«Con verdad afirmo que amo y amaré esta diócesis»
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
En la homilía de su toma de posesión aseguró que venía a esta Diócesis para «amar y servir», pues el del Obispo es siempre un «oficio de amor». Un eslogan que ha repetido en numerosas ocasiones en estos años.
¿Cree que lo ha logrado?
Dios sabe que he querido vivirlo y no como un eslogan. Para mí, en esas dos palabras, «amar y servir», cuando se hacen vida, se condensa el Evangelio de Jesús y se hace creíble su anuncio en toda circunstancia y lugar. El Señor y esta Comunidad eclesial me han ayudado a renovar cada día el deseo de vivir de ese modo. De cómo lo haya ido haciendo concretamente, me alegra cuanto haya podido realizar y lamento las deficiencias que, sin duda, habrán existido.
¿Qué balance hace de su pastoreo en Burgos?
Recuerdo, a este propósito, las palabras de Jesús a sus discípulos: «Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: «Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17, 10). Dios sabe que con todas mis limitaciones y deficiencias he intentado hacer cada día «lo que tenía que hacer». Me he sentido únicamente como un pequeño instrumento en manos del Único y Buen Pastor, Jesucristo. Él conoce «mi pastoreo» y el balance queda en sus manos y en la Iglesia diocesana que peregrina en Burgos. En cuanto a mí, percibo estos cinco años de servicio episcopal como una muy bella oportunidad y precioso regalo que Dios, los miembros de la Iglesia y la sociedad burgalesa me habéis concedido.
¿Cómo le gustaría que le recordaran?
Como el hermano Obispo que quiso de verdad amar, servir y caminar con todos.
¿Y qué recuerdo se llevará usted de los burgaleses?
No es «recuerdo» lo que me «llevo»: la Iglesia en Burgos ha pasado a formar parte inseparable de mi vida. La comunión que Dios me ha regalado con esta «esposa» que Él me encomendó durante estos cinco años me acompañará ya siempre.
¿Cómo vivirá ahora su ministerio? ¿A qué dedicará su vida de ahora en adelante?
Tengo la sensación de llegar a un cruce, donde siempre se abren otros caminos. Unos más o menos previstos, otros donde el amor del Señor me lleve. De momento quiero dedicar el tiempo: a orar más pausada y ampliamente, a ayudar sencillamente a cuantos pueda y a atender a la Asociación Católica de Propa-gandistas, a la que estos próximos cuatro años seguiré sirviendo como Consiliario Nacional.
Usted fue durante muchos años Obispo auxiliar de una Diócesis extensa como Madrid. ¿Le sorprendió que la Iglesia le encomendara esta Diócesis, tan diferente a la madrileña y a otras que sonaban entonces como candidatas para usted?
A lo largo de los casi 25 años desde que se me llamó al servicio eclesial como Obispo, siempre he procurado estar y entregarme donde la Iglesia me había enviado. Nunca me permití imaginarme en otras tareas o lugares distintos. En cuanto a nuestra Iglesia Diocesana, desde el primer momento que se me propuso, acogí el envío con confianza y alegría viendo que era aquí donde el Señor me quería para ejercer el ministerio episcopal, para caminar con Él, Único y Buen Pastor. Y así lo he visto ya siempre, como la misión a la que por amor y para amar Dios me envió.
Después de cinco años al frente de la Diócesis de Burgos, ¿qué impresión saca de ella? ¿Cómo definiría la Iglesia en Burgos?
Mi impresión es la mejor que se puede tener. No pretendo comparar ni valorar en relación con otras. Pero sí me permito afirmar que es magnífica en su conjunto. Es una Iglesia que tiene hondas y fecundas raíces en el pasado, muy buenas y amplias realidades personales y materiales en el presente, y buen fundamento para seguir anunciando la Buena Noticia en el futuro. Con verdad y sencillez puedo afirmar que la amo y amaré hasta el final de mis días.
