Campamento Europa: un viaje al corazón de Dios

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hay horizontes de vida en abundancia donde solo cabe quedarse, abandonar la rutina y escuchar con atención… «Jóvenes, ¡no perdáis nunca la valentía de soñar y de vivir en grande! Os necesitamos, necesitamos vuestra creatividad, vuestros sueños y vuestra valentía, vuestra simpatía y vuestras sonrisas, vuestra alegría contagiosa y también esa audacia que sabéis llevar a cada situación, y que ayuda a salir del sopor de la rutina y de los esquemas repetitivos en los que a veces encasillamos la vida».

Detrás de estas palabras que el Papa Francisco dirigió en Roma a jóvenes pertenecientes a la Escuela del Sagrado Corazón de las Hermanas Misioneras Combonianas, nace la hoja de ruta de cualquier joven que esté dispuesto a poner por entero su corazón en la alegría del Evangelio.

Y retomo este encargo del Papa para recordar el Campamento Europa que celebramos esta semana en nuestra archidiócesis, a través de la delegación de Pastoral para las Vocaciones. Este encuentro, que girará en torno al Sagrado Corazón de Jesús y al Santo Cura de Ars, aunará a jóvenes que se plantean la vocación sacerdotal.

Visitaremos Ars, un pequeño pueblo del sudeste de Francia donde san Juan María Vianney, el patrono de los párrocos, dedicó toda su vida al cuidado de los fieles y donde, entre tantas obras buenas, fundó el Instituto Providencia para acoger a los huérfanos y visitar a los enfermos y a las familias más pobres. También recorreremos Paray-Lemonial, un pueblo francés asentado en Borgoña, que es origen de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús por las apariciones de Jesús a la religiosa santa Margarita María de Alacoque en el convento de la Visitación. En aquel lugar santo, Jesús reveló in aeternum el infinito amor de su Corazón.

Recuerdo, con cariño y una enorme gratitud, las palabras que Cristo le dirigió a esta admirable santa en 27 de diciembre de 1673 y que me acompañaron durante mis primeros años de Seminario: «Mi Corazón divino está tan apasionado de amor por los hombres, y por ti en particular, que, al no poder contener en sí las llamas de su ardiente caridad, desea transmitirlas con todos los medios».

El campamento es solo el puente, mientras que el destino es el corazón de Dios. ¿Acaso no es razón suprema su infinito y único amor por cada uno de nosotros para derramarlo, sin reservas, por todos los lugares donde se necesite su presencia, haciéndonos nosotros mismos prójimos de todos (cf. Lc 10, 29-37)?

El mundo anhela una presencia joven y amable que supere la indiferencia, que salga de sí misma y se empape hasta el fondo de los dolores y sufrimientos del hermano, que rompa la barrera del individualismo, que acompañe la soledad no deseada y que se haga cargo de cualquier necesidad que le haga sufrir a quien tiene al lado. Una presencia amiga que sea, por encima de todo, cuidadosa y enteramente servicial, como hace el Señor con cada uno de nosotros.

Estos días en comunidad dan sentido a nuestra vida como cristianos y apóstoles de Jesús, quien salía a los caminos para encontrarse con las personas, para mirarlas a los ojos, para escucharlas, para quedarse a su lado, para sentir sus angustias, para tocar sus heridas y para hacerse cargo. Solo así, si vivimos para imitar cada uno de sus gestos y acciones, tendrá sentido el hecho de que queramos ser sacerdotes suyos. Así nos lo recuerda san Juan: «¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe también amar a su hermano» (1 Jn 4, 20-21).

Dicen que cada mañana una enorme muchedumbre de todas partes de Francia se confesaba con el Santo Cura de Ars. Tanto era así que Ars fue rebautizado como «el gran hospital de las almas». ¿Y sabéis hasta dónde llegaba la bondad de este sacerdote santo? Dicen que él mismo hacía vigilias y ayunos dilatados durante días para ayudar a expiar los pecados de los fieles… «Te diré cuál es mi receta», reveló a un feligrés: «Doy a los fieles que se confiesan solo una pequeña penitencia y el resto de la penitencia la suplo yo en su lugar».

