Brindar alimento al que lo necesita
En una pequeña escuela pública de la Provincia de Buenos Aires, los padres y docentes se organizaron para, además de mantener la escuela en condiciones, ayudar al que lo necesitaba. Cada año, semanas antes de comenzar las clases, se reunían, recorrían las aulas, los baños, el patio, la cocina y todos los salones mientras anotaban en un cuaderno lo que hacía falta. Lamparitas, sillas, bancos, baldosas... Algunos padres se subían al tejado y destapaban los desagües o buscaban tejas rotas o se fijaban si la membrana estaba levantada. Luego se reunían en un salón y, picoteo de por medio, hacían una lista de prioridades; pensaban formas de recaudar dinero y organizaban jornadas de trabajo.
Hacía muchos años que habían notado su gran capacidad organizativa, y que por lo tanto, además de colaborar con la escuela, podían desde allí, junto con los docentes y los alumnos, hacer algo por el barrio o por la gente que lo necesitara. Por eso, después de establecer las necesidades de la escuela, los padres que lo deseaban, presentaban lugares o instituciones a las cuales ayudar durante todo el año. Es decir, pensaban una ayuda organizada, reconociendo las necesidades del lugar; que va más allá de sacarse de encima lo que no se usa en casa. Este momento del encuentro era el más enriquecedor, porque establecía un trabajo de conjunto con toda la comunidad educativa.
Un año armaron un “Ropero abierto” para una sociedad de fomento de un barrio con carencias. Buscaron ropa, la lavaron, la desinfectaron, la clasificaron... Los chicos tejieron bufandas, gorros... Los abuelos hicieron cuadraditos con retazos de lana que llevaron los chicos y armaron mantas... Con lo que recaudó el barrio a través de la venta, se terminó de armar la cocina donde merendaban más de cincuenta niños por día.
Otra vez ayudaron a un hospital y muchos padres quedaron como voluntarios acompañando enfermos.
Un año decidieron colaborar con el comedor de una parroquia que daba la cena a personas que vivían en la calle o de muy bajos recursos. Muchos se bañaban en la parroquia y comían allí. Otros buscaban la comida y la llevaban a su casa para cenar en familia. El comedor no sólo necesitaba comida, sino pintura, nuevas cazuelas, platos, vasos, manteles, toallas... Era un gran desafío. No se trataba de cocinar siempre fideos, pollo, arroz; sino de preparar algo rico y nutritivo, y organizar a la gente para que ella también participe.
Buscaron entre madres y padres los que fueran médicos, nutricionistas, cocineros, psicólogos, asistentes sociales, pintores, albañiles... Los docentes pensaron con los chicos qué actividades realizar para juntar dinero, los más mayores organizaron jornadas de arreglo de bancos y pintura... Esto llevó mucho tiempo. Algunos padres organizaron charlas para entender el porqué de las personas que viven en la calle... Se trataba de mucho más que juntar cosas materiales. Estas actividades, además de beneficiar a otros, unían a la comunidad educativa que dejaba de mirar sólo sus necesidades y se abría hacia el exterior.
Cuando llegaba fin de año, en cada curso se exponía el trabajo realizado, se compartían las actividades, se daba cuenta de lo recaudado, de las iniciativas llevadas a cabo y de las que no resultaron... Tenían la costumbre de registrar cada actividad o donación, para informar y evaluar.
La maestra de quinto felicitó, delante de todos, a Fermín por su colaboración en la campaña de ese año. Sus compañeros lo aplaudieron con entusiasmo porque era muy querido. Fermín se acercó a la maestra y le preguntó:
—¿Por qué me felicitó? Yo no traje muchas cosas, mis compañeros pusieron más que yo.
—Te felicité porque tu diste todo lo que podías dar. Sé que cada paquete de azúcar o galletitas que trajiste lo hiciste ahorrando de lo que compras en el bar. También me enteré de que una vez por semana fuiste con tu mamá a ayudar a servir y a jugar con los niños que van al comedor. Pero, lo más importante es que lo haces sin esperar que otros lo reconozcan, lo haces porque tienes un gran corazón.
Fermín fue al recreo con una sonrisa enorme. Ese año fue maravilloso y lo marcó para el resto de su vida. Recibió mucho más de lo que dio.
Alimentar al hambriento es un acto de misericordia. Alimentar no sólo es dar de comer, es hacerlo por amor y porque reconocemos en el otro a un hermano.
¿Qué puedes hacer para ayudar al que tiene hambre? .