Uno de los proyectos en los que más esfuerzo ha puesto ha sido en preparar los actos del VIII Centenario de la Catedral. Una efeméride de la que solo disfrutará como Obispo abriendo la Puerta Santa…
Una de las realidades pastorales importantes de estos cinco años está siendo la preparación del VIII Centenario de nuestra Catedral. Estoy muy contento por todo lo que está conllevando este proyecto. Los tres años largos que llevamos de su preparación, y los nueve meses que aún quedan para la celebración central, han sido y seguirán siendo una muy significativa y fecunda acción pastoral en la vida misma de la Iglesia diocesana y también de la sociedad, que se ha unido en su conjunto de forma sorprendente y admirable a este acontecimiento. Desde el inicio percibimos que tenía diferentes connotaciones: culturales, sociales, económicas, religiosas, pastorales… Creo que hemos sabido conjugarlas todas, en un ejercicio de diálogo de la Iglesia con el mundo y de compromiso por el desarrollo integral, o por lo que el Papa llama «ecología integral». Sin duda que es un proyecto enorme, un proyecto que tiene alma, que es la dimensión religiosa, la Iglesia y su proyección evangelizadora. Últimamente se ha visto afectado por la pandemia, que recortará las perspectivas previstas. Pero es un ejercicio de responsabilidad con lo que nos ha tocado vivir a los miembros de esta generación.
¿Cree que podrá seguir colaborando y participando en la celebración del Centenario?
Mi colaboración externa y más inmediata a partir de ahora es la de hacer todo cuanto sea preciso para que el nuevo Arzobispo sea acogido y acompañado gozosamente por nuestra Iglesia diocesana, de forma que se inicie su ministerio episcopal con las mejores actitudes de caminar en comunión con él, de disponibilidad y de cooperación. Una vez que él inicie su recorrido, me retiraré a la nueva forma de vida a la que anteriormente aludí.
Con el VIII Centenario ha conseguido aunar a todas las fuerzas políticas de la ciudad, la provincia y la región en un proyecto común. ¿Pueden entenderse las distintas instituciones? ¿Cómo se ha sentido trabajando con personalidades de toda ideología y sensibilidad religiosa?
La verdad es que, como he repetido con frecuencia, el VIII Centenario ha servido para unirnos todos en un proyecto de ciudad: nos ha ayudado a vernos, a conocernos, a compartir perspectivas e ilusiones, a proyectarnos juntos en la construcción del bien común. Las diversas instituciones sociales se han vinculado, desde sus características específicas, en este proyecto común. En ese sentido, dejar aparte las diferencias ha facilitado el proyecto. Creo que todos hemos hecho un esfuerzo que merece la pena. Y es un ejemplo para tantas otras iniciativas que tendrían que construirse desde esta misma clave. He vivido con gran gozo y disponibilidad esta unión.
Algunos, sin embargo, sostienen que se ha aliado con realidades y personalidades con las que no debería haberlo hecho…
Siempre he procurado unir y unirme con cuantos estuviesen dispuestos a comprometerse sincera y generosamente con la preparación y realización de este proyecto, y con actitudes coherentes con la vida eclesial. He buscado siempre el bien de la Iglesia. Considero que, en el recorrido que hasta ahora hemos ido realizando, en ningún momento ha habido instituciones o personas que hayan recortado o dañado la autonomía y libertad de la Iglesia en su misión. La experiencia es que han sumado y contribuido al proceso y enfoque común.
Aunque seguramente no celebre como le gustaría el VIII Centenario, sí pasará a la historia como el Obispo que ha logrado, por fin, instalar la calefacción en la Catedral…
Es una de las realidades que desde el principio percibí que había que intentar mejorar; y empezamos a estudiar el modo, no fácil, de hacerla posible, sin que la temperatura afectara a la conservación del interior de la Catedral. De los 5 y 6 grados que había normalmente en la Catedral durante los tiempos fríos del año, se ha logrado que esté entre los 15 y 16. Aunque no se haya alcanzado la solución deseable, ciertamente se ha aminorado el frío y puede utilizarse la Catedral durante todo el año.