Ponemos esta peregrinación en manos de la Virgen María y le pedimos por cada uno de los jóvenes que participan en este encuentro, para que la semilla del Verbo cale en sus almas y encuentren el camino que Dios les tiene preparado desde la eternidad. A vosotros os ruego encarecidamente que recéis por ellos.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe

Hoy, al escuchar de boca de Jesús: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí…» (Mt 10,37) quedamos desconcertados. Ahora bien, al profundizar un poco más, nos damos cuenta de la lección que el Señor quiere transmitirnos: para el cristiano, el único absoluto es Dios y su Reino. Cada cual debe descubrir su vocación —posiblemente esta es la tarea más delicada de todas— y seguirla fielmente. Si un cristiano o cristiana tienen vocación matrimonial, deben ver que llevar a cabo su vocación consiste en amar a su familia tal como Cristo ama a la Iglesia.

La vocación a la vida religiosa o al sacerdocio pide no anteponer los vínculos familiares a los de la fe, si con ello no faltamos a los requisitos básicos de la caridad cristiana. Los vínculos familiares no pueden esclavizar y ahogar la vocación a la que somos llamados. Detrás de la palabra “amor” puede esconderse un deseo posesivo del otro que le quita libertad para desarrollar su vida humana y cristiana; o el miedo a salir del nido familiar y enfrentarse a las exigencias de la vida y de la llamada de Jesús a seguirlo. Es esta deformación del amor la que Jesús nos pide transformar en un amor gratuito y generoso, porque, como dice san Agustín: «Cristo ha venido a transformar el amor».

El amor y la acogida siempre serán el núcleo de la vida cristiana, hacia todos y, sobre todo, hacia los miembros de nuestra familia, porque habitualmente son los más cercanos y constituyen también el “prójimo” que Jesús nos pide amar. En la acogida a los demás está siempre la acogida a Cristo: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe» (Mt 11,40). Debemos ver, pues, a Cristo en aquellos a quien servimos, y reconocer igualmente a Cristo servidor en quienes nos sirven.

Evangelio del domingo, 2 de julio de 2023

Hoy nos encontramos en el evangelio con una doctrina de Jesús expresada en frases que quizá nos parecen demasiado tajantes. La razón es que, cuando Jesús no predicaba en parábolas, lo solía hacer con estas frases algo chocantes, porque lo hacía en lo que se llama cultura oral. Hoy pertenecemos más a la cultura escrita donde el profesor lo deja todo escrito o se basa en un escrito. En los tiempos de Jesús, para que la doctrina se quedase más grabada, había que decir frases que impresionasen algo. Nosotros podemos saberlas interpretar por otros momentos de la palabra de Dios.

El evangelio de hoy podemos dividirlo en dos partes: Uno sería el tema del “seguir” a Jesús; el otro, el acogimiento con hospitalidad porque Cristo está en el hermano.

El seguimiento a Jesús no es lo mismo que ir detrás. El seguimiento es una experiencia personal de amar y ser amado. Cuando Jesús dice a uno: “Sígueme”, es una invitación cargada de amor, de un amor que pide una correspondencia radical, que encierra en sí todos los aspectos de la vida. Por eso seguir a Jesús no es sólo una aventura intelectual o una adhesión a una ideología interesante, que me gusta, ni es sólo cuestión de sentimiento. Una idea importante es la centralidad de Jesucristo en la vida de un cristiano. Cuando Jesús dice que su amor está por encima del amor al padre o a la madre o a los hijos, no está anulando el amor familiar, sino que el amor al Señor debe ser la fuente de todo otro amor. Por eso seguir a Jesús exige la entrega de todo nuestro ser, una entrega total, sin reservas ni condiciones. Eso indica que hay que librarse de toda atadora y dependencia. No suele haber obstáculos en la familia; pero si se opusiera, tendría que prevalecer el seguimiento a Jesús y a sus mensajes.

