Un curso pastoral distinto y un verano especial
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Para iniciar la reflexión de hoy, quiero tomar unas palabras de San Pablo en la 2ª Lectura de este último domingo del mes de julio: «Hermanos: sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien» (Rm 8,28). Todo. El doloroso pasado reciente, el presente frágil todavía, el futuro inseguro… Todo. También el descanso estival que ahora nos llega, las pequeñas alegrías, las esperanzas que nos animan, la vida que se nos sigue regalando cada día con todas sus posibilidades… Todo en los planes de Dios sirve y servirá para nuestro bien. Es su Palabra. Y se cumple. Vamos a acogerla hoy y a guardarla en el corazón, para que ilumine y sostenga ahora y en todo momento nuestra vida.
Estamos finalizando un curso pastoral distinto y muy especial, porque los acontecimientos imprevistos han alterado profundamente el desarrollo normal de las actividades eclesiales. Precisamente mañana tendremos la celebración que hubiéramos deseado tener en su momento, para acompañar a cada persona y a cada familia con el consuelo de la fe cristiana y la cercanía de la Iglesia diocesana. Lo hacemos ahora con el funeral por todas las víctimas del Covid-19. Una celebración sentida e intensa para llevar ante el Señor en la Eucaristía, con un mismo abrazo, a quienes han fallecido, a quienes lloran su ausencia y a la comunidad cristiana que los acompaña como hermanos.
Al finalizar este curso se acumulan en mi corazón sentimientos profundos y diversos, que he ido manifestando en varios mensajes dominicales a lo largo de los últimos meses. No voy a insistir en ello, porque todos hemos sido testigos del sufrimiento que ha afectado a la mayor parte de nuestra población; y seguimos compartiendo la preocupación y la angustia de quienes ven en peligro su futuro profesional o laboral. En este ambiente, y con la ayuda de Dios, la diócesis ha recreado y actualizado este curso su actividad pastoral.
La Iglesia salió de los templos, precisamente cuando tuvieron que estar encerrados, para ir a donde había necesidad, para ser ese hospital de campaña que en algún momento comentamos. Se ha hecho cercana a través de los sacerdotes que han actuado como capellanes en el cementerio o en los hospitales, a través de los voluntarios que han prestado su servicio en tantos campos de la vida social, a través de quienes han mantenido, en la medida de lo posible, la vida y la presencia de las parroquias potenciando la familia como pequeña «Iglesia doméstica»… Gracias a muchos de vosotros el curso pastoral, con un estilo nuevo de hacer y de estar, ha sido una realidad experimentable. Debo expresar mi profunda gratitud igualmente a tantas personas que han contribuido activa y generosamente a preparar los templos para el retorno de las celebraciones litúrgicas. Habéis hecho posible el gozo del saludo y de la oración comunitaria, el reencuentro en torno a los sacramentos. Se ha evidenciado la entereza y la energía, alimentadas por la esperanza que brota de la fe. Ha sido una actividad pastoral participada que ciertamente servirá para dar profundidad y solidez en nuestra diócesis a la vivencia eclesial.
Ahora, ya ha comenzado el verano que, sin duda, es también un verano especial. Parece que nos cuesta decir con el gozo de años pasados «feliz descanso» o «felices vacaciones». Y, sin embargo, no puedo dejar de desearos felicidad, descanso, esperanza y tranquilidad. Todos lo necesitamos. En este periodo vacacional cambia el ritmo de vida para muchos de vosotros. Os deseo que lo aprovechéis para el descanso, que disfrutéis todo lo posible, con la prudencia requerida, de las reuniones familiares, de la vuelta a las raíces en los pueblos, del encuentro con amigos y conocidos. Pienso que es un verano especial, porque es una oportunidad para volver a tomar conciencia de muchas cosas que sentíamos y deseábamos cuando estábamos en confinamiento; un tiempo oportuno para «repasar» esas lecciones que entonces queríamos aprender: la necesidad de relativizar y poner orden en la vida de cada día para dar importancia a lo que es esencial; dejar que muchas cosas materiales por las cuales nos inquietamos den paso a los valores del espíritu; que las relaciones humanas y las personas con las que convivimos recuperen su importancia y su verdadero rostro; que pensemos en la necesidad que tenemos unos de otros, en la alegría de compartir, en los cuidados de los mayores y de los que están solos; que la naturaleza nos descubra su belleza y el daño que al dañarla nos hacemos a nosotros mismos; que dejemos que Dios entre en nuestra vida y contemos cada día con Él… Sí, será un verano especial si nos damos un tiempo para que estas lecciones calen en nuestro interior y nos vayan cambiando la vida,
Os animo a que participéis, en lo posible, en las celebraciones litúrgicas, allá donde estéis. Acercaos también a la Virgen, presente en tantas ermitas y santuarios que surcan nuestra geografía diocesana. Bajo su protección os dejo y os deseo de corazón ¡feliz descanso, feliz verano!