…Y unas puertas (aunque aún en ciernes) que no a todos han logrado convencer.…
El proyecto de las puertas de la Catedral es muy importante por lo que supone de recuerdo histórico para el futuro de esta conmemoración, por lo que significa de aporte de un bien muy significativo para nuestra Catedral, después de varios siglos de vacío artístico y por lo que ayuda al necesario y permanente diálogo entre la fe y el arte, entre la Iglesia y la cultura. Dejando aparte la estética del conjunto, que estoy seguro gustará cuando se concluya, la espiritualidad que refleja y el mensaje teológico que aporta contribuyen a realzar el conjunto en armonía.
Otro de los proyectos clave de su paso por Burgos ha sido la puesta en marcha de una Asamblea Diocesana. ¿Cómo valora la implicación de los distintos grupos?
El VIII Centenario, desde el punto de vista eclesial, quisimos que tuviera dos instrumentos: la Asamblea Diocesana y el Año Jubilar. Tienen que ver con la perspectiva de lo que celebramos: el Centenario de la iglesia madre de esta Diócesis de Burgos, que mira agradecida al pasado y se proyecta con esperanza a su futuro. La Asamblea, por tanto, se inserta en esta lógica eclesial que tiene a la comunidad de los bautizados como protagonistas dejándose llevar por el Espíritu. Es necesario discernir el cambio de época en el que vivimos para seguir siendo sal y luz, fermento en la masa. El análisis de la sociedad y el conocimiento del Evangelio son tareas permanentes si queremos ser la Iglesia de Jesucristo. Así la Asamblea se convocó como propuesta de discernimiento en comunión eclesial, para salir al paso de la necesidad de una conversión misionera y de una renovación personal, pastoral y eclesial. En ese sentido, valoro muy positivamente la respuesta y el compromiso de los grupos de Asamblea que han sabido acoger esta llamada a la reflexión y al discernimiento comunitario. Más allá del trabajo y de las aportaciones, que estoy seguro serán muy provechosas, para estos grupos será sin duda una importante experiencia de sinodalidad y comunión en la vida diocesana.
¿Podrá seguir la Asamblea su ritmo aunque usted no presida la Diócesis? ¿Su sucesor respaldará la recta final de este proceso?
Con certeza puedo responder afirmativamente. El nuevo Arzobispo, como ha expuesto en el mensaje de saludo a la Diócesis, lo apoyará y alentará.
¿A qué servirá la Asamblea para la vida de la Diócesis?
La Asamblea es un encuentro extraordinario y amplio de la Iglesia en Burgos que, abierta al Espíritu del Señor, quiere servir para alentar la conversión y renovación de la vida cristiana, y para discernir cómo vivir hoy el seguimiento y el mensaje de Jesucristo y los caminos para anunciarlo, dando respuestas a tantos desafíos de nuestro tiempo.
¿Y el Jubileo?
El Jubileo ha de ser una ocasión magnífica para celebrar el gozo de la fe, para renovar el encuentro con Jesucristo, para alentar procesos de crecimiento y maduración cristiana, para descubrir la alegría de formar parte de una gran familia de discípulos misioneros. Se ha preparado muy cuidadosamente.
Una de las acciones en las que ha puesto más esfuerzo durante todos estos años ha sido la Visita Pastoral. Pese al coronavirus y el resto de su apretada agenda ha logrado culminar con este requisito. ¿Cómo valora en general la vida de nuestras parroquias?
