Sabios

Nada más salir de la escuela, sin esperar a que su padre le hiciera la pregunta de siempre, Santiago le contó lo que había aprendido en la escuela. Estaba muy entusiasmado.

—Hoy además de escribir nuestro nombre, escribimos el día de la semana, el número y el año. Le pregunté a la Seño cuánto dura un año y si siempre fue así. Después me arrepentí un poco. —¿Por qué? —Mis compañeros me miraron porque sabían que se venía una explicación. Ya no me dicen nada, pero ponen caras. Salvo Laura, ella sí se engancha con mis preguntas. —¿Y la maestra les explicó? —Por suerte, justo tocó el timbre del recreo. Como la Seño no tenía que ir a otra clase, fuimos con Laura a la biblioteca, y ahí nos mostró diferentes calendarios. Los hombres, hace muchos, muchos años, cuando no había electricidad, ni brújulas, ni calendarios, ni escritura, miraban las estrellas; descubrieron figuras en el cielo, pusieron nombres a las estrellas, las siguieron en su caminar por el cielo y dibujaron esos recorridos. Así, se orientaron en medio del mar o en otros lugares. También reconocieron que había cosas que se repetían. Por ejemplo, tiempo fresco, luego frío, luego comenzaban a aparecer los brotes, calor... ¡Las estaciones! Y así sabían cuándo sembrar, cuándo cultivar, cuándo cosechar.

¿Tú sabes cuándo hay que plantar tomates o maíz o patatas? —No, no tengo idea –dijo el padre. —¿Has visto? Por eso la Seño dice que esos primeros hombres y mujeres eran sabios. Y entonces, algunos pueblos dividieron los días según el sol, y otros según la luna. Calendario solar y calendario lunar. El nuestro es solar, el tiempo que la tierra tarda en dar vuelta al sol. “¿Nos estamos moviendo?”, le pregunté asustado a la Seño y ella dijo “Sí, y muy rápido, nos movemos sobre el eje, alrededor del sol, con todo el sistema solar y con toda la galaxia” Casi me mareo. ¿Por qué no nos caemos?, le preguntamos. —¿Y la Seño les explicó? —No, terminó el recreo y tuvimos que ir a formar la fila al patio para volver a clase. Le dije que cuando tuviera un ratito nos explicaría. Por si acaso, hoy duermo atado a la cama. —No, no te vas a caer. Esto te lo puedo explicar, lo aprendí en la escuela. ¿Te acuerdas de que hablamos de cosas que no vemos o son muy pequeñas, pero son muy importantes? Bueno, existe una fuerza, la fuerza de gravedad, que no vemos, pero ella impide que nos caigamos. —¿Y necesita pilas? —¿Pilas? —Sí, los coches a control remoto, tienen fuerza por las pilas. —No, esta fuerza no necesita pilas, no descansa y parece que siempre gana. La gravedad depende de la cantidad de materia que tenga un cuerpo. En la Luna, que es más pequeña que la Tierra, puedes saltar más alto porque la gravedad te “agarra” menos. Santiago se sintió maravillado. Algunos chicos creían que el móvil era lo más grande que había, aunque durante siglos los humanos vivimos sin necesitarlo. Pero ¡la gravedad!, eso sí que era fabuloso. ¡Cuántas otras fuerzas invisibles hay! Durante la siesta, le preguntó al abuelo cuál era la fuerza más grande que existía, y él, que era muy romántico le contestó: —Obvio la fuerza más grande es la del amor, por eso viví tantos años junto a tu abuela.

¿Somos curiosos? ¿Qué cosas nos interesan? ¿Qué fuerzas conocemos?. Muchos creyeron que Jesús era el salvador, el Rey esperado que los salvaría del poder de los romanos. Lo recibieron con ramos, alegres. No habían descubierto que seguir a Jesús no era saludarlo con ramas de olivo, sino recibirlo en el corazón, ser capaces de amar como él. Cambiar la forma de ver el mundo en el cual sólo podemos vivir siendo hermanos, sin que haya alguien con hambre o sin casa o preso sin recibir visitas.

Parroquia Sagrada Familia