No ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista
Hoy, como el domingo anterior, la Iglesia nos presenta la figura de Juan el Bautista. Él tenía muchos discípulos y una doctrina clara y diferenciada: para los publicanos, para los soldados, para los fariseos y saduceos... Su empeño es preparar la vida pública del Mesías. Primero envió a Juan y Andrés, hoy envía a otros a que le conozcan. Van con una pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3). Bien sabía Juan quién era Jesús. Él mismo lo testimonia: «Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo’» (Jn 1,33). Jesús contesta con hechos: los ciegos ven y los cojos andan...
Juan era de carácter firme en su modo de vivir y en mantenerse en la Verdad, lo cual le costó su encarcelamiento y martirio. Aún en la cárcel habla eficazmente con Herodes. Juan nos enseña a compaginar la firmeza de carácter con la humildad: «No soy digno de desatarle las sandalias» (Jn 1,27); «Es preciso que Él crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30); se alegra de que Jesucristo bautice más que él, pues se considera sólo “amigo del esposo” (cf. Jn 3,26).
En una palabra: Juan nos enseña a tomar en serio nuestra misión en la tierra: ser cristianos coherentes, que se saben y actúan como hijos de Dios. Debemos preguntarnos: —¿Cómo se prepararían María y José para el nacimiento de Jesucristo? ¿Cómo preparó Juan las enseñanzas de Jesús? ¿Cómo nos preparamos nosotros para conmemorarlo y para la segunda venida del Señor al final de los tiempos? Pues, como decía san Cirilo de Jerusalén: «Nosotros anunciamos la venida de Cristo, no sólo la primera, sino también la segunda, mucho más gloriosa que aquélla. Pues aquélla estuvo impregnada por el sufrimiento, pero la segunda traerá la diadema de la divina gloria».