Peleas disparatadas
La sal y el azúcar discutían permanentemente. —Yo soy mejor, —decía la sal—. Tú le haces daño a la gente, produces enfermedades terribles. —Yo no, —se defendía el azúcar—. Es porque hay personas que abusan de mí. Consumen bebidas, dulces... Yo no tengo nada que ver con esos excesos. Tu eres la que hace daño, traes problemas de corazón... —Yo no, —nada que ver—. Es lo mismo que tú dices, si se abusa... Si las personas llevan una vida de locos corriendo, yendo de un lado para otro, sin hacer ejercicio, sin descansar, estresadas... Yo le doy sabor a la comida, —dijo la sal. —Y yo le doy alegría a la gente. Cuántas veces las escucho decir que, antes de dormir, se comen un chocolate y les da felicidad. Mientras la sal y el azúcar discutían acaloradamente, la cocinera trabajaba apurada porque se acercaba la hora en que tendría que servir la comida y todavía le faltaba hacer muchas cosas.
El gas estaba “flojito” y el agua de las patatas para hacer el puré tardaba en hervir. El cocinero de la tarde guardaba las cosas en cualquier lugar y había tardado un montón en encontrar los cuchillos, el pela patata, las especias... Ese día iban a servir hamburguesas con lechuga, tomate, cebolla y panceta. Parecía una comida sencilla, pero no lo era. Esas pequeñas cosas llevaban mucho tiempo de preparación. Además, estaban sucediendo cosas raras en la cocina. Cuando los necesitaba, no encontraba ni el salero ni la azucarera, pero de repente se le ponían en el camino, como si se movieran solos. Para colmo, nunca se acostumbró a picar cebolla, y se le nublaban los ojos, lloraba, le picaban.
Probó de todo: tener la boca llena de agua, no respirar, cáscara de cebolla sobre la cabeza; que la cebolla estuviera bien fría, cortarla sumergida totalmente en agua... Lo mejor que podía hacer era cortarla con el cuchillo más afilado y los brazos extendidos lejos del rostro. Ese método era difícil en esa cocina porque era pequeña, y ese día estaba llena de cosas. En el momento en que estaba friendo las cebollas cortadas bien chiquititas, y al mismo tiempo se secaba las lágrimas de los ojos, volcó el azúcar sobre la sartén. Si hubiera sido un día tranquilo, se hubiera dado cuenta de eso. Llegó el mozo con un pedido, el primero del día. Una hamburguesa con cebolla, panceta y huevo. No tardó en salir. Al rato volvió el mozo. —Dice el señor de la hamburguesa que estaba riquísima, diferente a otros días. ¿Qué le hicieron? La cocinera no sabía qué responderle hasta que vio las cebollas y las probó. ¡Estaban caramelizadas! Nunca se le hubiera ocurrido una receta así. La sal y el azúcar habían dejado de discutir y escuchaban con atención. Era evidente que, al mezclarse con la cebolla, había producido algo nuevo.
¿Con quién peleas? ¿Cuáles son los motivos más frecuentes de las peleas?. ¿De dónde provienen las peleas, los desacuerdos y las diferencias?. Provienen del egoísmo, de pensar sólo en nuestro bien y de ser indiferentes al bien de los demás. De querer ser los primeros a toda costa, sin importar lo que hacemos para lograrlo. La verdadera sabiduría nos conduce a vivir en armonía y unión con nuestro prójimo.