Rogar a Dios
Estaban a mitad de año cuando los padres de Miguel le avisaron que se iban a ir de viaje durante dos meses. Antes de que le explicaran cómo iba a ser, Miguel, que era muy inquieto, les hizo mil preguntas: ¿Con quién se quedaría? y, ¿Cómo se comunicarían?, ¿Era necesario que se fueran tanto tiempo...? La mamá y el papá se rieron y le explicaron que no se iban a ir solos, lo llevarían con ellos. Ambos eran bailarines de la misma compañía y les salió una gira por Asia; irían a China, Japón y Rusia. Una gran oportunidad para bailar en los mejores teatros del mundo.
Miguel todavía estaba en la primaria y no tendría problemas con las faltas. Las maestras les dieron los temas que debía preparar y comprometieron a los bailarines para que, a la vuelta, fueran a contar al resto de los compañeros lo que habían hecho. Les mostrarían fotos de los teatros y los harían escuchar la música. Es decir que Miguel tendría una actividad para cada materia, incluso las especiales. A Miguel no le entusiasmaba demasiado la idea. Sabía que sus padres trabajarían duro, tendrían muchas horas de ensayo, de camarines, y pensaba que él se quedaría dormido en un sofá mientras su mamá y su papá bailaban. Una vez o dos vería la obra, pero pensar en eso lo agotaba. Sabía también que sus padres eran estrictos con el estudio y, por lo tanto, en los ratos que ellos tuvieran libres se sentarían a su lado para hacerlo estudiar. También pasearía y conocería lugares que la mayoría de sus compañeros sólo ven en el ordenador. Pero ese año en la escuela tenían muchas cosas para decidir: el viaje de fin de primaria, el buzo, a qué escuela irían al terminar la primaria... Para colmo, no le dejaron llevar el móvil. Sabían que muchas veces, después de un viaje al exterior llegaban cuentas que no se podían pagar. —De todas formas —le dijeron, puedes seguir conectado a través del ordenador. Miguel le hizo jurar a sus amigos que le escribirían y lo tendrían al tanto de lo que pasaba en la escuela.
Durante los primeros días fue así. Pero, al pasar el tiempo, se olvidaron de escribir y a Miguel se le dificultaba comunicarse. Cuando regresó de la gira, los compañeros lo esperaban para comentarle las últimas novedades. Le manifestaron que era una suerte que no hubiera estado, porque se evitó las peleas por el color del buzo, por ver adónde iban, quién los acompañaba, cómo lo pagaban... Hasta los padres se pelearon en la puerta y la directora tuvo que separarlos. —¡Tú no tuviste que hacer nada! —Sí que hice —dijo Miguel—, cuando no tuve más noticias, rezaba todos los días. —Eso no es nada. —Sí que es —afirmó Miguel—, yo estaba pidiendo a Dios para que todo se resuelva, y creo que eso es muy valioso. —Tiene razón —intervino la maestra—. La oración nos fortalece, nos comunica con Dios, nos reúne aunque estemos lejos. De esa forma, Miguel pensó en nosotros y nos ayudó.
Rezar por el otro es un acto de misericordia. Es poner las intenciones y las necesidades de los demás en las manos de Dios, es desearles un bien.
Cada domingo de Cuaresma reflexionaremos en un paso del camino de la misericordia.
1.- El primer paso es: “mirarse hacia adentro”.
2.- El segundo paso es: “salir de uno mismo”. Una vez que sabemos con qué contamos, cómo somos, qué podemos brindar a los demás, tenemos que ponernos en camino. Puede surgir la tentación de “hacer tres carpas” porque estamos cómodos. Sin embargo, Jesús nos invita a ir hacia el que sufre.