Una gran sorpresa
Ya habían pasado dos meses de iniciadas las clases. La maestra pensó que era tiempo de convocar a una reunión con las familias para contarles cómo estaban trabajando y colaboraran con el aprendizaje de los niños. La maestra estaba bastante nerviosa. Podía suceder que algunos padres no compartieran la forma de trabajar de la escuela y quisieran que sus hijos aprendieran más rápido. Sabía que en un colegio cercano, los niños aprendían a leer en poco tiempo y se rumoreaba que hacían comparaciones. Tenía que hacerles entender que la rapidez no era un valor para el aprendizaje, sino el proceso que realizaban los niños. No bien comenzó la reunión, percibió que existía un buen clima, los padres, las madres algunos abuelos presentes escuchaban atentos, preguntaban, contaban que los niños estaban motivados y se manifestaban agradecidos por cómo aprendían los niños.
Cerca de finalizar la reunión, agradecieron a la maestra porque se habían enterado de que ningún niño se quedaba sin merienda. Suponían que ella les daba galletitas a los niños que no llevaban o a los que se olvidaban el dinero o comida. —Yo no les doy nada –dijo la maestra sorprendida. —Pero mi hijo, cuando no le puedo mandar algo, me dice que siempre come, yo pensé que usted le daba –dijo una mamá. Otros padres dijeron lo mismo. La maestra se comprometió a averiguar qué pasaba. Al día siguiente, habló con la Señora del kiosco de la escuela para saber si había visto algo raro, si le faltaban galletitas... —No, no me falta nada. Lo que sí, la felicito. —¿A mí? ¿Por qué? la Seño estaba sorprendida, era la segunda felicitación que recibía sin merecerla. —Porque sus alumnos de primer grado juntan el dinero que traen y compran para todos. Vienen y me preguntan qué pueden comprar con lo que tienen. La maestra sintió al mismo tiempo sentimientos diferentes: inmensa alegría por los chicos de primero y tristeza por haber dudado de ellos. Cuando, finalizado el recreo, regresaron al aula, les dijo que tenía que felicitarlos y al mismo tiempo quería saber cómo se habían organizado. —Fue Santiago –dijo Laura–. Él nos contó que hace muchos años existía un lugar en donde nadie pasaba hambre, y nos recordó que hace poquito tiempo, en el jardín, todos comíamos lo que queríamos. Por eso pensamos que si poníamos en común lo que teníamos, podíamos comer todos. Algunos ponen dinero, otros la comida que traen. La maestra quedó más sorprendida aún porque Santiago era silencioso, uno más entre los otros. Algunas veces, lo chillaban por las preguntas que hacía. Él no se preocupaba y con una mirada los hacía callar. Santiago era como la levadura en la masa: hacía que lo que estaba a su alrededor creciera; hacía la diferencia; cuando él faltaba se notaba.
¿Qué lugar ocupamos en el grupo de amigos o compañeros? ¿Somos creativos para resolver los conflictos?. En el quinto domingo de Cuaresma, Jesús nos invita a seguirlo y, para eso, hay que dejar de lado algunas cosas que no son buenas para nosotros. Dejar de lado el egoísmo, la injusticia, la violencia. “Morir” a lo que nos hace menos personas y renacer a lo que nos hace ver en el otro a un hermano. Ver las necesidades del otro, ser generosos, buscar resolver los conflictos serenamente... ¿Cómo respondemos a esta invitación?