Jesús, María y el padre protector
En estos días de Navidad, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, y os invito a pararnos a pensar en esa estampa maravillosa, en ese cuadro idílico de José, María y el niño Jesús. Frente a Dios, María cobra protagonismo en esta familia, Jesús podría haber nacido en cualquier familia, pero ¡no! eligió a María para ser la madre de Jesús, llena de virtudes y valores, de entereza, fe, confianza y esperanza, que sólo busca la voluntad de Dios. Jesús al encarnarse tenía que recorrer el camino humano, sentir en sus carnes el amor de su padre adoptivo, y empaparse de la ternura y cariño de su madre. ¡Qué olvidado tenemos a José! apenas hablamos de él, solo nos acordamos en Navidad, para ponerlo como figurita en nuestro Belén ¿por qué? Es como si no hubiese hecho nada, como si no hubiese influido en Jesús y tan sólo fuera un adorno.
El Evangelio de hoy nos lo explica muy bien, es el arquetipo de hombre cristiano que acoge lo que el Señor le dice. Permitidme que desmenucemos y que analicemos el Evangelio de hoy, paso por paso y nos demos cuenta de las virtudes y el amor de ese hombre tan maravilloso que era José: -A lo mejor, sin José, Jesús no hubiera nacido del vientre de su madre, reconoció a María como su mujer, aun sabiendo que aquel niño no era su hijo, sólo por amor ¿Cuántos hombres lo hubiesen hecho en aquella época? -Herodes hubiese matado a Jesús junto con tantos niños que murieron asesinados en Belén, si José no hubiese cogido a María y al niño e irse corriendo a Egipto. ¡Cuántos padres desconsolados, cuantos corazones desgarrados aquellos días! -También no olvidemos que, gracias a José, Jesús pudo llegar al día del Calvario.
¿Cuántos hombres sacrificarían todo, cogerían a la madre y al niño, se irían a un país extranjero, y encima con una incógnita, sin saber hasta cuándo? ¡Cuánta obediencia! ¿Y la huida a Egipto, como sería? -Imagino a José como padre y esposo protector, pasando hambre y frío y dándoles lo poco que encontrara para comer, estaría cansado, cargando con lo poco que tenían y sin rumbo fijo, tendría noches sin dormir preocupado por los caminos tan peligrosos y durmiendo al raso, siempre alarmado, y por si fuera poco, humillado, tratando de buscar trabajo o sacar algún dinerillo para poder comer, sin conocer el idioma… ¿Cuánto sufrimiento? Siempre de acá para allá primero a Egipto, luego a Israel, y por fin Nazaret. Me vienen a la cabeza todas las familias inmigrantes, que viven día a día sin saber cuál será su destino y algunos ni siquiera pueden llegar a buen fin y se quedan en el camino. La familia de Jesús, no dista de tantas y tantas familias que hoy en día sufren dificultades, algunos no les alcanza para los gastos básicos del hogar, pero seguimos cerrando los ojos, pasando de largo ante ellos, sin casi mirarlos y mucho menos prestarles una ayuda. En ciencia y confort habremos avanzado mucho, pero en humanidad y en ética permanecemos en la edad de piedra. José y María supieron escuchar la voz de Dios, sobre todo en los momentos adversos, con fe, mucha fe, ese don maravilloso que todos pedimos insistentemente en nuestras oraciones. Los dedos de la mano de Dios son los que escriben nuestra historia, nuestra vida no es una novela, más bien es una sucesión de cuentos, unos felices y otros no tanto, cuyo autor es Dios, que nos sorprende y nos desbarata, mostrándonos que una vida con dificultades y sobresaltos es más rica y alentadora que una vida en el hastío y en el sinsentido.
En el corazón de la Navidad celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Dios es familiar. María y José, con Jesús, formaban una familia. No puede ser de otra forma. Cuando hablamos de calor de hogar, de apoyo inquebrantable, de alegrías y penas compartidas, estamos hablando de la familia.