Recibir la misericordia y ser misericordiosos
Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)
El próximo 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen, el papa Francisco abrirá la Puerta Santa de la basílica de San Pedro, que, en esta ocasión, será una Puerta de la Misericordia. Inaugurará así el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que se prolongará hasta el 20 de noviembre de 2016, fiesta de Jesucristo Rey del Universo. El domingo siguiente abrirá la Puerta Santa de san Juan de Letrán, que es la catedral del papa. Ese día se abrirá también en nuestra catedral y, luego, en otros lugares de la diócesis, que se darán pronto a conocer.
El papa Francisco ha escogido el 8 de diciembre de 2015 para la apertura de este Año Santo Extraordinario, porque ese día se cumplirá el 50º aniversario de la clausura del concilio Vaticano II, evento que “la Iglesia siente la necesidad de mantener vivo”. Pues, en palabras de san Juan XXIII, la Iglesia quería en este concilio “usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad”. Horizonte que retomaba el beato Pablo VI al clausurar el concilio con estas otras: “Toda su riqueza doctrinal se vuelca en una única dirección: servir al hombre. Al hombre en todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades”. San Juan Pablo II no sólo confirmó esta línea sino que la alargó y ensanchó con el gesto profético de dedicar la segunda encíclica de su pontificado a la Misericordia («Dives in Misericordia», «Rico en Misericordia»), que desconcertó a no pocos, e instauró luego la fiesta de la Divina Misericordia el segundo domingo de Pascua.
Los motivos profundos que ahora motivan al papa Francisco a convocar un Año Santo Extraordinario de la Misericordia son, fundamentalmente, dos: abrir el corazón de los hombres a la misericordia que Dios les ofrece y convertir ese corazón en un corazón que ofrece misericordia a quienes le rodean. O, si se prefiere, abrir al hombre actual a la misericordia de Dios y a la miseria de sus contemporáneos. El hombre moderno, en efecto, se encuentra malherido a lo largo y ancho de los caminos de la vida y necesita el amor compasivo de un buen samaritano que se acerque a curar las heridas de su cuerpo y de su alma con amor y ternura. A la vez, este mismo hombre necesita abrirse a las necesidades materiales y espirituales de sus contemporáneos y ofrecer el bálsamo del perdón y de la ayuda generosa y gratuita.
Para lograr estos objetivos el papa Francisco propone una serie de acciones. En primer lugar, la meditación y puesta en práctica de las obras de misericordia “corporales y espirituales”: remediar el hambre y la sed, visitar a los enfermos y encarcelados, dar acogida al peregrino, al desplazado y al inmigrante, dar a conocer al Dios que nos ha revelado Jesucristo, etcétera. Sería interesante que repasemos dichas obras de misericordia en el Catecismo y que cada día del Año Santo hagamos alguna de ellas.
Junto a las obras de misericordia, la lectura creyente y piadosa de la Sagrada Escritura, especialmente del Nuevo Testamento, y la celebración del sacramento de la reconciliación o penitencia, sobre todo durante la próxima Cuaresma y, todavía más en concreto, en la Jornada de las 24 horas, que tendrá lugar el viernes-sábado anterior al IV domingo de Cuaresma. Como no podía ser menos, el papa quiere que no dejemos de acudir con confianza de hijos a la que es y hemos invocado como “la Madre de la Misericordia”: la Santísima Virgen.
Os pediría que os unáis a mi alegría por la convocatoria de este año, pues gran parte de mi vida se ha desarrollado como ministro de la misericordia, al ser penitenciario en las catedrales de Albacete y Valencia; y porque el lema de mi escudo episcopal reza así: “In aeternum misericordia eius”, la misericordia del Señor es eterna. Os invito también a dar gracias a Dios por este Jubileo Extraordinario y a pedirle que nos haga hombres y mujeres misericordiosos.