Domund: salid a los caminos e invitad al banquete

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Con el lema Id e invitad a todos al banquete (cf. Mt 22,9), hoy celebramos la 98ª Jornada Mundial de las Misiones. Mediante una proposición clara a salir a los cruces de los caminos para invitar a todos a la gran fiesta del Señor, el papa Francisco ha escogido la parábola evangélica del banquete de bodas para conmemorar este Domingo Mundial de las Misiones, el Domund.

La Iglesia «seguirá yendo más allá de toda frontera, seguirá saliendo una y otra vez sin cansarse o desanimarse ante las dificultades y los obstáculos, para cumplir fielmente la misión recibida del Señor», recuerda el Papa en su carta para esta jornada. Y agradece la tarea incansable, valiente y tenaz de quienes, respondiendo a la llamada de Cristo, lo dejan todo «para ir lejos de su patria y llevar la Buena Noticia allí donde la gente todavía no la ha recibido o la ha acogido recientemente».

Como en los albores del cristianismo, todos los bautizados hemos de salir a los caminos, allanar las tristezas y, empapados de compasión y humildad de corazón, proclamar al mundo «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Evangelii gaudium, 36).

El banquete de la Eucaristía es el punto de partida que nos convierte en discípulos misioneros que irradian luz y prenden el mundo de esperanza; porque llevan cada palabra del Evangelio tatuada en sus entrañas, porque invitan a la Cena sagrada de donde brota la vida verdadera (cf. Jn 10, 10).

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Evangelio del domingo, 20 de octubre de 2024

¿Quién es el más importante? Jesús es simple en su respuesta: “Quien quiera ser el primero - o sea el más importante - que sea el último de todos y el servidor de todos”. Quien quiera ser grande, que sirva a los demás, no que se sirva de los demás.

Y esta es la gran paradoja de Jesús. Los discípulos discutían quién ocuparía el lugar más importante, quién sería seleccionado como el privilegiado –¡eran los discípulos, los más cercanos a Jesús, y discutían sobre eso!-, quién estaría exceptuado de la ley común, de la norma general, para destacarse en un afán de superioridad sobre los demás. Quién escalaría más pronto para ocupar los cargos que darían ciertas ventajas.

Y Jesús les trastoca su lógica diciéndoles sencillamente que la vida auténtica se vive en el compromiso concreto con el prójimo. Es decir, sirviendo.

La invitación al servicio posee una peculiaridad a la que debemos estar atentos. Servir significa, en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo.

Homilía de S.S. Francisco, 20 de septiembre de 2015.

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Desde el corazón de la Fundación Manjón y Palencia

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

A lo largo de la historia, nuestra archidiócesis de Burgos y la Iglesia en general han tenido siempre un interés muy especial por la educación: desde la implicación directa en una misión centrada en una formación integral de los alumnos, pasando por la inconmensurable labor de las familias y de los profesores, hasta la búsqueda de la excelencia en el trabajo.

Todos los cristianos, «en cuanto han sido regenerados por el agua y el Espíritu Santo y se llaman y son hijos de Dios, tienen derecho a la educación cristiana», afirma la declaración Gravissimum educationis, de san Pablo VI. Esta educación busca que los bautizados tomen conciencia del don de la fe y aprendan a adorar a Dios Padre en espíritu y en verdad, «adaptándose a vivir según el hombre nuevo en justicia y en santidad» y, así, «lleguen al hombre perfecto, en la edad de la plenitud de Cristo y contribuyan al crecimiento del Cuerpo Místico», tal y como relata la declaración.

Los más jóvenes son la esperanza viva de una Iglesia alegre (cf. Rm 12, 12) que nace del encuentro con Cristo, porque se saben amados hasta el extremo por Él. «Sólo si Dios me acoge y estoy seguro de ello», recordaba el Papa Francisco en su discurso a la Curia romana en diciembre de 2013, «sabré definitivamente que es bueno que yo exista» y que «es bueno existir como persona humana, incluso en tiempos difíciles».

Los niños son la esperanza fiel en medio de los dramas de la humanidad, son una puerta abierta a ese Dios que enciende una llama incombustible de amor en el corazón de quienes deciden descansar en su mirada. Y la educación es, sin lugar a dudas, la puerta principal para crear una cohesión social indeleble con cada uno de ellos.

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Evangelio del domingo, 6 de octubre de 2024

En la familia todo está entrelazado: cuando su alma está herida en algún punto, la infección contagia a todos. Y cuando un hombre y una mujer, que se han comprometido a ser “una sola carne” y a formar una familia, piensa obsesivamente en las propias exigencias de libertad y de gratificación, esta distorsión afecta profundamente el corazón y la vida de los hijos. Tantas veces los niños se esconden para llorar solos… Debemos entender bien esto. Marido y mujer son una sola carne. Pero sus criaturas son carne de su carne. Si pensamos en la dureza con la que Jesús advierte a los adultos sobre no escandalizar a los pequeños podemos comprender mejor también su palabra sobre la grave responsabilidad de custodiar la unión conyugal que da inicio a la familia humana. Cuando el hombre y la mujer se convierten en una sola carne, todas las heridas y todos los abandonos del papá y de la mamá inciden en la carne viva de los hijos.

Es verdad, por otra parte, que hay casos en los que la separación es inevitable. A veces se puede convertir incluso en moralmente necesaria, cuando se trata precisamente para proteger al cónyuge más débil, o a los hijos pequeños, de las heridas más graves causadas por la prepotencia y la violencia, del enfado o del aprovecharse, de la alienación y de la indiferencia.

Catequesis de S.S. Francisco, 24 de junio de 2015.

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Dios camina con su Pueblo

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«Todos aquellos que caminan de un lugar a otro, de una ciudad a otra, de una costa a otra, de un corazón a otro forman parte de un mismo pueblo: un pueblo con el que, no lo olvidemos, Dios camina desde el principio». Estas palabras, que se adentran en lo profundo del mensaje que envían los obispos de la Subcomisión Episcopal para las Migraciones y Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal Española para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, nos recuerdan que en el pensamiento bíblico y eclesial siempre ha estado presente la imagen del camino para reflejar lo que supone la experiencia de Dios o la propia vida personal o comunitaria.

Sin duda alguna, la movilidad humana traza un horizonte esencial y profundamente significativo en esta época que vivimos. Y esta jornada que celebramos nos invita a repensar el sentido de nuestro camino y de nuestro caminar: cómo es nuestro paso, cuál es la finalidad, dónde descansa nuestro cansancio, qué importancia adquiere en nuestra vida y en la de nuestros hermanos…

Dios camina con su pueblo, reza el lema para esta jornada, con el deseo de perpetuar que la presencia de Dios en medio del pueblo «es una certeza de la historia de la salvación», tal y como destaca el Papa Francisco en su mensaje. Dios no sólo camina con su pueblo, sino también en su pueblo, recuerda el Santo Padre, en el sentido de que «se identifica con los hombres y las mujeres en su caminar por la historia –especialmente con los últimos, los pobres, los marginados–, como prolongación del misterio de la Encarnación».

Así, el encuentro con cada uno de estos hermanos migrantes y refugiados es un encuentro cara a cara con el Señor (cf. Mt 25, 35-46). Cada vez que tocamos su carne viva en los más vulnerables, la humanidad no pierde el paso si Él habita cada trazo del camino.

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Parroquia Sagrada Familia