Los Camellos
Una caravana con muchas carretas y animales atravesaba el desierto. Por las noches los viajeros se detenían, armaban las carpas y ataban a los animales. El encargado de los camellos era un muchacho joven que había conseguido su primer trabajo y hacía las cosas con mucho cuidado. Su tarea era fundamental, porque si los camellos se escapaban, significaba quedar aislados en el medio del desierto con riesgo de la propia vida.
La primera noche, puso a todos los camellos en fila, uno al lado del otro, les dio comida y agua y fue a buscar la bolsa con las sogas y las estacas para atarlos.
A cada camello le correspondía una soga y una estaca, y las fue colocando con esmero, pero al llegar al último camello descubrió que en la bolsa solo quedaba el fondo... El joven comenzó a buscar por todo el campamento. Debajo de las carretas, en las bolsas de las carpas, en la despensa... pero no encontró por ningún lado la estaca y la soga. Estaba desesperado. ¿Cómo no controló que estuvieran todas? ¿Por qué había confiado en el encargado anterior? Ahora lo iban a despedir o se iba a tener que quedar toda la noche despierto cuidando el camello.
El que dirigía la caravana lo observó y se acercó para saber qué le pasaba. El joven le contó la verdad, con detalles.
—No te preocupes, tú agarra la bolsa...
—¡La bolsa está vacía!
—Déjame hablar... tú agarra la bolsa, y haces como que sacas la soga y la estaca. Luego, clavas la estaca imaginaria al suelo, te acercas al camello con la soga, imaginaria también, y se la colocas alrededor del cuello.
El joven, no muy convencido, tomó la bolsa y comenzó con la mímica. Si hubiera tenido algún testigo, gracias a la poca luz y lo perfecto de sus movimientos, no hubiera notado que sus manos estaban vacías. Clavó la estaca en la arena, ató la soga, se levantó y la pasó por el cuello del camello que se echó y quedó tumbado, dispuesto a dormir, de la misma manera que todos los otros camellos lo habían hecho.
Por la mañana, desató uno a uno a los camellos, pero cuando llegó al último, intentó que se levantara... tironeó del bozal, de las orejas, le pegó alguna patadita y nada, el camello no se paraba. El capataz de la caravana se acercó y le preguntó qué ocurría.
—No se mueve, está atascado.
—¿Es el que ataste según mis consejos? —preguntó el capataz.
—Sí—contestó el joven.
—Entonces, desátalo de la misma manera.
El joven hizo como si quitara la estaca del suelo y desatara la soga y en ese mismo momento, el camello se puso de pie y fue detrás de sus compañeros a esperar su carga.
Hay sogas imaginarias que nos impiden hacer lo que queremos o ser lo que deseamos. Quizá te dijeron que no servías para cantar o para estudiar y, te lo creíste. ¿Qué sogas imaginarias te han puesto?.
Ser libre no quiere decir que puedo hacer cualquier cosa según sean mis ganas o caprichos. Vivimos rodeados de otras personas y deberíamos tomar cada una de nuestras decisiones pensando en el bien común.
Cada persona es nuestro prójimo a quién debemos tener en cuenta. No podemos ser felices si las decisiones de uno le hacen mal a otro.
Que cada uno de nosotros escuche la ley de Dios escrita en nuestros corazones y que todos practiquemos el amor al prójimo.