La Visita Pastoral ha sido una tarea permanente realizada casi desde los primeros meses de mi llegada a la Diócesis. He tenido la dicha de poder visitar todas las parroquias, con las limitaciones que la etapa de la pandemia ha provocado. Doy gracias a Dios de haber completado el recorrido previsto de las 1.003 parroquias por lo que conlleva y significa para un Obispo esta realidad: conocer hasta el último lugar de su Diócesis, estar cerca de la gente, percibir, escuchar y alentar lo que habita en el pueblo de Dios. Una primera valoración de la misma la pude hacer en la última carta pastoral de septiembre del 2019: «Se puso a caminar con ellos». En ella, ya compartía con todos la enorme diferencia entre el mundo rural y el mundo urbano. Llamaba la atención sobre algunas lagunas, como el mundo de los jóvenes, la iniciación cristiana y la familia. Pero presentaba también las grandes luces de esta Iglesia que no son solo pasado, sino presente hecho realidad en tantos sacerdotes, religiosos y laicos que viven con ilusión su fe. Ciertamente las parroquias atraviesan dificultades, tratando de revisar y actualizar su función pastoral, conscientes al mismo tiempo de que no son las únicas células de la evangelización. La reestructuración diocesana nos ha ayudado a avanzar en ese sentido.
¿Desde lo que ha podido palpar, cree realmente que la Diócesis de Burgos es de esas que da «pocos dolores de cabeza» a sus Obispos?
Yo me he sentido siempre muy a gusto en esta Diócesis. Como es lógico, en la tarea de gobierno no han faltado momentos complicados pero, gracias a Dios, con el apoyo de las personas encargadas en las diferentes tareas diocesanas, hemos sabido afrontarlas con seriedad y creo que con eficacia y con paz.
Algunos lo califican como un Obispo conservador, como una de las «últimas herencias» del Cardenal Rouco. Otros, sin embargo, hablan de usted como un pastor alineado con Francisco, que ha optado por un equipo de gobierno más «progresista», con acciones pastorales en consonancia con las ideas del Papa. ¿Por qué es tan difícil escapar de las etiquetas en la vida de la Iglesia?
Como muchas veces he repetido, «yo he sido yo mismo» en esta época y en las anteriores. Las etiquetas no nos hacen bien; nos separan, nos enfrentan y nos paralizan. He buscado siempre seguir a Jesucristo, servir a la Iglesia, estar atento a lo que el Espíritu va suscitando en los diferentes carismas, acoger el Evangelio con la novedad de cada momento y en profunda comunión con el Papa Francisco.
¿Y por dónde ha ido entonces su ministerio?
Junto a realidades ya expresadas en respuestas anteriores, he procurado dar continuidad apostólica a nuestra Iglesia diocesana, animarla a abrirse a Dios como comunidad trinitaria de Amor desde las connotaciones propias de esta época, impulsar la imprescindible comunión de sus miembros, ayudar a asumir cuanto conlleva la realidad bautismal a lo largo de la vida, insistir en la importancia fundamental de la oración en la vida cristiana, animar a vivir el valor decisivo en muchos aspectos de la realidad familiar, cuidar con afecto y constancia a los sacerdotes y personas de la vida consagrada contemplativa y activa, alentar para que se atienda el ámbito de los jóvenes, presentar la necesaria coherencia entre la fe viva y el compromiso con la realidad, especialmente en lo que afecta a los más pequeños y olvidados. En las Cartas Pastorales y en los mensajes dominicales he ido concretando y compartiendo las realidades del momento, tratando de animar e impulsar la acción misionera de la Iglesia en Burgos, que es lo que nos ha unido y motivado en todo tiempo.
¿Por qué optó por ese equipo de gobierno? ¿Cómo valora su acción?
Durante los cuatro primeros meses me entrevisté con todos y cada uno de los sacerdotes. Después con bastantes seglares y personas consagradas. Para el Consejo Episcopal de gobierno procuré buscar sacerdotes con vida espiritual sólida, bien integrados en la Iglesia diocesana, con buena preparación y seria formación teológica, con amplia aceptación en la vida pastoral y con clara capacidad para trabajar en equipo. Para las Delegaciones diocesanas y otros Departamentos de servicio pastoral seguí criterios similares entre sacerdotes y laicos, hombres y mujeres. Estoy muy contento con el funcionamiento del conjunto y les expreso mi muy especial y fuerte agradecimiento. Sin todos y cada uno de ellos no hubiese sido posible la atención pastoral que se ha intentado ofrecer a las diversas realidades diocesanas. Saben que cuentan y contarán siempre con mi afecto y reconocimiento sinceros.
