La fraternidad: belleza y compromiso
Fidel Herráez Vegas (Administrador apostólico de la diócesis)
Hace unas semanas centraba mi reflexión dominical en San Francisco de Asís. Entonces os decía que su figura y su mensaje estaban inspirando fuertemente el pontificado de nuestro Papa Francisco. Así lo volvemos a comprobar en su tercera Encíclica, recientemente publicada con el título Fratelli Tutti (Todos hermanos). Os invito a leerla detenidamente. Su lenguaje, como ya es habitual, es cercano y accesible a todos. A ella quiero dedicar hoy una pequeña glosa, precisamente cuando en el Evangelio de este domingo escuchamos las palabras de Jesús: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37-39).
El centro del discurso de la Encíclica es una invitación a vivir la fraternidad universal. Un bello objetivo que se convierte también en un difícil y serio compromiso. Partiendo de las deficiencias de nuestro mundo y de las circunstancias agravantes de este tiempo de pandemia, el Papa nos presenta el modelo del Buen Samaritano como ejemplo a seguir en nuestras relaciones fraternas. «Hay dos tipos de personas: los que se hacen cargo del dolor y los que pasan de largo» (FT 69). Y, desde ahí, saca algunas conclusiones de lo que conllevaría organizar, en clave de fraternidad, ámbitos y aspectos tan complejos en nuestro tiempo como las migraciones, la política, la economía, la conflictividad, la pluralidad religiosa…
Sobre algunas de las afirmaciones más concretas que se señalan, la Encíclica me parece especialmente interesante y clarificadora para muchos de los aspectos de la realidad española que estamos atravesando en estos momentos, como la relectura de nuestra historia, los conflictos territoriales, la rivalidad y crispación política, la culpabilización frente a la pobreza, la pacificación y el puesto de las víctimas… Desde luego que son temas muy interesantes para un sereno y necesario debate.
La fraternidad, comienza acuñando la Encíclica, «es una forma de vida con sabor a Evangelio» (FT 1) que surge del amor del que hemos sido creados, que es nuestra esencia humana y que deriva en la felicidad y el gozo. Así lo comprobamos en la experiencia cotidiana: nos sentimos en paz cuando construimos y vivimos desde la fraternidad; y por el contrario, el desasosiego y la tristeza aparecen cuando anidan en nosotros sentimientos de odio, división e indiferencia ante el hermano. «Nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana» (FT 87).
¿Se trata de un bello sueño o de un ideal irrealizable? ¿O se trata de un camino que hay que recorrer y construir, manifestado en los pequeños detalles de cada día y también en la manera en que nos organizamos y estructuramos socialmente? Sin duda que lo segundo. El Papa está convencido que, para gestar un mundo nuevo, hay que pensarlo. Y pensarlo, es ya construirlo. «Anhelo, dice, que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de fraternidad» (FT 8).
Es precisamente el respeto y la promoción de la dignidad humana la clave de bóveda de todo el documento, el secreto para vivir una autentica fraternidad universal. Solo cuando descubramos que el otro es alguien para nosotros, que nos ayuda en nuestra propia identidad, percibiremos la urgencia de acercarnos y hermanarnos. De esa manera superamos individualismos y particularismos para abrirnos a un proyecto común. Y ello será más fácil cuando reconozcamos la paternidad de Dios, como cimiento sólido de la auténtica fraternidad. Un Dios que nos ha creado y que siempre nos acompaña con su paternal providencia.
El Papa nos invita, por tanto, a crear una nueva cultura, la cultura del encuentro, que tiene el diálogo como herramienta básica. ¡Qué hermosas reflexiones se encuentran acerca del diálogo! Ese diálogo tan urgente hoy en todos los ámbitos, que nos abre a la verdad, que nos permite conocernos más, que nos posibilita convivir pacíficamente y construir en común la sociedad. Quiera el Señor que, el Año Jubilar, que pronto inauguraremos, nos ayude precisamente a crecer en esa fraternidad universal.
Así se lo pedimos, con la oración final que en la Encíclica se dirige a Dios Trinidad de Amor: «Dios nuestro… derrama en nosotros el río del amor fraterno. Danos ese amor que se reflejaba en los gestos de Jesús, en su familia de Nazaret y en la primera comunidad cristiana».