Observación
Santiago pidió a sus padres colocar su cama debajo de la ventana. En un primer momento, no aceptaron porque por ahí entraba mucho frío. La ventana era vieja y, por más burletes que le pusieran, era inevitable que se filtrara viento durante las noches de invierno. A él le gustaba ese sitio porque, acostado sobre la cama, veía el cielo. Su habitación daba a la calle. Hacía bastante tiempo que el farol estaba roto. Las casa vecinas eran bajas, no había tiendas y las noches eran muy oscuras.
A Santiago no le gustaba irse a dormir solo, y a sus padres les gustaba acompañarlo un rato mientras se dormía. —¿Quieres que baje la persiana? –le preguntaban todas las noches–. Total el farol está roto y no entra nada de luz proveniente de la calle. —No, me gusta dormirme mirando el cielo, las estrellas brillan con más fuerza. Su papá y su mamá llegaban cansados y muchas veces se quedaban dormidos sobre la cama de Santiago; cuando se despertaban a las dos o tres horas para pasarse a su cuarto, Santiago ya estaba profundamente dormido. Una mañana, Santiago se levantó y fue hacia la cocina. Sus padres desayunaban y era evidente que estaban muy enfadados. —¿Estáis peleando? —les preguntó. —No, estamos enfadados por el farol. Hicimos numerosas reclamaciones a través de cartas firmadas con los vecinos, mandamos fotos de la calle oscura a los diarios, nos paramos con carteles en la puerta del ayuntamiento, nos quejamos en la radio, pero no obtuvimos resultados favorables, el foco de la calle siegue roto. No vino nadie a verlo. —¿Por qué quieren que lo arreglen? –preguntó Santiago –. A mí me encanta dormirme mirando las estrellas; con el farol veo muchas menos. —Porque está muy oscuro, no se ve nada; si llegamos de noche, tenemos que usar linterna. ¡Hace más de tres meses que estamos así —Pero está buenísimo, mamá me dijo que de cada cosa podíamos aprender. —¿Dices que podemos aprender a arreglarlo nosotros? —No, digo que gracias a que estuvimos todo este tiempo sin el farol, desde mi ventana se veían las estrellas y la Luna. Me di cuenta de que hay un día en que la luna no se distingue, es como si hubiera desaparecido, aunque estoy seguro de que está ahí, ¿no? No se puede ir a ninguna parte. Ese día hay muchísimas más estrellas. Después, va creciendo, como una medialuna que va engordando hasta que un día está toda entera, brillante. Después va adelgazando hasta desaparecer nuevamente.
Santiago sacó un cuaderno de su mochila. —Miren, por la mañana, antes de levantarme, dibujo cómo la vi antes de dormirme. Ven, se repite cada tanto el mismo dibujo. Le voy a mostrar a la maestra y a preguntarle si sabe por qué. ¿O ustedes saben? —Sí, dijo la mamá, si quieres, a la vuelta miramos algún video de los ciclos lunares... A la salida de la escuela la maestra pidió a la mamá que se quedara un minutito para hablar. —Hoy Santiago trajo un cuaderno y se lo mostró a todos los compañeros. Tuvimos que ir a la biblioteca para mirar libros. Ahí vio un telescopio y le fascinó. Mi papá tiene uno pequeño en su casa, es amigo del abuelo de Santiago. Seguro le encantaría poder mostrarle a alguien lo que mira durante horas por la noche. No ha podido contagiar a ninguno de sus hijos esa pasión. La noche que Santiago miró por el telescopio y vio la Luna como si pudiera tocarla, le cambió la vida. Supo que quería aprender más y más. —Vas a ser muy bueno en lo que hagas –le dijo el padre de la maestra–. Tienes las capacidades necesarias para lograr tus deseos: curiosidad, capacidad de observación, ganas de comunicar lo que aprendiste y no tener miedo ni vergüenza para preguntar. Puedes venir cuando quieras.
¿Eres curioso? ¿Qué te entusiasma?. Hoy celebramos la Vida, así con mayúscula. Jesús venció todo lo que representa la Muerte. Venció al egoísmo, la maldad con la “levadura de la pureza y la verdad”. Se puede vivir diferente, se puede vivir amando, es bueno intentarlo. No importa si es fácil o difícil, porque si lo logramos, nos sentiremos bien y haremos que los que están a nuestro lado se sientan bien. La resurrección de Cristo no se trata de la reanimación física de un cadáver que morirá después. Cristo resucita con un cuerpo glorioso para vivir para siempre junto al Padre. Él se queda con nosotros a través de su Espíritu, enviado en Pentecostés.