Este liberarse de toda dependencia muchas veces llevará al conflicto con todos los agentes de represión, que a veces están en nosotros y muchas veces son otras personas que intentan la represión. Todo ello nos puede llevar a la cruz. No quiere decir que nos maten, como a los mártires; pero sí encontraremos cruces continuas en la vida de cada día de saber renunciar al egoísmo, en la renuncia a la propia seguridad, a la dignidad, a la fama. El cristiano prolonga en cada momento el significado del bautismo, que es morir para resucitar: morir al pecado, al egoísmo, al hombre viejo, para surgir a la vida nueva de amor, de gracia, al hombre nuevo. Hay una continua tensión entre el sí a la gracia y el no a la seducción del mal. Esto es la cruz. 

La segunda parte habla del acogimiento o la hospitalidad. No son los enviados los que pretenden identificarse con Jesús, sino que es Él quien se identifica con los enviados. En este mundo actual bastante deshumanizado, Jesús nos invita a acoger a los demás, porque es como hacérselo a Él mismo. Esto es porque, si fundamentamos nuestra existencia sólo en otro ser humano, tendemos hacia el fracaso, porque todos nosotros somos seres limitados en el tiempo y en las posibilidades. Otra cosa es si lo hacemos tendiendo hacia el Señor. Así lo expresó Jesús cuando nos habló de lo que pasará en el Juicio final. Acoger a los otros con generosa hospitalidad es signo de fidelidad al mandamiento del amor fraterno, que debe ser sin fronteras. Porque esta acogida fraterna no es sólo para los amigos o familiares, sino para el forastero, lejano, el pobre, enfermo o prisionero. Es acoger a Jesús, que “no tuvo dónde reclinar la cabeza”. Para una acogida así, es necesaria la renuncia, la disponibilidad, la gratuidad. Este acogimiento la mayoría de las veces estará en las atenciones pequeñas de cada día, en la capacidad de diálogo, en el esfuerzo de comprender las razones del otro. Es acoger con bondad, aunque muchas veces palpemos el rechazo del otro.

San Pablo nos dice que porel bautismo “andamos en una vida nueva”. De esta vida nueva se habla hoy. De hecho la experiencia nos dice que solemos cambiar muy poco. No es fácil manifestarlo por palabras. Debe ser una vivencia continua, que se haga creíble ante todos por la gracia del Espíritu Santo, porque se hace con alegría.

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Mujer y misión en el corazón de la Iglesia

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«Hemos sido hechos para la plenitud que solo se alcanza en el amor» (Fratelli tutti, 68). Un amor que se hace vida estos días, aun con más fuerza, cuando comenzamos la Semana Española de Misionología (SEM), que este año celebra su 75º edición.

Qué importante es ponerse en estado de misión, llevar a todos los rincones el corazón de Cristo y despertar la conciencia misionera por medio del servicio, la entrega y la gratitud para volver a ser conscientes de que el Señor nos amó primero (cf. 1 Jn 4, 19).

La Facultad de Teología de Burgos vuelve a ser la sede de este encuentro que organizan, del 3 al 6 de julio y de manera conjunta, la propia Facultad, la Comisión Episcopal para las Misiones y la Cooperación con las Iglesias, Obras Misionales Pontificias (OMP) y la delegación de Misiones de Burgos.

El tema de este año desea poner sobre la mesa del altar un mensaje muy especial: Mujer y misión. Queremos, con todas nuestras fuerzas, agradecer la labor de tantas mujeres misioneras que, como Iglesia peregrina, ponen de su parte todo lo que pueden para paliar la pobreza con el Evangelio de su propia vida entre las manos.

Ellas, primeras testigos de la Resurrección, son la cara materna de la Iglesia: en la migración, en la acogida, en la sanidad, en la cultura, en la enseñanza, en el compromiso… Ellas, desde una caridad sin medida y un servicio impagable, son los rostros vivos que rememoran a las mujeres fuertes de la Biblia. Mujeres como María, Sara, Rut, Ester, Judit, Débora, Rebeca, Raquel… Miradas apasionadas y decididas que han marcado una historia bíblica y cristiana y han dejado un poso imborrable en la Historia de la Salvación. Por eso, seguir sus huellas e imitar su ejemplo supone edificar un mundo más compasivo, más evangelizador y más humano.

