Quién traicionará
Los chicos y chicas de sexto curso habían ido de campamento. Todo había salido muy bien, hasta la última noche. En medio de la oscuridad, cuando se suponía que todos dormían, se escuchó un grito: "¡Gooool!". EL grito fue tan fuerte que los chicos y los profesores se despertaron. Una profesora, por salir corriendo de la carpa, se tropezó y cayó de cara sobre un tronco, y comenzó a salirle sangre de la nariz. Una chica se despertó de golpe y pisó la mano de su compañera. Uno de los chicos que estaba soñando, comenzó a gritar y no podían calmarlo. En breves instantes el campamento fue un caos. Algunos gritaban, otros lloraban, otros miraban medio dormidos y sin saber qué había pasado. ¿Se viene una tormenta? ¿Hubo un terremoto? —¿Dónde estoy? -preguntó Mariela que era bastante despistada.
Cuando pudieron calmarse, y le pusieron hielo en la mano a la que se la habían pisado, fueron a dormir nuevamente. Por la mañana, después del desayuno, los sentaron en circulo para conversar acerca de lo que había sucedido durante la noche. Los profesores querían saber quién había sido. —Piensen que podría haber pasado algo peor. Además, salvo el profesor que estaba de turno, el resto dormíamos. Todos tenemos derechos a descansar. Los compañeros también se habían dormido. ¿Cuál fue la carpa de dónde salió el grito? ¿Quiénes seguían jugando a esa hora de la noche? El que fue, tiene que reconocer lo que hizo. Por más que los profesores lo intentaron, nadie reconoció haber gritado. —Si alguien sabe quién fue, tiene que decirlo. Es por el bien de todos. Si no lo dicen, son cómplices y todos van a sufrir las consecuencias. Cuando volvamos a la escuela se van a quedar sin recreo hasta que sepamos la verdad, -dijo la maestra. Después de dos semanas sin recreo, el profesor de Educación Física se acercó a Mariela. —¿Por qué no decís quién fue? Así pueden volver a tener recreo. Mariela lo miró casi con desprecio. —No le voy a decir si sé quién fue o no sé. Lo que sí le voy a decir es que nunca traicionaría a un compañero, nunca lo entregaría y menos para tener un recreo. Sólo lo diría si fuera para su bien. En este caso, para mí, fue una tontería, un grito en medio de la noche... No lo traicionaría ni por todos los recreos de mi vida. El profesor se quedó pensando y al día siguiente, les dijo: —Por alguien que gritó se quedaron sin recreo y ahora, por una de sus compañeras, van a recuperarlo. Algunos miraron a las chicas pensando que alguna había hablado. —No es lo que están pensando. Justamente todo lo contrario. Van a volver a tener recreo porque una de las chicas me ayudó a pensar que no puedo fomentar la traición entre ustedes. Mi tarea, como profesor, es ayudarlos a ser verdaderos amigos. Pasó el tiempo y nadie se acercó a hacerse cargo del grito. El profesor no lo necesitaba. Estaba seguro de que habían aprendido la mejor lección.
¿Acuso a mis compañeros? ¿Soy capaz de defender a mis compañeros? Cuando digo algo que pasó, ¿es para el bien del otro?. Muchas personas caminan por la calle con un ramo de olivo. Esto nos recuerda algo que pasó hace muchos años, cuando Jesús fue recibido como un rey. Llevar ese ramito nos recuerda que somos seguidores de Jesús, que confiamos en él y que queremos vivir como él nos enseña.