29 Mar
29 Mar

De 10:00 h. a 10:30 h. Avda. Reyes Católicos y Avda. del Cid.
De 10:30 h. a 11:00 h. Fco. Martínez Varea, Sda.Familia y Urb. Jerez
De 13:00 h.a 13:30 h. José María de la Puentey Jerez
De 13:30 h. a 14:00 h. Doña Berenguela y Padre Aramburu.
De 14:30 h. a 15:00h. San Francisco y Villarcayo.
De 15:00 h. a 15:30 h. Sedano y Federico Olmeda.
De 15:30 h. a 16:00 h. Avda. Cantabria y Fco. Sarmiento.
De 16:00 h. a 17:00 h. León XIII y voluntarios.

29 Mar
Viernes Santo - Confesiones
29.03.2024 10:30 - 12:00

Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo

Hoy escuchamos unas palabras del Señor que nos invitan a vivir la caridad con plenitud, como Él lo hizo («Padre, perdónales porque no saben lo que hacen»: Lc 23,34). Éste ha sido el estilo de nuestros hermanos que nos han precedido en la gloria del cielo, el estilo de los santos. Han procurado vivir la caridad con la perfección del amor, siguiendo el consejo de Jesucristo: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48).

La caridad nos lleva a amar, en primer lugar, a quienes nos aman, ya que no es posible vivir en plenitud lo que leemos en el Evangelio si no amamos de verdad a nuestros hermanos, a quienes tenemos al lado. Pero, acto seguido, el nuevo mandamiento de Cristo nos hace ascender en la perfección de la caridad, y nos anima a abrir los brazos a todos los hombres, también a aquellos que no son de los nuestros, o que nos quieren ofender o herir de cualquier manera. Jesús nos pide un corazón como el suyo, como el del Padre: «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo» (Lc 6,36), que no tiene fronteras y recibe a todos, que nos lleva a perdonar y a rezar por nuestros enemigos.

Ahora bien, como se afirma en el Catecismo de la Iglesia, «observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación vital y nacida del fondo del corazón, en la santidad, en la misericordia y en el amor de nuestro Dios». El Beato Newman escribía: «¡Oh Jesús! Ayúdame a esparcir tu fragancia dondequiera que vaya. Inunda mi alma con tu espíritu y vida. Penetra en mi ser, y hazte amo tan fuertemente de mí que mi vida sea irradiación de la tuya (...). Que cada alma, con la que me encuentre, pueda sentir tu presencia en mi. Que no me vean a mí, sino a Ti en mí».

Amaremos, perdonaremos, abrazaremos a los otros sólo si nuestro corazón es engrandecido por el amor a Cristo.

La inagotable belleza del matrimonio

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

 Queridos hermanos y hermanas:

A la luz del lema Matrimonio es más, la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida, de la Conferencia Episcopal Española, ha celebrado durante estos días la Semana del Matrimonio.

Esta iniciativa, enmarcada dentro del contexto del Año de la Familia Amoris Laetitia, convocado por el Papa Francisco, desea hacer presente la alegría del amor familiar. Y, desde ahí, desde la belleza del matrimonio, siendo consciente de la importancia que tiene la preparación a este sacramento del amor eterno, quisiera haceros llegar algunas palabras acerca de esta vocación. Porque el matrimonio es, una vocación, una llamada; es un tiempo apasionante de gracia y de plenitud, un momento decisivo y trascendental de la vida de la persona. Es un camino apasionante que, recorrido de la mano de Dios, hace crecer a cada persona hasta la medida de Cristo esposo y la Iglesia esposa. Es una promesa que nace del amor de Dios: un amor gratuito que conlleva, como todo amor, sacrificio, entrega y fortaleza, que desborda los límites de la familia y construye los cimientos de la Iglesia y de la sociedad.

El amor verdadero es un don que desborda todos los límites. Y, en este sentido, es esencial recorrer este camino sostenido por la oración y la recepción de la gracia que nunca falta; un sendero sacramental que encuentre en la cima el rostro sonriente del Amado, Cristo.