Una de las primeras decisiones que tomó fue la de cambiar el rector y director espiritual del Seminario. ¿Cómo califica la formación de los futuros sacerdotes?
Desde mi punto de vista, en la formación de los futuros sacerdotes se tiene que garantizar una profunda talla y equilibrio humanos sobre los que edificar y construir la llamada del Señor. Es necesario cuidar el sujeto que recibe la llamada. Garantizado esto, la experiencia de amistad con Jesús que nos invita a la misión, ha de ser cultivada, profundizada y celebrada. Cuando esto sucede, se podrá vivir siempre en clave de servicio y de entrega. Los tiempos que corren exigen sacerdotes bien preparados, que amen a Jesucristo, que los ha elegido como colaboradores y que amen al pueblo al que han de servir. Estas claves son fundamentales.
Aunque no han sido demasiados, sí ha logrado ordenar un puñado de sacerdotes. ¿Han sido suficientes? ¿Qué falla en los jóvenes?
En Burgos tenemos dos Seminarios diocesanos que forman una única realidad: el de San José y el Redemptoris Mater. Para el Obispo, el Seminario ha de conllevar una atención y cuidado muy especiales, pues representa, en gran parte, el futuro de una Iglesia y lo condiciona. Ciertamente existe una enorme preocupación por el pequeño número, a pesar de todos los esfuerzos que se han hecho y de todas las energías y personas que se han dedicado a esta realidad eclesial. Los tiempos que atravesamos ahogan con frecuencia la llamada que el Señor sigue realizando. Hay que continuar teniendo con estos jóvenes una esmerada dedicación, cuidando la vida cristiana de la familia y fomentando el espíritu comunitario de las parroquias, ámbitos uno y otro donde podrán ir surgiendo y creciendo las vocaciones. Acompañemos siempre este quehacer con la oración permanente al Dueño de la mies.
En varias ocasiones ha repetido que el clero de Burgos es bueno, con una gran formación. ¿A qué se deben sus palabras?
Sin duda, a la experiencia que he tenido de su preparación y entrega a lo largo de estos años. Pienso que se debe a la ilusión de las familias que han cuidado su vocación, a la tarea de tantos formadores que han ido modelando su formación y espíritu sacerdotal, y a la Facultad de Teología en su preparación académica. Junto a ello, el esfuerzo de los propios sacerdotes por servir y vivir de la mejor manera posible su vocación. Lo he dicho y lo repito: nos encontramos ante un buen clero, unos buenos mediadores, de los que el Señor se sirve para realizar su obra. Creo que hemos de ilusionarnos con lo que somos para poder afrontar retos y metas más complejos como la sociedad hoy nos pide.
Al poco de llegar, optó por crear una Vicaría para la Vida Religiosa. ¿Cree que la vida consagrada tiene respaldo efectivo en la marcha pastoral de la Diócesis?
La Vida Religiosa en nuestra Iglesia diocesana es un don precioso de Dios y de quienes han ido respondiendo a su llamada. Su presencia se expande de modo capilar en los diversos ámbitos de la vida eclesial y pastoral. Se visibiliza en tantos monasterios y casas de vida contemplativa y activa; a unos y otros los he visitado y he compartido momentos entrañables que guardo en mí con especial cariño. En la vida religiosa se expresan tantos carismas que significan una enorme riqueza de vida evangélica para la misión de la Iglesia. Además, tras cada persona se encierran enormes experiencias vitales que aportan mucha vida para todos. Es una lástima que, quizás porque estamos tan acostumbrados, no sepamos valorarlo más e insertarlo en el quehacer pastoral cotidiano.
¿Cree que el laicado tiene el protagonismo deseado o vive aún en un clericalismo heredado de décadas, o incluso siglos?
