En el día contra la esclavitud infantil
Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)
El Evangelio tiene páginas enternecedoras sobre el cariño que Jesús sentía hacia los niños. Una de ellas es la que narra la regañina que echó a los apóstoles porque no querían que los niños le 'molestasen'. Su respuesta no pudo ser más contundente: «Dejad que los niños se acerquen a mí. De los que se hacen como ellos es el Reino de Dios».
El papa Francisco también participa de esta predilección hacia los niños. La última vez que habló de ellos fue el pasado miércoles, durante la audiencia en la Plaza de San Pedro. Decía el Papa: «Muchos niños desde el principio son rechazados, abandonados, despojados de su infancia y de su futuro. Alguno osa decir, casi para justificarse, que ha sido un error hacerles venir al mundo. ¡Esto es vergonzoso!». El Papa tenía delante los países subdesarrollados o en vías de desarrollo. En esos mundos hay -¡todavía hoy! muchos niños marginados, abandonados, mendigando por las calles, intentando a su manera sobrevivir, sin escuela, sin atención médica. Y lo que todavía es más grave: siendo «presa de criminales, que les explotan para el tráfico y el comercio indigno, y los adiestran para la guerra y la violencia».
El pasado mes de mayo, durante la visita que realizó a Belén, se refirió al mismo asunto, en la homilía que pronunció en la Plaza del Pesebre: «Hay todavía por desgracia tantos niños en condiciones deshumanas, que viven al margen de la sociedad, en las periferias de las grandes ciudades o en las zonas rurales. Todavía hoy muchos niños son explotados, maltratados, esclavizados, objeto de violencia y de tráfico ilícito». En el Mensaje para la 48ª Jornada Mundial de la Paz, del pasado enero, eligió como lema «Nunca más esclavos, sino hermanos» y se ocupó de la explotación a la que son sometidos tantos niños en muchos lugares del mundo.
Pero los niños no sólo sufren violencia y explotación en los países del tercer y cuarto mundo. También en los llamados países ricos los niños viven dramas que les marcan de modo muy fuerte debido a la crisis de la familia, los vacíos educativos y algunas condiciones de vida que, a veces, son verdaderamente inhumanas. Además, ¿cómo no clamar contra la violencia educativa a la que les someten algunos educadores, que les pervierten la cabeza y el corazón desde la más tierna edad y les incitan a realizar prácticas aberrantes?
Pero quizás la mayor violencia contra los niños tiene lugar en la mentalidad antinatalista que se ha difundido e instalado en la sociedad occidental y, más en concreto, en la Europea y la Española. Es terrible pensar que la llegada de un niño a este mundo sea considerada como un problema y un obstáculo para la vida de los padres y que se sacrifiquen esas hipotéticas vidas para viajar más, tener más dinero y evitarse problemas y preocupaciones. Una sociedad así es una sociedad decrépita, sin horizonte, amenazada de extinción y condenada a la pobreza, incluso material, si no reacciona.
Valdría la pena que reflexionáramos sobre estas palabras del papa Francisco el pasado miércoles: «Pensemos cómo sería una sociedad que decidiera, de una vez por todas, establecer este principio: Es verdad que no somos perfectos y que cometemos muchos errores. Pero cuando se trata de niños que vienen al mundo, ningún sacrificio de los adultos se juzgará demasiado costoso o demasiado grande para evitar que un niño piense que es un error, que no vale nada y estar abandonado a las heridas de la vida y a la prepotencia de los hombres» ¡Qué bonita sería esa sociedad!.
Afortunadamente, cada vez son más los padres que viven esta propuesta y realizan todo tipo de sacrificio por sus hijos con una sonrisa permanente en sus labios y en su alma.