Sacerdotes con corazón de padre y hermano

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy celebramos el Día del Seminario. Con el lema «Padre y hermano, como san José», deseamos –en este tiempo tan incierto para abrazar y, a la vez, tan idóneo para creer– reflejar la figura de san José en tantos corazones sacerdotales necesitados de la misericordia Dios.

La Subcomisión Episcopal de Seminarios destaca, en su reflexión teológica, que los sacerdotes «son enviados a cuidar la vida de cada persona, con el corazón de un padre, sabiendo además que, cada uno de ellos, es su hermano». El Año de san José, proclamado por el Papa Francisco y que ya estamos conmemorando bendecidos por este Custodio de Jesús, colma de suma importancia la escuela de Nazaret donde los seminaristas, cada día, se dejan modelar por el amor de Dios.

Esta jornada recuerda la importancia de dar la vida por los hermanos. Darse, recorriendo las huellas, las llagas y las espinas resucitadas del Señor. Darse, con la palabra, el ejemplo y la vida, como un patrimonio contemplativo y sagrado que se pone a los pies de los demás para servirles con entrega. Darse, sabiendo que Dios siembra la vocación en los surcos de nuestra tierra para ser personas cántaro que sacien la sed de tantos necesitados.

Recuerdo un viaje apostólico que hizo san Juan Pablo II a España en 1982, donde les dijo a los sacerdotes y seminaristas que eran los preferidos, los íntimos del Señor. «En la sociedad del siglo XX, sois los primeros amigos de Jesús en tierra española», les confesó, «y no lo olvidéis cuando el humano cansancio, el dolor, la soledad y la incomprensión de los otros pueda rebajar vuestro entusiasmo o poner una duda en vuestro espíritu».

Y ahora quisiera dirigirme, de manera especial, a los seminaristas. A vosotros, que tenéis la preciosa tarea de preparar vuestro corazón a imagen y semejanza del corazón bueno y sacerdotal de Cristo. Siendo custodios para poder custodiar, fraternos para irradiar fraternidad, misericordiosos para regar la tierra dolorida con la misericordia de Dios.

Recordad, una vez más, la invitación del Padre al desprendimiento de los afectos más queridos, a la voz apacible del Buen Pastor, a la belleza de dejarse hacer: «Vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme» (Mc 10, 21). Estas palabras del Señor al joven rico le animaban a dar el paso al amor, el que no se atrevía del todo. Y porque le pesaba más la riqueza que la entrega, el joven del Evangelio abandonó aquel lugar cargando el peso de su tristeza. Se fue con su efímera riqueza, pero dejó, a los pies de Jesús, la eterna alegría de ser amado, comprendido, perdonado.

Queridos seminaristas: no perdáis nunca la ilusión de pareceros cada vez más al Señor, de vivir este tiempo privilegiado en el Seminario y de experimentar cómo Dios da sentido a vuestra esperanza y sostiene vuestra fragilidad.

Y cuando os falten las fuerzas, imitad a san José: el hombre bueno que cuidó y forjó las manos y la humanidad de Jesús, quien también es padre de los seminaristas y, por tanto, formador en el seminario. Que vuestro sí cotidiano y sencillo se resuma en ser fiel en lo poco para renacer en lo mucho, que es la Vida Eterna. Y, cuando escaseen las fuerzas, dejad que Dios os mire a los ojos y os diga que os quiere como nunca quiso a nadie. Y cómo no agradecer a vuestras familias el don inmenso que nos hacen al alentar la entrega generosa de sus hijos. Y a las comunidades de las que procedéis por haber sido la forja que con el fuego de Dios ha favorecido vuestro sí grande a la llamada de Dios a servirle en sus hermanos como sacerdotes.

Vuestro corazón es la respuesta a una llamada que busca pastores a imagen de Jesús. Para ser, como Él, en medio de su rebaño, una fuente inagotable de bondad al servicio infinito del Amor. Y ojalá nosotros viéramos en vosotros ese deseo de entregaros. Y quiera Dios que podamos ayudaros y acompañaros, sosteneros en vuestra entrega y colaborar de mil formas con el seminario para que seáis los buenos pastores que hoy, a veces sin formularlo en palabras, tantos sedientos de esperanza aguardamos en lo más profundo de nuestro corazón

Con gran afecto, recibid mi bendición en este tiempo santo de Cuaresma.

Parroquia Sagrada Familia