El Concilio Vaticano II supuso un despertar del laicado, ese gigante dormido. Ciertamente, los cambios en la Iglesia suelen ser lentos, también en este campo. Venimos de una inercia en la que los sacerdotes han tenido un protagonismo enorme que, en muchas ocasiones, ha anulado el papel de los laicos. Sin embargo, poco a poco se va revirtiendo esta situación, para descubrir la grandeza del bautismo que a todos nos une y nos impulsa a la evangelización en medio del mundo. En mi Visita Pastoral me he encontrado con muchos laicos que, desde su sencillez, siguen manteniendo la llama de las comunidades, de la transmisión de la fe, de las celebraciones litúrgicas en las zonas rurales, de la presencia transformadora en el mundo… El Congreso de laicos ha sido sin duda un momento de gracia para tomar conciencia de su identidad en la Iglesia y en el mundo. Desde luego, supone un reto permanente en el que tenemos que seguir profundizando. Cuidando también lo que conlleva la especial importancia de la mujer en la Iglesia.
¿Cómo valora la acción social y caritativa de la Diócesis? ¿Cómo califica el papel de Cáritas y otras instituciones que están al pie del cañón siendo, como usted dice, «el brazo ejecutor del amor de Dios»?
El amor de Dios, efectivamente, está siempre vivo y actuante en Cáritas, pero la pandemia que estamos viviendo evidencia de modo especial y nos indica claramente lo importante que es la acción caritativa y social de la Iglesia. Así se valora también en sectores ajenos a la propia comunidad cristiana. Creo que una Iglesia que no se compromete y está cerca de los más pobres, no es la Iglesia que quiere Jesucristo. En ese sentido nos hemos ido adaptando para ser hospital de campaña y responder a los retos que nos venían para engendrar esperanza a tantos que lo necesitan. Estoy pensando en el Centro de Escucha que se ha abierto, en la atención a Emigrantes y la Trata, en los programas de Cáritas por el empleo… Hemos crecido en organización y en apoyo social, pero está siempre el reto de crecer también en lo que el Papa nos invita: «la amistad con los pobres». No se trata de hacer cosas «para», sino de expresar la grandeza de que los pobres nos revelan el rostro de Dios y nos acercan al Evangelio. Por eso, la acción social nos debe llevar a ser una Iglesia pobre y con los pobres, que es el lugar donde nos quiere Dios.
Una de las tareas que ha debido afrontar ha sido la de la remodelación de algunas estructuras de la Curia Diocesana y de varios arciprestazgos. ¿Han sido efectivas o, simplemente, reorganizaciones sobre el papel?
Hemos intentado que sean no meramente organigramas sobre el papel. Lo que hemos hecho durante estos años no ha venido de arriba abajo, sino que ha sido ampliamente dialogado y compartido en los diferentes consejos y órganos de participación. Considero que han sido una experiencia y un ejemplo grande de sinodalidad. En ese sentido, pienso que la estructura se tiene que acoplar a la vida de las comunidades y, paralelamente, la estructura tiene que ayudar a engendrar y motivar la vida cristiana de las mismas. Lo que importa es que cualquier organización esté abierta al Espíritu del Señor para que tenga vida y la genere en la acción pastoral que se proponga.
¿Cree que ha logrado una Diócesis de discípulos misioneros, como proponía el plan de pastoral que usted puso en marcha?
Un objetivo tan amplio es difícilmente alcanzable y evaluable. Ciertamente, en eso no se cumplen los parámetros de lo que tiene que ser un objetivo. Además, afortunadamente, tampoco es obra del Obispo, sino que siempre es obra del Espíritu que sigue actuando hoy en la Iglesia. Pero lo que esas palabras indican es, sobre todo, un horizonte, una línea de trabajo, un estilo, una apuesta… En ese sentido creo que marca algo profundamente evangélico: el cristiano hoy tiene que ser oyente de la Palabra y testigo en medio del mundo. No discípulo y misionero, sino discípulo misionero. Quizás, aunque siempre ha sido este el estilo, se nos había olvidado. También creo, sinceramente, que sí se ha trabajado en ello, al hilo del Plan pastoral.
