Tolerar los defectos de nuestros prójimos
En un barrio donde las casas no están pegadas una a la otra y están rodeadas de jardines, vivía una señora; la llamaban Carmencita.
Carmencita reunía a sus amigas de la escuela en su casa todos los sábados. Preparaba tarta de ricota y té en hierbas que ella misma cultivaba. Sus amigas llevaban algo salado. Todo debía ser casero, hecho con las propias manos.
En general, pasaban una tarde genial, recordando lo que habían vivido, cómo era el pueblo hacía unos años y criticando un poco. Quién había cambiado el coche, quién esperaba un hijo, quiénes estaban saliendo, quiénes habían cortado, se habían ido, habían conseguido un puesto mejor o los habían echado... Nada de lo que sucedía en el pueblo escapaba a las charlas de los sábados.
Cierta vez, se puso en venta la casa de al lado. Desde la ventana del comedor se veía el jardín del vecino. Nunca se preocuparon por el cerco, porque eran amigos y no tenían problemas entre ellos.
Los nuevos eran una familia con tres niños. Los padres trabajaban durante la semana y los sábados era el día en que lavaban la ropa. Su anterior vecina tenía una pequeña cuerda en el fondo, pero ahora, con tanta gente, tantas sábanas, ropas, medias... no era suficiente. Su nueva vecina puso dos palos y una cuerda justo delante de la ventana.
Carmencita se puso de muy mal humor. Iban a venir sus amigas y verían toda esa ropa colgando; espantoso. Como diría mi abuela, Carmencita no tenía pelos en la lengua. Salió de su casa y tocó el timbre de la vecina. Se presentó y le dijo que por favor, saque esa cuerda o descuelgue la ropa antes de que llegaran sus amigas.
La señora le explico que no la podía poner en otro lugar porque sus hijos jugaban a la pelota o andaban en bicicleta mientras con su marido ordenaban y preparaban las cosas para la semana. Pero, se comprometía a plantar una enredadera para que no se viera a través del alambre y, mientras tanto, descolgaría la ropa antes de las seis.
Y así hizo durante varios sábados, hasta que una vez, en que llovió toda la semana, se le juntó más ropa que de costumbre. Uno de sus hijos tuvo fiebre y no pudo descolgar las sábanas a tiempo.
Cuando llegaron las amigas de Carmencita se sentaron a tomar el té y la única que estaba preocupada por las sábanas era ella. Nada más sentarse a la mesa empezó a criticar a su vecina: “Para colmo, cuelga sábanas sucias, se ve que no sabe lavar. Las mujeres de ahora van a trabajar afuera, yo lo vi al marido tendiendo esas sábanas que están todas manchadas. Pobre hombre...”
Mientras hablaba, una de sus amigas se puso de pie y se acercó a la ventana. Sin decir nada, la abrió, sacó su mano y pasó el dedo por el otro lado del vidrio. Carmencita no terminó la frase; en ese momento se dio cuenta de que lo que estaba sucio era su ventana y no la ropa de los vecinos. La lluvia había ensuciado el vidrio y ella estaba viendo a través de la tierra que tenía su ventana.
No hicieron falta palabras. Las amigas se conocían desde siempre y se alegraron de que Carmencita, por una vez, se quedara sin palabras y dejara de criticar a los demás.
Tolerar no es sinónimo de aguantar hasta que estamos a punto de estallar. Tolerar es sostener al otro, es apoyarnos mutuamente para superar las dificultades o lo que hacemos mal.
Carmencita estaba tan preocupada por las apariencias y por ver los defectos del otro que no veía los suyos. ¿Somos tolerantes con los demás? ¿Nos ayudamos mutuamente para superar las dificultades?.
Empezamos la preparación para la Pascua. Vamos a hacerlo pensando que cada domingo de Cuaresma en un paso en el camino de la misericordia.
El primer paso es: “mirarse hacia adentro”.
Para poder amar, tenemos que saber qué dones tenemos, qué capacidades ha puesto Dios en nuestro corazón. Sólo podemos dar lo que tenemos y sabemos que tenemos. Es el momento de descubrir nuestras capacidades y lo que debemos mejorar.