viva”. Parecido a lo que quiere de un pecador. 

Por eso aspirar a ser rico no es cosa buena, según Jesús. Ya sabemos que no es lo que piensa la gente; pero muchas veces dijo Jesús cosas que van contra lo que piensa la gente mundana. Así decía: “el que quiera salvar su vida la perderá; quien quiera ser ensalzado, debe humillarse; quien quiera ser grande, debe ser servidor...” Si nosotros no lo sentimos así, es que no somos verdaderos discípulos de Jesús, por mucho que asistamos a la iglesia o participemos en actos religiosos.

Cuando se habla de aceptar la pobreza o de amarla, no es incitar a la pereza ni a la resignación, sino de amarla como una virtud. También hay que tener en cuenta que pobreza en cristiano no es lo mismo que miseria, que hay que superar en cuanto sea posible. La pobreza como virtud no es sólo aceptar lo irremediable. Es saber que nos parecemos más a Jesucristo, que siendo Dios se hizo pobre por nosotros. Y es saber que nuestro corazón está más apto para llenarse de Dios. Para que un corazón se llene de Dios, debe vaciarse de otros dioses, entre los cuales está el dinero.
Todos buscamos la felicidad, pero muchas veces la queremos buscar por caminos equivocados. Lo importante es sentir que el corazón está lleno y que nuestra vida tiene sentido. Para ello debemos llenarla de amor y de todo lo que nos dicen los mensajes de Jesús. Seguir las bienaventuranzas es preparar el corazón para que, como nos dice la 4ª de hoy, podamos ser testimonio de Jesucristo.

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Jornada Mundial del Enfermo: donde Cristo muere y resucita cada día

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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 Queridos hermanos y hermanas:

«La misericordia es el nombre de Dios por excelencia». Hoy decido permanecer ahí, a la luz de estas palabras que el Papa Francisco expresa en su mensaje para la XXX Jornada Mundial del Enfermo (que celebramos el 11 de febrero).

Cada vez que se acerca esta jornada, instituida hace 30 años por el Papa san Juan Pablo II para sensibilizar sobre la necesidad de acompañar a los enfermos, a sus familias y a quienes los cuidan, me interpelan las manos, los ojos y el corazón de quienes son capaces de reconocer en los que sufren el rostro de Cristo. Su desbordante compromiso por hacer, del amor, el primer mandamiento, entreteje el amor mismo de Dios.

Desde esa mirada nace el lema que el Santo Padre propone para este año: «Sed misericordiosos así como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). Estar al lado de los que sufren en un camino de caridad. Es tan necesario, en estos momentos, el amor que se hace carne en el cuidado, en la delicadeza y en la compasión, que no podemos andar por la vida sin tocar la carne sufriente de Cristo en los hermanos.

Recuerdo, en este sendero amurallado de caridad, a tantos santos y santas que –con su ejemplo– han dejado una huella imborrable en la Iglesia por su asombroso y ejemplar cuidado a los más débiles. Camilo de Lelis, Teresa de Calcuta, Juan de Dios, Damian de Molokai,… Estos, como tantos otros, a ejemplo del Maestro, también recorrieron las calles, proclamaron la Buena noticia del Reino y sanaron las enfermedades y las dolencias de la gente (Mt 4, 23). Su inabarcable legado en pro de los sufrientes se resume en una preciosa frase de la Madre Teresa de Calcuta: «La mayor miseria consiste en no saber amar».

 El Señor, con su inagotable amor, bordó la primera huella. Nosotros, ahora, hemos de seguir cada trazo de su andar, siendo conscientes de que «solo un Dios que nos ama hasta tomar sobre sí nuestras heridas y nuestro dolor, es digno de fe» (Benedicto XVI).

 El testigo supremo del amor misericordioso del Padre a los enfermos es su Hijo unigénito, Jesús, recuerda el Papa Francisco en su mensaje para este año. Detalle primordial que nos revela que «cuando una persona experimenta en su propia carne la fragilidad y el sufrimiento a causa de la enfermedad, también su corazón se entristece, el miedo crece y los interrogantes se multiplican».

Y, desde ese trascendental misterio, hago memoria de todos y cada uno de los agentes y centros sanitarios y asistenciales que, bañados de misericordia, ofrecen a los enfermos y a sus familias los cuidados, la cercanía y los detalles necesarios para estar en paz. A vosotros os dedico todo mi cariño y admiración, y os ofrezco humildemente mi mano para todo cuanto yo pudiera aportar.

Los cristianos estamos llamados, de manera especial, a amar al prójimo, a curar sus heridas, a acompañar su dolor, a custodiar su dignidad. Somos una comunidad de consolación, un ministerio que se pone en práctica con la parábola del Buen Samaritano: ese modelo de cuidado que nace de las manos de Jesús es la hoja de ruta que debemos seguir quienes confiamos en que, en la enfermedad, está presente Cristo crucificado y resucitado.

A vosotros, queridos enfermos y a los custodios de la salud, os encomiendo en el corazón de la Virgen María. Con Ella, la Madre de Cristo, «que estaba junto a la cruz, nos detenemos ante todas las cruces del hombre de hoy» (Salvifici doloris, 31). Ella, Salud de los enfermos, a quien llamamos bienaventurada todas las generaciones (Lc, 1.28; 42-43; 48), intercede para que sepamos reconocer en los que sufren el rostro mismo de Cristo.

Que este santo apostolado de la caridad –que celebramos, de manera especial, el día de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes– sea el hogar donde nuestro corazón repose, hasta que abrace –al atardecer de la vida– el corazón misericordioso del Padre.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Parroquia Sagrada Familia