Perdón al enemigo
Durante la guerra de la independencia de los Estados Unidos un hombre fue condenado a muerte por alta traición. Un soldado que se había señalado por sus grandes acciones heroicas se acercó a Jorge Washington para suplicarle que perdonara a aquel hombre que estaba condenando a morir.
Washington le contestó de esta manera: Siento mucho no condescender a la súplica que usted me hace por su amigo, pero en estas condiciones no es posible. La traición tiene que ser condenada a muerte.
El suplicante repuso: Pero si es que yo no le suplico por un amigo sino por un enemigo.
El general reflexionó por unos instantes y después le dijo: ¿Me dice usted que no es su amigo sino su enemigo? Este le contestó: Sí, es mi enemigo. Me ha injuriado, me ha causado grandes males.
Washington le dijo con voz pausada: Esto cambia el cuadro de la situación. ¿Cómo puedo rehusar la súplica de un hombre que tiene la nobleza de implorar el perdón para su enemigo?
Y allí mismo le concedió el perdón.
Es muy hermoso reunirse los hermanos en el Día del Señor para celebrar la vida y la fe que Dios nos ha regalado. Hoy, en este segundo domingo de Adviento, seguimos expresando que ponemos toda nuestra esperanza en el Dios de Jesucristo, en el Dios del Amor y de la Vida. Pero también queremos acoger su invitación para preparar nuestro corazón para que Jesús siga naciendo en nosotros. Es más, como vamos a escuchar hoy en la Palabra, Él cuenta con nosotros para que le preparemos el camino y muchos otros se puedan encontrar con Él y experimentar su amor y su salvación. Nosotros tenemos puesta nuestra esperanza en Dios y Dios tiene puesta su esperanza en nosotros.