Crisálida

Recuerdo una mañana en que yo había descubierto una crisálida en la corteza de un árbol en el momento en que la mariposa rompía la envoltura y se preparaba a salir. Esperé un largo rato; pero tardaba demasiado, y yo tenía prisa. Nervioso, me incliné y me puse a calentarla con mi aliento. Yo la calentaba, impaciente, y el milagro empezó a realizarse ante mí, a un ritmo más rápido que el natural.

La envoltura se abrió, la mariposa salió arrastrándose, y no olvidaré jamás el horror que experimenté entonces: sus alas no estaban todavía desplegadas y con su pequeño cuerpo tembloroso, se esforzaba en desplegarlas. Inclinado sobre ella, la ayudaba con mi aliento... En vano.

Era necesaria una paciente maduración y el despliegue de las alas debía hacerse lentamente al sol; ahora era demasiado tarde, mi aliento había obligado a la mariposa a mostrarse, completamente arrugada, antes de hora. Se agitó desesperada, y, algunos segundos más tarde, murió en la palma de mi mano.

Yo creo que este pequeño cadáver es el mayor peso que tengo sobre mi conciencia. Pues, hoy, lo comprendo bien, forzar las grandes leyes es un pecado mortal. No debemos apresurarnos, no debemos impacientarnos. Seguir con confianza el ritmo externo.

Una vez más nos reunimos, como buenos discípulos, en torno a Jesús para seguir aprendiendo de Él. Hoy nos va a enseñar algo que puede venirnos muy bien a los cristianos, pues a veces nos creemos mejores que los demás y nos olvidamos que también nosotros tenemos nuestras cosillas y tenemos que ser más pacientes y comprensivos con los demás.

Parroquia Sagrada Familia