Desear, esperar y acoger el amor de Dios
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas.
Nos hemos adentrado en el misterio de la Navidad. No podemos acostumbrarnos a este acontecimiento admirable que supera toda expectativa e imaginación. Dios ha tomado nuestra carne y nace niño como nosotros. El relato de san Lucas está lleno de indicaciones preciosas que sitúan al Hijo de Dios en el tiempo y en la historia: en tiempos del emperador Augusto siendo Cirino gobernador de Siria. Y en Belén por la obligación de empadronarse en la ciudad de la que procede la familia, en el caso de José.
También Lucas relata que el nacimiento de Jesús sucedió en la noche, que hace referencia a la situación de una humanidad que desorientada y a oscuras busca el camino del progreso, la vida y la plenitud. En esta noche santa, el nacimiento del Niño constituye el ofrecimiento del don que nuestra humanidad ardientemente busca muchas veces sin saberlo. Una luz que es amor, presentes en este Niño, porque es el amor lo que nos permite reconocer la verdad de las cosas, el rostro de las personas, y plenifica nuestra vida. Por eso, el nacimiento de este Niño constituye la verdadera esperanza y vida para la humanidad. Y el mundo le saluda llenando de luces en calles y plazas. Porque es la buena noticia proclamada a los pobres, a los cansados de esperar, a los defraudados de tantas promesas incumplidas, a los descartados, a los que no cuentan.
Y los pastores son convocados a participar de este misterio. Sus corazones sencillos les posibilita conocer el amor de Dios que yace en el pesebre, inerme, pacífico, derrochando ternura, arropado por el amor de María y custodiado delicadamente por José. Es la Santa Familia que nos enseña a cuidar, fortalecer, proteger y agradecer nuestra propia familia como un inmenso regalo de Dios, lugar en el que cada día percibimos su amor.
Este Niño requiere por nuestra parte el ser esperado, querido y acogido. Solo los sencillos de corazón, representados por los pastores, son capaces de percibir esta presencia de Dios. La posada no tenía sitio para Jesús ni para sus padres porque estaba ocupada por muchas cosas y no era capaz de percibir el inmenso don que llamaba a su puerta. San Juan, en el prólogo de su evangelio, lo afirma de modo estremecedor: «En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió» (Jn 1, 4-5). Pero como también afirma el evangelista: «A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios… Estos no han nacido de sangre ni de carne, sino que han nacido de Dios» (Jn 1, 12-13). Es decir, les otorga la capacidad de generar la humanidad nueva que todo corazón humano necesita y aguarda.
El año jubilar que hemos iniciado es tiempo propicio para recomenzar desde Jesús. Que el 2021 sea un tiempo de esperanza y júbilo, con el deseo de superar juntos, con la ayuda de Dios, las heridas y dificultades del año que vamos a terminar que será tristemente recordado por la crisis sanitaria, económica y social que duramente estamos atravesando. Os deseo de corazón una santa y feliz Navidad y un año 2021 lleno de esperanza y de bendición.