El que esté libre de pecado…
El partido de balonmano era muy difícil. Tenían que jugar de visitantes contra uno de los mejores equipos infantiles. Si no ganaban, descenderían de categoría. La presión era muchísima. La entrenadora les habló en el micro, en el vestuario y en la cancha. Las alentaba, les pedía concentración, no cansarse, pasarse la pelota, marcar como habían practicado... Las chicas estaban dispuestas a ganar, iban a salir con todo a la cancha. Su partido era el primero. A pesar de no ser locales, estaban alentándolas las jugadoras de las otras categorías que jugaban después y los padres. No bien entraron a la cancha, comenzaron a gritar y cantar. Parecía que estaban en su propia cancha y que era la final de un campeonato super importante.
El partido comenzó muy parejo. Se escuchaban los gritos de la entrenadora dando indicaciones, de las jugadoras que estaban afuera y de los padres. Cada uno gritaba algo diferente. Dentro de la cancha, las jugadoras no escuchaban nada. Su mundo era el juego, avanzar, retroceder, defender, atacar... Cada gol era celebrado con gritos y aplausos. El primer tiempo terminó con un gol arriba del equipo visitante, y esta ventaja se mantuvo hasta un minuto antes del final. En ese momento, algo le pasó a la portera. Se distrajo un instante. No había desayunado a causa de los nervios, y el olor de las hamburguesas en la parrilla la estaba matando. Sólo unos segundos desvió la vista para mirarlas, y le hicieron un gol, el gol del empate, el gol que nadie quería y que las llevaba al descenso. Se produjo un silencio total de parte de los visitantes. Todos se habían dado cuenta de que la portera estaba mirando para otro lado, desconcentrada del partido. Faltando apenas segundos, se produjo el milagro. Patri sacó y se la tiró a Cande, que se la pasó a Mari, la más chiquita y a quien nadie marcaba. Mari tiró. Tiró mal, pegó en el palo, se desvió y entró. Este gol se festejó como ninguno. Era su primer gol en el campeonato y el que les permitió mantenerse en la categoría.
Ya en el vestuario, la entrenadora comenzó a retar a la portera: que se había distraído, que no la iba a poner por varios partidos, que era un desastre, que por su culpa, casi se iban al descenso, que tenía que ser responsable, que de sus acciones dependían los demás... —Yo una vez me distraje con un pajarito que entró al gimnasio -dijo Patri. —Y yo cuando me había atado mal los cordones y me agaché a atarlos. ¡Qué golazo nos metieron! -dijo Cande. —La peor fue la vez que me distraje porque entró el chico que me gustaba, me tropecé y caí redonda al suelo, y todos se rieron sin parar -dijo Mari- ¿Usted nunca se distrajo? La entrenadora las miró una por una. Se habían puesto todas alrededor de la portera. ¡Eran un verdadero equipo! —Sí, yo también me distraigo muchas veces, disculpen: por estar preocupada por ganar el partido, perdí de vista lo valiosas que son.
¿Qué haces cuando ves que alguien se equivoca? ¿Eres comprensivo, entiendes lo que le sucede al otro?. Terminando este camino de Cuaresma que nos lleva a la Pascua, vamos a poner todas nuestras fuerzas en AMAR. Amar no es sólo un sentimiento. Cuando amamos, hacemos algo por los demás, los ayudamos, los escuchamos, los aconsejamos y buscamos su bien.