En este camino, los cónyuges desean construir un solo hogar donando sus dos vidas; perciben la vocación al amor y han de tomar conciencia de esta llamada, para dar una respuesta –desde el amor humano– al don divino. Porque aprender a amar consiste en recibir el Amor, percibir que uno es amado siempre por Dios y abrirse a ese misterio. Es un Dios que se dona y nos llama a compartir su misterio de amor. Él nos amó primero (1 Jn 4, 19); y, quien es amado, ama, y ama intensamente.

Y desde esta clave, que es capaz de sanar cualquier corazón herido para construir de cara al infinito, hemos de tener presente la dimensión comunitaria y litúrgica del matrimonio cristiano. Así, es preciso enseñar a los novios y a los esposos a abrirse al misterio del Creador. En este sentido, así como hemos sido creados por y para el amor (Mt 22, 34–40), hemos de concebir que el matrimonio no nace primariamente de nuestra voluntad, sino que es la respuesta a una vocación, a una invitación de Alguien que ya ha diseñado lo que es el amor humano y lo ha plasmado en nuestra existencia y en nuestro modo de ser.

El amor de los esposos es humano, fiel, exclusivo y fecundo. Es un amor que no excluye ninguna dimensión de la persona. Nunca debemos olvidar que amar esponsalmente es donarse y recibir a la otra persona. «No hay amor más grande que el que da la vida» (Jn, 13_17), dice el Señor. Y hacerlo acompañando las heridas de la fragilidad y de los afectos, cuando más gritan el cansancio, la rutina y la inconstancia, tiene más sentido aún.

«Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él» (1 Jn, 4, 16). Una invitación que nos llama a vivir la espiritualidad matrimonial. Y qué necesario es abrazar la virtud de la esperanza, sentir la compañía de la Iglesia y celebrar juntos los sacramentos que son siempre fuente de vida y de sanación. Y pongo un especial hincapié en la Eucaristía, que es la carne para la vida del mundo: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros», dice el Señor. Él es el Pan de Vida, y si no comemos de él, no podremos caminar.

La familia construye la Iglesia, y es la célula básica de la sociedad. Un amor que conoce, a la perfección, la Santísima Virgen María: la esposa del Espíritu Santo, que hace que conciba al Hijo del eterno Padre en una humanidad tomada de la suya. Queridos matrimonios: que María y José sean modelo y fuente de inspiración para vosotros, quienes habéis respondido –en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad– la llamada a amaros y respetaros todos los días de vuestra vida.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga. Feliz domingo.

Evangelio del domingo, 20 de febrero de 2022

Escuchar lecturas y homilía

Oración

Puedes ver la misa del domingo aquí:

 

El domingo pasado considerábamos las 4 bienaventuranzas, según san Lucas, contrastadas con las 4 negativas. En la 4ª llamaba Jesús bienaventurados a los que eran aborrecidos y malditos por el nombre de Jesús. Ahora Jesús explica atentamente que en verdad son dichosos porque tienen la oportunidad de practicar un alto grado de amor, que es el amor a los enemigos. Estos pueden ser de carácter personal o podemos considerar aquellos que se oponen a nosotros en sentido de grupo, de partido opuesto, religión diversa o tantos que vemos opuestos a nuestros intereses.
Leyendo atentamente las normas que hoy nos da Jesús a los que quieran seguirle, para muchos son desconcertantes y casi como para tomarlas como bromas. Por eso muchos buscan explicaciones a las palabras de Jesús, como si fuesen exageraciones retóricas o bellas utopías, que no habría que tomarlas al pie de la letra, sino buscando un bello ideal para algunos pocos privilegiados. Opinan que quienes lo cumplen son personas de poco carácter o poca personalidad. Así opinan los que tienen mentalidad mundana, que son demasiados. Sin embargo, no se dan cuenta que lo fácil es responder con violencia a la violencia y dejarse llevar por el odio y la soberbia. Pero para perdonar a quien te hace mal y saber amarle, se necesita mucho dominio personal y sobre todo mucho amor de verdad. El amor de verdad no puede ser sólo por motivos humanos, sino que debe ser mirando al amor de Jesucristo y su gran misericordia.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que muchos enemigos pertenecen sólo a nuestra imaginación. Si pensamos de manera positiva en los demás, tenemos ya mucho adelantado, pues solemos agrandar cosas pequeñas de oposición. Pero la verdad es que a veces sí hay enemigos personales y de grupos sociales. Lo primero que debemos realizar es el perdón. Que se puede llevar a cabo nos lo enseña el mismo Jesús en la cruz y miles de santos lo testifican: Hay casos muy conocidos, como san Esteban, san Lorenzo, san Juan Gualberto, santo Tomás Moro, santa María Goretti, etc. Hoy la liturgia nos presenta en la 1ª lectura el ejemplo de David que perdona al rey Saul, cuando era perseguido. Le perdona porque el rey es el ungido del Señor. La motivación para perdonar debe ser sobre todo la misericordia de Dios.

