Contagia solidaridad para acabar con el hambre. Manos Unidas y el virus de la solidaridad
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, un domingo más, celebramos el Amor de Dios que se entrega por nosotros para que lo hagamos vida dándonos a los demás. Sin reservas. Sin barreras. Sin más medidas que su sangre derramada a cuerpo entero para nuestra salvación.
Y qué mejor manera de hacerlo que con la Jornada Nacional de Manos Unidas, que conmemoramos hoy. Contagia solidaridad para acabar con el hambre. Con el Evangelio en una mano y con el corazón que se ofrece en la otra, debemos volcarnos en la ayuda a las personas más vulnerables del planeta.
En este arduo caminar, con el hambre y la pobreza castigando tantas vidas por vivir, Dios nos llama –con todas sus fuerzas– a promover el amor, a desvestir nuestros miedos, a ser abrazo compasivo ante quienes alzan sus manos en medio de tantas necesidades.
La campaña de Manos Unidas de este año enciende una luz en medio de esos sembradíos que necesitan el agua viva de la fe para conservar su belleza. Una campaña que desea dotar a los empobrecidos con mejores y mayores recursos para acceder a una alimentación sana, al agua potable, a la educación, a la sanidad… Recursos fundamentales y, sobre todo, humanos. Porque «el bien común solo lo construiremos al sentir al otro tan importante como a nosotros mismos», tal y como nos recuerda el Papa Francisco en Fratelli tutti.
Esta crisis sanitaria, social y económica que ha traído la pandemia, necesita una respuesta que deshaga el nudo que la desigualdad ha tejido a nuestro alrededor. Y, para ello, hemos de ser edificadores del proyecto amoroso de Dios para el mundo.
El virus que hoy nos asola está resquebrajando la piel de las comunidades más pobres y abrirá una grieta enorme y dolorosa: más de 800 millones de personas padecerán hambre en el mundo, y 1.300 millones ya se ven afectadas por la pobreza.
Manos Unidas lleva más de 60 años luchando para que a nadie le falte el pan cotidiano ni lo necesario en sus vidas. Cuando desviamos la mirada de los sufrientes, cuando ponemos nuestra esperanza en cosas ajenas a Dios, que es amor y misericordia, el tejido social se debilita, la desigualdad rasga las paredes del corazón y la marginación hace aún más grande al dolor.
Manos Unidas, este año, nos invita a contagiar solidaridad para acabar con la desigualdad, con la pobreza, con el hambre. Porque el amor es el remedio para curar y sanar las enfermedades que afligen al mundo actual: por dignidad, por hospitalidad, por humanidad, por amor de Dios.
Hoy, los descartados, los transeúntes de alma quebradiza, los que caminan ligeros porque en sus bolsillos tan solo se encuentra el hambre, vuelven a llamar a tu puerta y a la mía para preguntarnos: «¿Tenéis algo para compartir conmigo?». Y, ante esta pregunta, ojalá podamos mirarlos a los ojos y decirles que sí: que lo que tengo ya no es mío, sino nuestro. Porque la solidaridad solo se entiende en el orden del amor.
Con gran afecto, recibid la bendición de Dios.