¡Qué me conviene!
Hay frases que se repiten en las familias. “No se toma vino si se come sandía”, “hay que esperar dos horas después de comer para meterse en la piscina”, “no se levantan las cosas de la calle”... En la familia de Andrés, tenían la costumbre de decirle de quién podía ser amigo o no. “Ese te conviene, esa no”. Algunas veces, tenía sentido, pero otras, era porque las madres no se llevaban bien o los padres se habían peleado. La frase: “No te juntes con...” resonaba permanentemente en Andrés, que fue dejando de lado amigos y compañeros con los que ni siquiera trabajaba durante la hora de clase.
—Tienes que hacer el trabajo en grupo, no tu solo —le decía la maestra. Él no le hacía caso, y su madre le avalaba. Andrés no se juntaba con otros compañeros ni compañeras. Algunas veces, había discutido con su familia porque quería acercarse a algún compañero, pero, al final, siempre los obedecía y se quedaba solo. Andrés terminó la escuela sin amigos.
Al poco tiempo, se olvidó de sus compañeros, ningún recuerdo había atesorado durante esos años. Ingresó en la facultad. Una noche, sufrió un accidente y tuvo que faltar durante un largo período. Estando en cama, en su casa, comenzó a recibir mensajes de uno de sus compañeros. Se interesaba por su salud y le enviaba el material de estudio. Después de la clase, cuando regresaba a su casa, pasaba todo lo que habían hecho en un word y se lo enviaba.
Después de dos meses, Andrés se reintegró y estaba a la par de sus compañeros. No había perdido nada de lo dado. Tenía los apuntes, las lecturas, los trabajos prácticos... Buscó a su compañero para agradecerle personalmente lo que había hecho por él y preguntarle por qué lo había hecho.
—Para que no pierdas el año, simplemente por eso, –le contestó–. Además, nos conocemos desde chicos, fuimos a la misma escuela. Estábamos juntos en el taller de música, el que se hacía por la tarde. Yo era el de gafas. Andrés lo recordaba perfectamente porque siempre estaba de buen humor, sonriente, aunque nunca se había juntado con él. Lamentó lo que se había perdido durante tantos años.
¿Hubieras tenido la misma actitud de Andrés? ¿Qué hubieras podido hacer en su lugar? No se trata de “juzgar” a Andrés. El hizo lo que pudo, sino de imaginar cómo resolver situaciones similares. Nosotros no creemos en tres dioses, creemos en un solo Dios que se manifiesta a través de sus obras y palabras como Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Un Dios que es familia, amor y comunidad. Ojalá nos animemos a sumergirnos en su gran amor y vivir a imagen de él, es decir, amando y dejando de lado el individualismo que nada tiene que ver con lo que Jesús nos enseñó.