Pero Jesús va más allá, porque más allá del perdón pide el amor positivo. Amar a los enemigos significa: “Bendecir”, que significa hablar bien de ellos, “hacer el bien” y “orar por ellos”. En definitiva actuar con ellos como queremos que los demás actúen con nosotros. Esto es mucho más que no hacer lo que no queremos que nos hagan.

En realidad, esto es muy difícil. Para ello está la gracia de Dios que nunca nos ha de faltar, sobre todo si la pedimos en oración. Si hubiera más perdón y amor, viviríamos en mayor paz. En realidad, la verdadera paz no se puede dar si no hay amor. Las guerras y los terroristas aparecen con frecuencia porque no se sabe perdonar. En las noticias que nos da la televisión u otros medios se ve con frecuencia personas llenas de odio hacia aquellos que han ocasionado un gran mal, quizá la muerte, a familiares. No todos son así. También se dan casos de madres que perdonan y llegan a abrazar al asesino de su hijo. Estos casos son los que deberían ser puestos como ejemplo de valor.

El amor hacia los enemigos es una de las maneras de distinguir a los que quieren seguir a Jesucristo de los que se quedan en ambiente mundano. Dice Jesús que, si amamos sólo a los que nos hacen el bien, también lo hacen los que no creen. Porque con frecuencia la distinción la ponemos en actos externos, en ciertas participaciones. Hoy Jesús nos dice cuál debe ser la actitud del verdadero discípulo y del verdadero apóstol. Porque ese sería el gran testimonio de vida que arrastra hacia la conversión, quizá de aquel que ha sido enemigo nuestro. En algún momento habrá que acudir a la justicia terrena contra algunas personas, por el bien de la sociedad; pero nuestro corazón debe ser misericordioso, como lo es el mismo Dios.

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Alegraos ese día y saltad de gozo

Hoy volvemos a vivir las bienaventuranzas y las “malaventuranzas”: «Bienaventurados vosotros...», si ahora sufrís en mi nombre; «Ay de vosotros...», si ahora reís. La fidelidad a Cristo y a su Evangelio hace que seamos rechazados, escarnecidos en los medios de comunicación, odiados, como Cristo fue odiado y colgado en la cruz. Hay quien piensa que eso es debido a la falta de fe de algunos, pero quizá —bien mirado— es debido a la falta de razón. El mundo no quiere pensar ni ser libre; vive inmerso en el anhelo de la riqueza, del consumo, del adoctrinamiento libertario que se llena de palabras vanas, vacías donde se oscurece el valor de la persona y se burla de la enseñanza de Cristo y de la Iglesia, ya que —hoy por hoy— es el único pensamiento que ciertamente va contra corriente. A pesar de todo, el Señor Jesús nos infunde coraje: «Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre (...). Vuestra recompensa será grande en el cielo» (Lc 6, 22.23).

