Mensaje en la botella
Una mañana, el abuelo nos invitó a todos a desayunar en su casa. Eso es lo que esperábamos, porque el abuelo hacía churros rellenos, los mejores de la costa, y nos recibía con ese exquisito aroma a café y leche espumosa que preparaba. Él no se sentaba, porque los churros se comen calentitos y los iba haciendo en el momento. Mientras, nos contaba historias. Papá lo escuchaba y mamá leía el diario porque decía que ya se las sabía de memoria. Sin embargo, esa mañana, cuando el abuelo hablaba, dejó de leer y lo escuchó con atención. “Hay días fríos en la playa en que los socorristas tenemos que ir de todas formas, aunque la bandera esté roja, pues siempre hay alguien que se mete en el agua.
Una de esas mañanas, fría y medio lluviosa, estaba por prepararme un café cuando se me acercó un hombre, y comenzamos a hablar. Muchos socorristas hablaban mientras trabajan, eso a mí no me gusta. Se me hacía difícil estar atento a las personas que estaban en el mar. A veces eran pocas, pero al estar distribuidas a lo largo de la playa, exigía mirar hacia un lado y hacia el otro, incluso con los catalejos. Algún que otro compañero me tildaba de exagerado, pero a mí no me parecía así. Esa mañana, sin gente en la playa, era ideal para tomar café y hablar, pero siempre mirando hacia el mar.
El hombre era un marinero que tenía un barco con el que salía a pescar, pero ese día no se embarcó porque estaba muy mal día. Le pregunté por qué no se quedaba en su casa. —No puedo estar tan lejos del mar, tengo que verlo todos los días. Cuando me enfermo y tengo que quedarme en cama, me desespero. Mi esposa me dice que no sea ridículo, que el mar está igual sin mí, que va a estar en el mismo lugar cuando me sane, pero yo necesito verlo, sentirlo, escucharlo, quizá le parezco extraño -me dijo el hombre. —Para nada -le contesté-, a mí me pasa algo similar. Durante el invierno, que trabajo en la ciudad, lo extraño, añoro las horas que paso en estas playas. Hablando, entramos en confianza, y me invitó a salir de pesca con él un día que tuviera libre. Acepté gustoso y, en mi primer día libre, salimos bien prontito. Todavía de noche, el día parecía que iba a ser espectacular, y lo fue. Pescamos como nunca, y el marinero lo atribuía a mí. Decía que le traía suerte, y quería que me embarcara todos los días con él. Me contó que, a veces, no pescaban nada, y iba a su casa con las manos vacías. Eso nunca le pasaba a su abuelo, porque antes se pescaba mucho todos los días... pero cada vez hay menos peces. Sin embargo, lo más llamativo fue que en una de las levantadas de la red, en medio de los pescados, encontramos una botella. No lo podíamos creer, como en los cuentos. ¡Una botella con un mensaje!”. — No me digas que el mensaje estaba escrito con letras rojas y era de alguien atrapado en una isla, en medio del océano, con un gran tesoro que daría al que lo rescatara—dije yo. — Sí, exactamente, eso decía el mensaje dentro de la botella. ¿Cómo lo sabías? Tuvimos que reconocer que nosotros habíamos tirado una botella con ese mensaje desde la punta del muelle. — Eso es muy peligroso, alguien se puede lastimar o perderse buscando la isla -dijo el abuelo. — De todas formas, no puede ser abuelo, no puede ser que tu hayas encontrado hace años la botella que nosotros tiramos hace unos días. ¿O, sí? El abuelo se rió, no nos contestó y puso sobre la mesa una bandeja de churros rellenos y cubiertos de chocolate. ¡Momentos felices que nunca olvidaremos!.
¿Qué buenos recuerdos guardamos en nuestro corazón? ¿Cómo podemos lograr buenos momentos en nuestra familia, con nuestros amigos?. Jesús nos trajo el Reino de Dios, un reino de justicia, de paz y de amor. El Reino ya está entre nosotros en forma de semilla. Está en nosotros, en cada uno y en la comunidad. Es tarea de todos hacer que alrededor de nosotros reine el amor, la comprensión, el perdón, la solidaridad, la justicia...