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Evangelio del domingo, 26 de junio de 2023

Jesús estaba adoctrinando a los apóstoles, preparándoles para la misión a la que les iba a enviar. Les había hablado de los peligros que podían tener en su predicación: ser perseguidos, insultados, estar entre lobos ellos que eran como ovejas. Y, claro, todo esto les había llenado de temor. Por eso Jesús les consuela y les dice: “No tengáis miedo”. Así también decía san Juan Pablo II desde el principio y otros papas.

Hoy también nos lo dice Jesús a nosotros, porque en este mundo, a pesar de decir que hay muchos adelantos, hay también muchos miedos. Y una señal de estos miedos es que todo se procura dejar bien cerrado: la casa, el coche o auto (recuerdo los años en que yo dejaba por la noche el coche abierto en la calle y con las llaves puestas). Hay miedo de perder el empleo, hasta de tener el dinero en el banco, miedo a los desastres, al terrorismo, etc. Y en el terreno religioso hay miedo a los cambios en la Iglesia, miedo al qué dirán en el apostolado, miedo al fracaso, a las críticas. La gente que vive atemorizada, suele pensar sólo en las fuerzas humanas y materiales. Y hasta los cristianos creemos poco en la ayuda de Dios.

Hoy Jesús quiere quitarnos los miedos como lo hizo con los apóstoles. Para ello les da unas razones. En primer lugar les dice que todo llegará a descubrirse. Por lo tanto no debemos fijarnos en lo que dirá la gente, sino en lo que Dios dirá de nosotros.Mucha gente seguirá opinando negativamente; pero no temamos hablar en nombre de Dios y de hacerlo con tranquilidad y a plena luz.  

La 2ª razón es porque no hay que temer a los hombres sino a Dios. No es que sea lo principal el temor de Dios. Normalmente debemos actuar por amor; pero si el amor no nos mantiene en la gracia, que al menos el temor de caer en el castigo eterno nos puede preservar del pecado. Este es el único temor bueno, que llega a ser un don del Espíritu Santo: el temor de perder a Dios o temor a nosotros mismos, a nuestra debilidad. Pero Jesús nos da confianza y nos dice que no tenemos por qué temer a los hombres. Lo más que nos pueden hacer es quitarnos la vida material, pero no la vida eterna. Dios sabrá sacar beneficios de nuestra muerte: para nosotros y también para otros y para la Iglesia. Se necesita fe para estar bien persuadido de que el mayor mal no es la muerte temporal sino la condenación y el pecado que la prepara.

La 3ª razón es que contamos con el cariño y la protección de Dios. Si Dios cuida hasta de los pajarillos ¿cómo no va a cuidar de nosotros? Hasta sabe el número de nuestros cabellos. Es difícil comprender la Providencia de Dios en nuestra vida cuando vemos tantas cosas que nos disgustan, cuando hay tantos desastres y vemos que muchas veces triunfa el mal y la injusticia. Sabemos que esta vida es de paso hacia “la nueva tierra y nuevos cielos”, Sabemos que Dios respeta la libertad de todas las personas, hagan el bien o hagan el mal; pero también sabemos que “todas las cosas las ordena Dios para bien de los que le aman”. Para muchos existe la buena o la mala suerte; pero nosotros sabemos que la Providencia divina lo ordena todo para nuestro bien, aunque a veces nos cueste verlo. Lo terrible es que nosotros muchas veces, con nuestra voluntad y nuestros pecados, actuamos contra el amoroso plan de Dios.

Dios no quiere la muerte, pero sí quiere que su mensaje llegue a todos. Por eso al discípulo que confiese públicamente a Jesús, Él dice que le reconocerá ante el Padre celestial. Jesús dice que estará cerca de las personas decididas a proclamar la verdad. Seguirá siempre la tentación a tener miedo, como aparece en la primera lectura del profeta Jeremías; pero aun perseguido a muerte, confía en el Señor, que le ha enviado a predicar. Hay que saber fiarse más de Dios, que siempre está a nuestro lado y que con su providencia gobierna todo el universo para nuestro bien. No sólo vela por todos en general, sino por cada uno de nosotros en particular.

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Parroquia Sagrada Familia