El ministerio de los laicos en la Palabra y la Eucaristía

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Cuando se sirve por amor, en libertad y desde una entrega desprendida, el corazón toma la forma del de Cristo, que «no vino a ser servido, sino a servir y a dar la vida por todos» (Mt 20, 28).

A principios de año, el Papa Francisco estableció con el motu proprio Spiritus Domini, que los ministerios del lector y del acólito, que hasta ahora se conferían únicamente a los candidatos al ministerio ordenado, estén abiertos a todos los laicos precisamente en su condición de laicos y, por tanto, también a las mujeres, de forma estable e institucionalizada con un mandato especial.

Es cierto que, en muchas comunidades del mundo, no es ninguna novedad ver a mujeres leyendo la Palabra de Dios o sirviendo en el altar, colaborando en la distribución de la Eucaristía o llevándola a los enfermos. Sin embargo, no ha sido hasta ahora, a raíz del discernimiento que brotó de los últimos Sínodos de Obispos, que el Santo Padre ha hecho oficial e institucional esta presencia laical y también femenina en el servicio de la Palabra y la Eucaristía.

La nueva formulación del canon 230 del Código de Derecho Canónico señala que «los laicos de una edad y unos dones determinados por decreto de la Conferencia Episcopal podrán ser empleados permanentemente, mediante el rito litúrgico establecido, en los ministerios de lectores y acólito». El hecho de suprimir la especificación «del sexo masculino» y que estaba anteriormente presente en dicho texto, supone un paso relevante para nuestra Iglesia que, como madre, hija y hermana que es, no desprecia a quien se acerca a Dios para servirle en los hermanos con amor.

Es la Iglesia «de los hombres y mujeres bautizados la que debemos consolidar promoviendo la ministerialidad y, sobre todo, la conciencia de la dignidad bautismal», asegura el Papa, merced a la «preciosa contribución» que, desde hace tiempo, muchísimos laicos –y de modo mayoritario las mujeres– ofrecen a la vida y a la misión de la Iglesia.

Hoy, además, quiero agradecer, recordar y reconocer el impagable servicio de los diferentes ministerios laicales en la Iglesia. Cada día los laicos (testigos, discípulos e instrumentos vivos del Señor) edificáis el Pueblo de Dios, habitáis y consagráis vuestra vocación «en la medida del don de Cristo» (Ef 4,7).

Y Cristo quiere continuar su servicio por medio de vosotros. Cada uno desde vuestra condición laical, desde el lugar que Dios ha pensado para vuestras vidas. ¿Cómo? Llevando el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto los más cercanos como los desconocidos. En cualquier lugar: en la calle, en el templo, en la plaza, en la catequesis, en el altar, en el hospital, en el trabajo, en una casa sin techo, en un camino perdido y sin hogar. En la liturgia: participando en el desarrollo de la celebración, proclamando la Palabra, animando el canto y la oración o colaborando en la distribución de la Eucaristía de modo particular a los que por edad o enfermedad no han podido venir a la celebración. Y como no, acompañando vidas rotas o atendiendo la acción caritativa y social.

A la luz de este deseo, hecho bienaventuranza en la Evangelii gaudium, os animo a seguir siendo ese hospital de campaña, hoy tan necesitado, que ha de plantar su tienda «en un estado permanente de misión» (EG 25).

Queridos hermanos y hermanas: ¡los laicos sois la multitud mayoritaria de la Iglesia, comunidad de discípulos y misioneros! Por vuestra condición de bautizados, sois en Cristo sacerdotes, profetas y reyes, y sois hijos e hijas corresponsables de esta preciosa llamada al testimonio en la Evangelización. Porque vuestro ministerio significa eso, servicio, no poder al estilo mundano. Porque vosotros hacéis presente en todos los ambientes el Reino de Dios que es misterio de salvación y de amor de Cristo Jesús. Ánimo con vuestra preciosa tarea. Con gran afecto, pido al Señor que os bendiga.

Parroquia Sagrada Familia