Vio y creyó
—Dale, levántate, vístete, mira cómo está el día. Te dije que iba a estar bonito. Ya te preparé la comida, la mochila y el zumo. Apúrate que el autobús sale en unos minutos. La madre de Marta hacía el mayor esfuerzo para convencer a su hija de que fuera al campamento. Marta no disfrutaba de esos viajes. Prefería quedarse en su cuarto, con el ordenador, leyendo, sentada en algún lugar sin hierba, ni barro, ni hormigas.
—Eres un bicho de ciudad -le decían sus padres. —Y sí, nací aquí y pasé toda mi vida en este apartamento. Lo único que conozco de tierra es la maceta del balcón. —Va a ser un día espectacular. El sol brilla con fuerza. Todavía no llegó el frío del invierno. El otoño es hermoso. Las hojas sobre la hierba, de diferentes colores... Ideal para hacer un picnic. Cada palabra que decía su madre llenaba más de temor y de seguridad a Marta. Temor por lo mal que lo iba a pasar y seguridad de que no quería ir. Pero esto último no era discutible. Conocía a su madre y sabía que, cuando se le metía algo en la cabeza, era imposible hacerla cambiar de opinión. La consolaba la idea de que sólo serían unas horas de pasarlo mal.
Estaba por subirse al autobús, cuando su madre la llamó y le pidió el móvil. —Déjame el móvil, donde van no hay internet y no tienes crédito. Así que dámelo para que no se pierda -le dijo. Ya está, pensó Marta, nada peor podía pasar. Sentía que le faltaba algo en la mano, acostumbrada a sostener el móvil. Subió al autobús y se sentó del lado de la ventanilla. Se haría la dormida y nadie la iba a molestar. El último que subió fue Pedro, quién, al no encontrar otro lugar, tuvo que sentarse a su lado. Pedro se mareaba en los viajes y, para no sentirse mal, tenía que hablar. Marta no lo podía creer, Pedro no la dejaba tranquila.
Pero, al poco tiempo, se encontró riendo a más no poder. Pedro no solo hablaba, hablaba tonterías, era la forma de tranquilizarse. Nunca lo había escuchado decir tantas locuras juntas. El resto de los compañeros se asomaban para escucharlo. Cuando llegaron al lugar del campamento, Marta era otra. Jugó todo el día, se ensució y se divirtió como nunca. Comió sentada sobre la hierba, compartiendo su comida con el resto de los compañeros. Cuando llegó la hora de volver, le pareció que el tiempo había transcurrido rápidamente. En el viaje de vuelta, Pedro y Marta se eligieron para sentarse juntos y conversaron acerca de todo lo que vivieron ese día. La madre se sorprendió porque Marta bajó con una gran sonrisa, y se alegró al verla despedirse de sus compañeros con alegría y subir al coche sin parar de hablar de lo bien que lo había pasado. Ni se acordó durante un rato de pedirle el móvil. —Qué bien que fui y vi lo que era una convivencia. ¡Lo que me hubiera perdido!.
¿Tienes actitudes similares a las de Marta? ¿Qué cosas te cuestan hacer que serían buenas para ti?. Celebrar la Pascua de Jesús es celebrar la vida. Muchas personas han pasado por la historia de la humanidad y muchas han dado la vida por sus ideales. Pero Jesús, además de dar su vida, derrotó a la muerte y nos invita a vivir la vida en serio, comprometiéndonos para que sea mejor para todas las personas y todos los pueblos. Seamos levadura de un mundo más justo.