El valor de cada cosa
La casa era un desorden. Se acercaba el día de salir de vacaciones y, sobre la cama grande, estaba el bebé recién nacido rodeado de la ropa que había que guardar en las maletas. La familia era numerosa: cuatro hijos, papá y mamá. Lo que más espacio ocupaba eran las cosas del bebé. Mientras la mamá y el papá organizaban las cosas llegaron dos amigas de los niños a las que habían invitado para que jugaran. La cocina estaba llena de platos; el comedor, con juguetes por el suelo, y los sillones movidos contra la pared.
Habían jugado toda la tarde por todos lados y sólo pararon para merendar, aunque no demasiado tiempo, porque enseguida se levantaron de la mesa y siguieron jugando mientras comían galletitas. El suelo terminó lleno de miguitas. El día no estaba para salir afuera, así que el pasillo se convirtió en un campo de vóley con globos. Nada se rompió en toda la tarde, pero nada quedó en su lugar. Marta y Santiago, los padres, no se preocupaban mucho por eso. Sabían que luego, entre todos, recogerían los juguetes y los muebles corridos. A la hora prevista para despedir a las niñas que habían ido a jugar, Stella, su mamá tocó el timbre. Era una de esas personas que siempre están arregladas, que llegan a tiempo a todos lados. Cuando le abrieron la puerta, no hicieron ademán de hacerla pasar. La saludaron y llamaron a las niñas desde la puerta. Marta sabía que la casa de Stella estaba ordenada y limpia. Había ido varias veces, en diferentes horarios, a buscar o llevar algo sin avisar, y siempre estaba impecable. En ese momento, el bebé empezó a llorar. —¿Puedo conocer al bebé? —dijo Stella. Marta no pudo decirle que no y, abriendo totalmente la puerta, la invitó a pasar. Atravesaron el comedor y el pasillo saltando obstáculos, y llegaron a la habitación. Stella miraba para todos lados con atención. Cuando abrió la boca, Marta creyó que iba a decir que la casa era un desorden, que cómo sus hijas podían estar en un lugar así... Pero se equivocó, las palabras que salieron fueron otras. —Ojalá mi esposo viera todo esto y se diera cuenta de que así también se puede ser feliz. Lo importante no es el orden, lo importante es estar bien, que los niños puedan disfrutar. Marta y Carlos quedaron impactados por esa frase y se propusieron, a lo largo de su vida, fijar siempre la vista en lo importante.
¿Puedes poner la mirada en las cosas fundamentales? ¿Te preocupas demasiado por lo que no es necesario?. Busquemos la sabiduría que viene de Dios, la que nos permite descubrir el valor de cada cosa, de cada uno y de cada una. La sabiduría que nos muestra cómo vivir como hermanos y hermanas. Dejemos lo que nos aparta del camino de Jesús y caminemos de su mano para construir un mundo mejor. La vida eterna sólo nos la da Dios, pero la empezamos a construir con nuestras acciones.
Dato curioso El “ojo de una aguja” hace referencia a una puerta pequeña que se hallaba dentro de una más grande y que se encontraba en la entrada de las ciudades. Por la más grande, pasaban los animales con la carga; por la más pequeña, los peregrinos a pie. Era imposible que un camello con su carga pudiera pasar por la puerta pequeña o “aguja”.