Los tres caracoles y el monstruo con un solo ojo, en la frente

Tres caracoles vivían en una hermosa casa con un gran árbol de aguacates en el fondo de su jardín. Por la noche, antes de dormirse, amasaban pan y lo dejaban reposar hasta la mañana siguiente. Amanecían con el Sol, se saludaban, prendían el horno, metían el pan hecho bollitos, se lavaban la cara y salían a buscar un aguacate para desayunar. Pelaban el aguacate, lo pisaban en un plato con un poco de sal y lo untaban sobre los panes. Desayuno de reyes, decían... aunque no tenían la menor idea de qué desayunaba un rey. Un día, se encontraron con que en el árbol no quedaba ni un aguacate y descubrieron unas huellas que venían... y luego se iban... —Sigamos las huellas. Pero primero apaguemos el horno.

Atravesaron el bosque y llegaron a una gran cueva. Los tres caracoles descubrieron una montaña de aguacates y, casi pegadito a ella, un monstruo con un solo ojo, en la frente que, por suerte, como diría mi abuela, dormía a pata suelta. Arrastrándose despacito, lentamente, en cámara lenta, sacaron un aguacate. Con tanta mala suerte y tan poco conocimiento de la física, que la montaña se desmoronó sobre sus cabezas. Los tres caracoles quedaron aplastados y, aunque eso pudiera parecer lo peor que les podía pasar, no fue así. Lo peor de lo peor fue que el monstruo, con un solo ojo, en la frente, se despertó por el ruido. —¿Qué están haciendo con los aguacates? —¡Con nuestros aguacates!, querrás decir. —Los aguacates, en todo caso, son del árbol... —Y el árbol es nuestro... —¡Ah... ¿sí?! —Sí, está en nuestra casa. El monstruo con un solo ojo, en la frente, no quiso continuar una discusión que les hubiera llevado varias vidas y decidió solucionar el problema por otro camino. —¿Qué hacéis vosotros con los aguacates? —preguntó mientras, con mucho cuidado corría los frutos, que todavía apretaban a los caracoles. —Comemos todos los días uno en el desayuno. —Espectacular, vengan por las mañanas a desayunar conmigo. Yo pongo la limonada, hago la mejor del bosque. Los tres caracoles pusieron cabeza con cabeza, pensaron y resolvieron que era muy buena idea. Una de las tantas mañanas, mientras estaban atravesando el bosque, detrás de un árbol, apareció una serpiente hambrienta, y se los quiso comer. Los caracoles gritaron, corrieron, gritaron y corrieron hasta la cueva. Entraron y se escondieron detrás del monstruo con un solo ojo, en la frente. El monstruo con un solo ojo, en la frente, detuvo a la serpiente y preguntó el motivo de su visita. —Tengo hambre, y los caracoles se me antojan deliciosos. —Si vamos a comer todo lo que se nos antoja, estamos fritos —dijo el monstruo con un solo ojo, en la frente—. Desayuna con nosotros y mañana, cuando los caracoles pasen por el bosque, vienes con ellos. —Yo puedo traer unos huevos de la granja vecina. Luego se sumó el puma con unas cebollitas, y el desayuno ya era casi un almuerzo, y más todavía cuando se sumó un conejo, que agregó unas zanahorias, un perro con el queso que le sacaba a su distraído amo, un león que llevaba diente de león...

Hasta que una mañana, no entraron más en la cueva, que aunque era muy grande, no era infinita ni elástica. —Basta, fuera todos de mi cueva—dijo el monstruo con un solo ojo, en la frente, mientras se sacaba un caracol de la oreja. —¿Tu cueva? —preguntaron los caracoles— ¿quién dijo que es tuya? Y, antes de que se iniciara una discusión que les hubiera llevado varias vidas, decidieron solucionar el problema por otro camino: aprovecharon un gran árbol caído y lo transformaron en mesa. Desde entonces, todos los animales del bosque desayunan juntos... ¡a la canasta!.

¿Qué se produjo en el bosque? ¿Puedes hacer algo similar en tu vida?. Jesús es pan, alimento. La comida sirve para darnos fuerza, para darnos vida y también para encontrarnos con otros, para compartir. El momento de las comidas es tiempo de conversar, de preguntarle al otro cómo le fue, qué hizo, por qué está contento, triste o enfadado... Que nuestras comidas sean momentos de encuentro, agradecimiento y compromiso para que todos tengan el alimento necesario en su mesa.

Parroquia Sagrada Familia