En cinco años, podríamos decir que no ha sido testigo de graves crisis ni ha tenido que sufrir titulares negativos de la prensa, salvo ese que lo tachaban, hace un año, de Obispo machista que «prefería que las mujeres sufrieran el martirio antes de ser violadas»…
En conjunto durante estos cinco años el trabajo pastoral no ha estado interferido por crisis especiales ni reacciones negativas de la sociedad y de los medios de comunicación. Me parece que estos años pueden calificarse, gracias a Dios y a cuantos así lo han hecho posible, de clara «normalidad activa», que ha posibilitado y facilitado el quehacer pastoral. Las únicas interferencias, poquísimas, que han intentado obstruir la tarea pastoral, no de la Diócesis sino la mía personal, fueron claramente fruto de la evidente mentira y la mezquina maldad y cobardía de personas resentidas, totalmente ajenas a la vida y sentir diocesano y eclesial. Afortunadamente, aunque produjeran algún sufrimiento, no tuvieron ninguna repercusión.
Siempre comienza sus homilías saludando, fraterna y cordialmente, a todos los que están presentes en la celebración. Y lo hace con la intención de no dejarse a nadie en el tintero. ¿Qué cosas y personas piensa que no han sido atendidas en estos cinco años?
Cinco años es un recorrido temporal muy breve para poder acometer todo lo que uno quisiera para esta Iglesia diocesana. Ciertamente, con la ayuda de Dios y de los demás, me he entregado por entero, para lo que ha colaborado la excelente salud que Dios me ha regalado para servir a los demás. He querido estar siempre abierto a todas las realidades que han ido surgiendo. Para ello también el equipo de Vicarios y Delegados, con sus equipos correspondientes, ha colaborado muy eficazmente. En ese sentido, estoy satisfecho. Como ya he dicho, me hubiera gustado tener más tiempo para que la Visita Pastoral en esta última etapa hubiese sido, como toda la anterior, más pausada. En mi agenda, tenía también previsto acercarme más al campo de las asociaciones y al educativo. Ahora, con la pandemia, se ha vuelto a abrir un mundo de hermanos necesitados que siempre está ahí y al que queremos llegar y cuidar, aunque nunca llegamos del todo.
Antes de su llegada, su antecesor, don Francisco, lo definió como «un Obispo bueno». ¿Cómo califica usted a quien le sucederá al frente de la Diócesis?
Sin duda que es un Obispo sabio, entregado, cercano, excelentemente preparado espiritual, intelectual y pastoralmente. Su recorrido vital por diferentes lugares, alguno de ellos no fáciles, le ha curtido en su personalidad y en su entrega como Pastor. Me une una gran amistad con él, y estoy convencido de que es el Obispo que esta Iglesia precisa. Doy gracias a Dios por ello y considero que no es exagerado afirmar que será un muy precioso don de Dios y de la Iglesia para nuestra Iglesia diocesana.
¿Qué Diócesis le deja como herencia? ¿Por dónde le gustaría que caminara la Iglesia que usted ha presidido?
Considero que puedo afirmar con verdad que Don Mario Iceta viene a una de las Diócesis que en su conjunto es de las deseables pastoralmente para un Obispo. La preciosa herencia de verdadera vida cristiana que dejaron desde hace muchos siglos las generaciones anteriores; el maravilloso patrimonio religioso, nacido de esa fe y vida cristiana, que se ha hecho también cultura sin dejar de ser fe; la actual realidad de muy buenos sacerdotes; la excelente vida consagrada; los magníficos y abundantes laicos comprometidos; la armonía de conjunto en la sociedad burgalesa; la abundante y variada belleza natural a lo largo de su muy extensa geografía… ¿Por dónde seguirá caminando esta Diócesis? Sin duda por donde, abiertos al Espíritu del Señor, Él les vaya indicando y, abiertos a esta sociedad actual, se vayan manifestando los ámbitos y realidades concretas a las que ha de anunciarse la Buena Noticia de Jesucristo. Encomiendo con todo cariño a Santa María la Mayor que acompañe y cuide siempre de todo este pueblo de Dios que peregrina en Burgos.