La carcoma de la virtud
Un príncipe en la corte de Sicilia tenía a su servicio dos soldados. Uno pasaba por muy envidioso. El otro por muy avariento. Queriendo el príncipe ponerlos a prueba reunió a ambos y les dijo que se proponía darles a cada uno un premio, haciéndoles observar, no obstante, que el primer solicitante recibiría el objeto de su deseo, y el segundo el doble del primero.
Les concedió un poquito de tiempo para que se decidieran. Los dos permanecieron silenciosos y meditabundos, no queriendo ninguno de ellos adelantarse en su solicitud. El 36 avaricioso decía: Si pido primero me tocará sólo la mitad que a éste. Asimismo, el envidioso discurría en sus adentros: No seré el primero en pedir, pues no consiento que a este grandísimo avariento le toque más que a mí.
El príncipe se dirigió al envidioso y le ordenó que manifestase su deseo. Vaciló un instante y se dijo para sí: ¿Qué pediré? Si pido un caballo, le tocarán dos a éste. Si pido una casa, recibirá dos. Ya caigo en la cuenta. Le pediré un castigo para que él reciba dos. Se volvió al príncipe y le dijo: Suplico a su majestad mande que se me saque un ojo. El príncipe lanzó una ruidosa carcajada. No accedió a su petición, pero al menos pudo captar hasta dónde era capaz de llegar la maldad del hombre.
En este día del Señor nos reunimos con nuestro Maestro para agradecerle tantas cosas hermosas que tenemos, pero también para pedirle que nos ayude a construir un país más justo y solidario, más equitativo y fraterno, donde todos nos ayudemos como hermanos a crecer como personas y a construir una Patria hermosa y feliz para todos. Dispongámonos, pues, a vivir con mucha alegría y gratitud nuestra celebración eucarística.