Después de la tormenta...
Decían que en la región más alejada del reino, allá arriba, en las cumbres más altas, habitaba un gran sabio.
—¿Por qué será que los sabios siempre viven en zonas peligrosas, difíciles de alcanzar? — pensó la joven mientras sacaba de su mochila lo que no iba a necesitar: el traje de baño, libros que ya había leído y otros que eran muy pesados para cargarlos. También tenía allí recuerdos de amigos y familiares y muchas otras cosas que acumuló desde que dejó su hogar en búsqueda de la sabiduría.
La dueña de la posada le dijo que no se preocupara por sus cosas, que le guardaría todo hasta su regreso.
La joven, con una cantimplora con agua y unos panes, se dirigió hacia el camino que subía hasta la cumbre más alta.
Estaba tan convencida de lo que deseaba, que ni las ráfagas de viento ni las tormentas de nieve la detuvieron. En un momento, pareció que la naturaleza se cansó de luchar contra ella y salió el sol. Era un sol abrasador, sofocante.
—No, la naturaleza no se cansó —pensó la joven—, cambió de estrategia.
El calor tampoco la detuvo. Por fin, una brisa suave la alivió y le brindó fuerzas para llegar a la puerta de la pequeña cabaña sobre la colina.
En la puerta, un anciano parecía esperarla. Se hizo a un lado y le señaló la mesa con dos platos de sopa humeando, el fuego encendido, una cama tendida…
La joven entró y esperó que el anciano hablara. Como no lo hizo, habló ella toda la noche contándole lo que padeció para llegar hasta ahí. El anciano la escuchó con atención, hasta que, agotada, cayó dormida sobre la cama cercana al fuego.
A la mañana siguiente, buscó al anciano y no lo encontró. Se quedó esperando que regresara un día, dos días… Un mes, dos meses, un año, dos años… Durante ese tiempo, aprendió lo necesario para sobrevivir, y se conoció a sí misma.
Un día, después de una tormenta terrible y un sol abrasador, vio venir a un joven por el camino. Le sirvió la sopa y escuchó en silencio cómo había buscado la sabiduría durante años, hasta que el joven se durmió cerca del fuego. A la mañana siguiente, la joven, que ya era una mujer adulta, regresó a su casa llevando la sabiduría que había encontrado durante su permanencia en la cabaña. El joven, cuando se despertó, buscó a la mujer, pero como no la encontró, la esperó, un día, dos… Un mes, dos meses, un
año, dos años…
La sabiduría se encuentra dentro de cada uno y florece cuando la compartimos.
La Sabiduría no es lo que se aprende en la escuela. Se puede cultivar en todos lados cuando estamos atentos, cuando escuchamos, cuando aprendemos de todos y de todas. Dios nos da su Palabra a través de su hijo. Cuando escuchamos a Jesús y vivimos en el amor, también crecemos en Sabiduría.