Peluche
Se estaba acercando la Navidad en nuestro pueblo. Lo que suele poner en movimiento muchos sentimientos diferentes. Desde los tiernamente familiares hasta aquellos religiosos más profundos. Y por supuesto otros no tan elevados, como los que tienen referencia a los hábitos alimenticios y los comerciales.
Una de las grandes jugueterías se había surtido generosamente a fin de satisfacer todos los requerimientos de sus clientes. En las estanterías podía verse de todo, desde artefactos bélicos de plástico, habitados por monstruos del más pésimo gusto televisivo, hasta muchas otras cosas bonitas y dignas de ser obsequiadas en la alegría navideña. Entre éstas se encontraba un precioso osito de peluche, de gran tamaño. Realmente era bonito. Parecía trasuntar cariño, y sus ojitos pequeños y brillantes le daban una extraña vida que cautivaba a quienes quisieran mirarlo con interés. Era un juguete valioso, y por tanto nada barato. Y Peluche lo sabía. Sin delirios de grandeza, él se sentía entre lo mejor que se podía conseguir en aquel lugar. Justamente ése era su drama. Porque los que tenían suficiente dinero como para comprarlo, no tenían niños a quienes obsequiárselo. Y los que tenían muchos niños carecían de dinero. El ser valioso era la causa de sus problemas. Porque a medida que se acercaba la Nochebuena, Peluche veía cómo las estanterías se iban vaciando de juguetes, mientras que él continuaba siendo admirado, pero sin que nadie se decidiera a adquirirlo para alegría de un niño. La ansiedad que había ido creciendo con las horas se le transformó en angustia, cuando vio que el dueño de la juguetería bajaba lentamente las pesadas cortinas metálicas de aquella juguetería. Luego se apagaron las luces y dentro reinó el silencio.
De afuera, en cambio, llegaba todo el bullicioso festejo navideño. En la oscuridad, a Peluche le entraron ganas de llorar. Se dio cuenta que pasaría la primera Navidad de su vida de la manera más triste que se podía imaginar. Solo y sin nadie con quien compartir todo eso valioso que sentía poseer. Lo que más le dolía era saber que se había quedado solo, justamente por ser valioso. Si hubiera sido barato ya estaría en manos de alguien, compartiendo la fiesta, aunque más no fuera que por unas horas. De repente se sobresaltó. Creyendo soñar, vio que la sala se iluminaba con una luz suave y bella. Y sus ojitos brillaron de estupor cuando vio al mismísimo Jesús, que había entrado en la juguetería con una gran bolsa en la mano. Había venido a buscar juguetes a fin de distribuirlos él también. Porque tienen que saber que aquí, a los chicos ricos son sus padres quienes les traen regalos. Mientras que a los pobres, se los manda Dios. Peluche tuvo la certeza de que esta vez alguien se lo llevaría con él para ser la alegría de un chico. Este Señor tenía muchos niños, y además era suficientemente rico como para pagar su precio y adquirirlo. Esperó, por tanto, con ansiedad, que se le acercara.
Cuando estuvo delante, el Señor lo miró -como nunca nadie antes lo había mirado- y le dirigió la palabra con toda naturalidad: Peluche, ¿quieres acompañarme esta Nochebuena para repartir regalos a los chicos? Y como la palabra del Señor es poderosa y da vida a todo aquél a quien se dirige, Peluche sintió que un extraño temblor se apoderaba de todo su cuerpo. Saltó de la estantería y dando cuatro vueltas en el piso se puso a bailar lleno de alegría. De no haber sido de peluche hubiera hecho un ruido infernal. Pero nadie sintió nada. Sobre todo porque todos estaban ocupadísimos, celebrando la Navidad. Tan entretenidos estaban en ello que ni siquiera vieron a Jesús con la bolsa al hombro y con Peluche de la mano, caminando por sus calles rumbo a la salida. Hubo quienes al verlo desde atrás pensaron que se trataba de un vagabundo, acompañado de su perrito. Es tan fácil confundir al Señor con un pobre cualquiera... ¡y más en Navidad!
Cuando ganaron las afueras del pueblo, Peluche quedó extasiado. Vio por primera vez la noche de los campos. El cielo estaba que hervía de estrellas. Los grillos cantaban desde los pastos y los bichitos de luz iluminaban la noche del verano. A lo lejos los perros y los gallos indicaban dónde vivían los pobres. - ¡Qué hermosa es la noche!, exclamó Peluche. - Sobre todo si vas de mi mano, le dijo Jesús. Y así fueron visitando las casas. Cuando se acercaban a una de ellas, Peluche sacaba de la bolsa un regalo, y entrando sigilosamente por la ventana abierta lo dejaba al lado de los niños dormidos. Y todavía se quedaba un ratito para mirarlos sonreír en sueños. Como sucede en Navidad. Y así se fue gastando la noche. Cuando ya quería ir saliendo el lucero, Jesús le dijo a Peluche: Mira, ahora vamos todavía a visitar la casa de Doña Matilde. El mejor de los regalos tiene que ser para su nietito, que está enfermo. Y nuevamente, mientras el Señor se entretenía con los perros de Doña Matilde, Peluche buscó en la bolsa el regalo mejor. Pero descubrió con sorpresa que ya no había más regalos. Estaba completamente vacía. Y perplejo se lo dijo a Jesús. Pero éste, guiñándole un ojo, como quien ya sabía el asunto, le dijo: - Haz como yo. ¡Regálate tú!.
Nota: Nunca se supo cómo hizo Doña Matilde para conseguirle a su nietito un regalo tan hermoso. Y hasta hubo gente malintencionada que sospechó de ella... Son tan ladrones los pobres... Si te acercas, te roban el corazón.