Renunciar a uno mismo

Podemos pensar que hay cosas que no cambian, sin embargo, no es así. Todo va cambiando, transformándose. Aunque nos puede parecer extraño, hasta los astros del universo se forman, crecen, mueren... Una tarde, antes del anochecer, las estrellas conversaban entre ellas. Una gigante roja creía que pronto iba a explotar. Durante siglos creció, se enfrió, y consumió el combustible de su interior. Había visto esto antes a lo largo de miles de años en otras estrellas de masa similar a la de ella. Algunas habían crecido hasta estallar y largar materia gaseosa hacia el espacio exterior. Otras, se expandían, pero nunca explotaban y luego se achicaban. Una gigante azul, la miraba y aprendía de su experiencia. La azul era más caliente, parecía más poderosa, pero sabía que también debía dejar que mucha de su materia saliera volando. Una enana blanca que ya había explotado, se estaba achicando con el paso del tiempo. Pero, no todas las enanas blancas terminaban igual; algunas se transformaban en estrellas muy compactas, apretadas. “Casi no nos podemos mover”, decían los neutrones que las formaban.

Cada estrella pensaba en su futuro, hacia dónde iba su vida, en qué se convertiría. Sentían que en el proceso no estaban solas, intercambiaban con el entorno. Habían tomado materia del espacio para formarse y, de alguna forma, la devolverían. Hasta en las que parecían muertas, las partículas en su interior seguían moviéndose. Cada una reconocía que para transformarse, algo perdían, algo debían dejar salir de su interior. Sólo el agujero negro permanecía en silencio en el centro de la galaxia. El resto de las estrellas lo miraban con recelo. “Ese, para lo único que sirve es para comerse a todos los que pasan a su lado”, pensaban. “Nosotras llenamos el universo de luz, de hidrógeno, de carbono, de elementos que siembran vida en diferentes planetas”. Ninguna sabía cómo se había formado ese gran agujero negro. Nada salía de él.

El resto de las estrellas compartía su experiencia, pero él permanecía en silencio. Si te mantenías a distancia, estabas a salvo, pero si te acercabas, desaparecías y ya era imposible salir. Algunas estrellas decían que en su interior, todas las leyes eran diferentes; eran suposiciones que no podían comprobar. De lo que estaban seguras, era que él también debía transformarse aunque en apariencia siempre fuera igual. Eran las leyes del universo, nada se pierde, todo se transforma, todo fluye de un lado hacia otro. El que quiere acaparar, ser siempre igual, se pierde la posibilidad de crecimiento, de alcanzar nuevas experiencias.

Renunciar a uno mismo es dejar de lado algo para lograr otra cosa mejor. Puede ser que dejemos algo bueno. Por ejemplo, renunciamos a tiempo libre para estudiar un instrumento que deseamos tocar bien. ¿Cuál es tu objetivo o qué quieres lograr? ¿Qué necesitas dejar de lado? Renunciar a uno mismo es renunciar a todas las cosas que niegan la vida, la verdadera vida, la vida en abundancia para todos. Es renunciar a ser siempre el primero, a buscar mi interés sobre el de los demás, a hacer lo primero que se me ocurre. Cuando miramos al otro y lo reconocemos, ganamos. Ganamos amigos, ganamos paz, ganamos Vida.

Parroquia Sagrada Familia