San Juan Pablo II, en la encíclica Fides et Ratio, dijo: «La fe mueve a la razón a salir de su aislamiento y a apostar, de buen grado, por aquello que es bello, bueno y verdadero». La experiencia cristiana en sus santos nos muestra la verdad del Evangelio y de estas palabras del Santo Padre. Ante un mundo que se complace en el vicio y en el egoísmo como fuente de felicidad, Jesús muestra otro camino: la felicidad del Reino del Dios, que el mundo no puede entender, y que odia y rechaza. El cristiano, en medio de las tentaciones que le ofrece la “vida fácil”, sabe que el camino es el del amor que Cristo nos ha mostrado en la cruz, el camino de la fidelidad al Padre. Sabemos que en medio de las dificultades no podemos desanimarnos. Si buscamos de verdad al Señor, alegrémonos y saltemos de gozo (cf. Lc 6,23).

Con Manos Unidas siempre en el corazón

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

 Queridos hermanos y hermanas:

Quien ama de verdad, «no busca su propio interés» y «no tiene en cuenta el mal recibido». Quien está dispuesto a poner su vida en juego por amor, «todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta» (1 Corintios 13, 4-7).

Hoy, con el deseo de colmar de caridad tanto abrazo vacío, celebramos la 63a Campaña Contra el Hambre de Manos Unidas. Y anhelo, en esta jornada nacional, que nadie quede atrás y que seamos semillas de fraternidad, sembradas allí donde más seco permanezca el horizonte.

Nuestra indiferencia los condena al olvido, reza el lema de este año que, de una manera especial, nos invita a tener muy presentes a los millones de personas que padecen hambre. Un mensaje que nos llama a compadecernos de –y con– los necesitados, a dejarlo todo para posar nuestra mirada en las manos del pobre y a tomar conciencia de la desigualdad que alimenta esta terrible herida de la humanidad.

La pandemia del coronavirus ha puesto a prueba nuestra fe y ha despertado nuestra conciencia adormecida ante un mundo que espera, tras el paso generoso de nuestra vida, revestirse con la túnica del buen samaritano. Así, con Manos Unidas, hemos de luchar para acabar con el muro de la indiferencia y de la desigualdad, que condena al olvido a más de mil millones de personas que sobreviven hambrientas y empobrecidas.

Desde esta organización católica, aseguran que la actual crisis social y sanitaria (que ha venido a sumarse a la crisis económica y medioambiental, que ya convertía la vida de millones de personas en un doloroso desafío) «empujará a otros quinientos millones de personas a la pobreza». Una evidencia desgarradora que denuncia un dolor que, en demasiadas ocasiones, habita dormido, y que esconde rostros de seres humanos que lamentablemente «no tenemos tiempo de mirar ni de tener presentes». Y, ante un escenario así, donde parece que la desigualdad se ha convertido en el pan nuestro de cada día… ¿Qué podemos hacer nosotros?

Queridos hermanos y hermanas: esta tarea ha de empezar por uno mismo, por un «yo» desprendido que se abra a un «tú» necesitado. Sin reservas que paralicen lo ofrendado, sin pretextos que apaguen lo prendido, sin condiciones que desvivan lo vivido.

¿Cómo? Poniendo al hermano por delante de uno mismo, reformando profundamente las actuales condiciones socioeconómicas que no reparte equitativamente los recursos, haciendo todo lo posible por superar la precariedad laboral, fomentando una nueva mentalidad y formas políticas que combatan la desigualdad…

El desafío es entregarse, perpetuar la caridad y amar hasta el extremo. Como hoy nos invita Manos Unidas: combatiendo la desigualdad de tanta cifra sin rostro y sin nombre. Los proyectos de Manos Unidas combaten el hambre, la desnutrición, la miseria, la enfermedad, la falta de educación, la desigualdad, la injusticia.

La Palabra de Dios, que se encarna en la mirada de la Virgen María, nos invita a abandonar lo que se opone a la verdadera felicidad del ser humano. María hace presente la misericordia de Dios, que se entregó en Cuerpo y Alma para hacerse uno de nosotros. A Ella nos encomendamos. Sigamos el rastro de esa preciosa estela: para que nadie se quede atrás, para que nuestros hermanos más pobres no sean olvidados y para que los «desheredados» de la Tierra encuentren refugio seguro en nuestros corazones.

Que la pobreza y el hambre no sean invisibles depende de mí, y también de ti. Y aún estamos a tiempo…

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga y os deseo un feliz domingo.

Parroquia Sagrada Familia