Cárcel y migraciones: la mirada de San Vicente de Paúl
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Hoy se conmemora la fiesta de San Vicente de Paúl. Y me parece importante traer aquí su memoria y su recuerdo, porque su intuición, tan evangélica y tan fundamental en el camino de la santidad, nos puede iluminar para acercarnos a dos realidades que se hacen presentes en esta semana: el mundo de los privados de libertad y el mundo de los migrantes y refugiados.
Se trata de uno de los grandes santos que supieron imitar a Jesucristo en su entrega y amor a los más pobres. A caballo entre el siglo XVI y XVII, en una Francia rural y empobrecida, San Vicente de Paúl prolongó su mirada más allá de sí mismo y de su entorno inmediato, para percibir así la dura realidad en la que vivían miles de personas junto a él. De esta manera se hizo buen samaritano con los hombres y mujeres de su tiempo para, desde la caridad, alcanzar la necesaria justicia. Se empeñó en defender la dignidad de cada persona, que siempre y en cualquier circunstancia está marcada por la huella misma de Dios; y a su desarrollo y promoción dedicó su esfuerzo, su tiempo y su imaginación.
La vida de los testigos que nos han precedido se convierte siempre en una provocación y en una esperanza. Y ello es más necesario hoy que nunca, en medio de esta sociedad en la que abunda tanto dolor y tantas heridas. Meternos en las claves de su vida, nos puede ayudar a seguir peregrinando sin errar. Así lo han comprendido tantas personas de la familia vicenciana, tan presentes en nuestra Diócesis, que hoy precisamente celebran su fiesta y a cuyo amparo han encontrado inspiración y orientación para sus vidas. ¡Felicidades a todos!
Al mirar a San Vicente de Paúl, percibimos inmediatamente el secreto de su entrega, que hoy nos puede ayudar. Sin miedo a equivocarnos, nos damos cuenta de que él supo descubrir en los rostros de cada persona con las que se encontraba el mismo rostro de Cristo hambriento, sediento, forastero, encarcelado… Cada pobre se convertía así en un misterio escondido de Dios. Por eso podía afirmar: «¡Qué bello ver a los pobres si les consideramos en Dios y con la misma estima que Jesús les tenía!»
Por eso os decía al comienzo que su figura nos ilumina para acercarnos a dos realidades que queremos tener especialmente presentes esta semana: el pasado 24 de septiembre, con la fiesta de la Merced, se nos invitaba a mirar con ojos de misericordia el mundo de la cárcel. Una realidad que nos es tan ajena, que siempre está en los extrarradios de nuestra sociedad y de nuestra sensibilidad, pero que afecta a tantas personas y familias con rostros e historias únicas y personales. Desde luego que no es la justicia sin corazón la que puede sacar adelante sus vidas y proyectos truncados. El legalismo y el aislamiento son soluciones fáciles, pero no son la solución. Únicamente la mano tendida que dé horizonte y esperanza será capaz de colaborar en la necesaria reinserción. Precisamente es lo que hacen tantos voluntarios de la pastoral penitenciaria que se acercan a nuestra cárcel para compartir vida y ayudar.
Junto a ello, la Iglesia celebra hoy la Jornada Mundial de los migrantes y refugiados: una fecha que nos invita a mirar esa otra realidad que afecta en el mundo a tantos millones de personas que tienen que salir de sus hogares buscando seguridad, trabajo, desarrollo, en definitiva pan para comer. Nuestra sociedad globalizada hoy se ha hecho intercultural. Se trata también de un fenómeno que hemos de asumir y gestionar si queremos evitar futuros conflictos. Para ello, nuestra mirada a esas personas quizás pueda cambiar si descubrimos en cada uno al mismo Cristo. Así nos lo recuerda el lema de la jornada: «Como Jesucristo, obligados a huir».
A una y otra realidad, al mundo de la cárcel y de la migración, se pueden adecuar las actitudes que el Papa Francisco nos invita a cultivar en el Mensaje que ha publicado con tal motivo. En forma de verbos, nos indica caminos a recorrer que se nos presentan como retos y compromisos ante el mundo de la exclusión. Yo solo los enuncio, porque encierran una fuerza que no necesita comentarios: necesitamos conocer para comprender; hacerse prójimo para servir; reconciliarse para escuchar; crecer para compartir; involucrar para promover; colaborar para construir. Este es un camino para una sociedad que siempre queremos más integrada, como la que hizo San Vicente de Paúl.
Encomendamos una vez más a Ntra. Señora las necesidades de sus hijos, nuestros hermanos, y hoy lo hacemos especialmente con la nueva advocación de la letanía del Rosario: «María, Consuelo de los migrantes, ruega por nosotros».