La clase de Religión nos enraíza en la verdad de nuestro ser

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

¿Por qué debe estar en la escuela la asignatura de Religión? ¿Y por qué apuntar a los niños y a los jóvenes a Religión? Son dos cuestiones a las que me gustaría brevemente responder.

 Algunos piensan que la formación religiosa en la escuela es un privilegio o un añadido especial a la formación humana, cultural, científica o tecnológica. Otros, simplemente, se quedan en la superficie y consideran que una educación integral no debe incluir una dimensión religiosa y moral que, para nosotros, los creyentes, es decisiva para el diálogo entre la fe y la razón, para promover el respeto entre todos y para entender las raíces de nuestra existencia y de nuestra historia.

Decía el Papa emérito Benedicto XVI que «eliminar a Dios de la enseñanza significa romper el círculo del saber». Y no le faltaba razón. Porque Dios es connatural al ser humano. Y ciertamente, no podemos apagar la dimensión trascendente y religiosa que habita en el corazón de toda persona que solo anhela vivir en paz.

Una educación integral, que abarca todas las dimensiones del ser humano, también su dimensión transcendente, nos abre las puertas hacia un conocimiento verdadero y armónico de la realidad, nos sitúa adecuadamente en ella como un don y una misión. Una educación que incluya la dimensión religiosa del ser humano, nos impulsa hacia una misión en la construcción de una sociedad habitable, que responda a las ansias más profundas del corazón humano. Asimismo, da respuestas actuales a los desafíos del presente, teniendo una mirada preferencial por los más necesitados y vulnerables. Y, por supuesto, invita a responder a tantas preguntas que surgen en la mente y corazón de niños y jóvenes que buscan el sentido primero, actual y último de sus vidas.

 ¿De qué serviría acumular conceptos, disciplinas y temarios si olvidamos educar la mente y el corazón? Se constata que en determinados campos se plantea, de modo erróneo, la asignatura de Religión como si fuera algo ajeno a la identidad cultural, moral y religiosa de la persona y de nuestra sociedad. Y, si esto pasa, el bien común deja de echar sus raíces donde le es propio, que es en la dignidad del ser humano imagen y semejanza de Dios.

 El Papa Francisco, en su discurso a los participantes en la plenaria de la Congregación para la Educación Católica en 2014, dijo que la educación católica «es uno de los desafíos más importantes de la Iglesia, dedicada hoy a realizar la nueva evangelización en un contexto histórico y cultural en constante transformación». Unas palabras, desde luego, certeras para un momento tan importante como el que ahora vivimos. Porque la educación católica es un escenario de diálogo intercultural, un signo de acogida, un arte que tiene como fundamento a Quien instituyó el mandamiento principal del amor; es la raíz donde crecen frutos de compasión infinita, hasta alcanzar la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef. 4, 13).

 Por eso, padres y madres, responsables y custodios de la educación de vuestros hijos: está en vuestras manos continuar el compromiso que adquiristeis el día de su Bautismo. La clase de Religión aporta las razones fundamentales para la vida. Y qué mejor herencia para ellos que cimentar cada uno de sus latidos en Quien es la Verdad que nos hace realmente libres.

 Con gran afecto, recibid mi bendición.

Parroquia Sagrada Familia