Hasta que la Palabra se haga carne

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

«Mantened firme la Palabra de la vida» (Flp 2, 16). Con este lema, tomado de la Carta de San Pablo a los Filipenses, celebramos hoy el Domingo de la Palabra de Dios.

Como recuerda el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, esta jornada desea «reavivar la responsabilidad de los creyentes en el conocimiento de la Sagrada Escritura», así como «mantenerla viva» mediante un trabajo permanente de transmisión y comprensión, «capaz de dar sentido a la vida de la Iglesia en las diversas condiciones en que se encuentra».

Y hoy, con Pablo en el corazón de esa carta que, según algunas referencias, escribe desde el cautiverio, redescubrimos la necesidad de que la comunidad cristiana crezca en el conocimiento de la Palabra de Dios. Una tarea, sin lugar a dudas, apasionante. Porque dejarse bañar por la Sagrada Escritura es revestirse de una vida nueva; desprenderse de uno mismo para llenarse de un amor infinitamente bueno; mudar nuestra piel muerta, inacabada y de barro en un torrente inacabable de ternura.

El Santo Padre, hace justamente un año, nos alentaba a «hacer espacio» dentro de nosotros a la Palabra de Dios. Porque «necesitamos escuchar», decía el Papa Francisco, «en medio de las miles de palabras de todos los días, esa Palabra que no nos habla de cosas, sino que nos habla de vida».

Una vida en torno a una llamada que se renueva en cada amanecer, y que encuentra en cada rincón del Evangelio un diálogo con ese Dios que habla y escucha, que se hace hogar, que se viste de consuelo y resguarda hasta el último hálito de nuestras dificultades.

El cristianismo, como decía san Bernardo, es la «religión de la Palabra de Dios», no de «una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo». Y qué importante es descubrir, siguiendo la estela que marcó el Papa Benedicto XVI en su exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, que «solo Dios responde a la sed que hay en el corazón de todo ser humano». Máxime ahora, en estos tiempos de pandemia, ante tanta sed de luz y tanta hambre de afectos; ahora que hemos de ser cauces de misericordia para que Dios, cuando nos vea con el Evangelio en las manos y los ojos afianzados en Su presencia, acoja nuestras pobres palabras de alabanza en silencio.

«Hago todo esto por el Evangelio», revelaba san Pablo en su Primera Carta a los Corintios (1 Co 9,23). Asimismo, en su Carta a los Romanos (1,16), confesaba que no se avergonzaba del Evangelio, porque «es fuerza de salvación para todo el que cree». Y aunque apenas quede tiempo en nuestro acontecer diario, ahí debe germinar nuestra fe: en el leve parpadeo de la Palabra de aquel que «vio y creyó» (Jn 20, 8), para que Él nos ayude a reclinar nuestra cabeza sobre la Sagrada Escritura. La Palabra de Dios se expresa en palabra humana merced al amor de una Madre, de la Santísima Virgen María. En Ella, la Palabra se hace carne, para habitar eternamente entre nosotros.

Queridos hermanos: hagamos sitio a la Palabra reservándole el mejor puesto de nuestro corazón y de nuestra de la casa. Esta Palabra será lámpara en el camino y luz en el sendero del amor y del servicio. Con gran afecto, recibid mi bendición.

Parroquia Sagrada Familia