La paz nos urge y compromete
Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)
El pasado 9 de septiembre, el periodista y escritor italiano Vittorio Messori visitó a Benedicto XVI, de quien es amigo personal. En un momento de la charla, le animó a que escribiera un libro sobre los Novísimos, “ahora que están tan olvidados”. El anciano expontífice le contestó que le encantaría pero que ya no tiene fuerzas para un compromiso de esa envergadura. Luego le confió: “Mi deber hacia la Iglesia y el mundo intento hacerlo con una oración que ocupa toda mi jornada». El periodista insistió: “¿Oración mental o verbal, Santidad?”. Su respuesta fue inmediata: «Verbal sobre todo: el rosario completo, con sus tres coronas (150 avemarías) y los salmos”.
No deja de ser significativo que un hombre tan sabio y tan santo no encuentre mejor modo de ayudar al mundo y a la Iglesia que rezando el Santo Rosario. Si san Juan XXIII y san Juan Pablo II hubieran escuchado su respuesta a Messori se habrían emocionado y le habrían aplaudido. Porque Juan XXIII rezó toda su vida las tres partes del Rosario y Juan Pablo II dijo de él que “esa oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mi juventud, es mi oración predilecta y me ha acompañado en los momentos de alegría y de tribulación”. Al papa Francisco también le acompaña, pues todos los días reza, al menos, una parte del rosario y, de modo ordinario, dos.
En este momento, la guerra sigue siendo una triste realidad en tantas partes de la tierra, especialmente en Oriente Medio: Irán, Iraq, Siria, Egipto, y en Extremo Oriente: Pakistán, Corea, Vietnam. Muy próximos a nosotros está la contienda entre Ucrania y Rusia y los terrorismos físicos e intelectuales y verbales en diversas naciones de Europa.
Es muy humana la tendencia al lamento y a la conmiseración meramente sentimental. Pero quienes tenemos fe, sabemos que el mejor “lamento” y la mejor “conmiseración” es acudir a Dios, pidiéndole que venga en nuestra ayuda y haga lo que nosotros somos incapaces de lograr: la paz entre los pueblos y naciones.
“El Rosario –decía Juan Pablo II- es una oración orientada por su naturaleza hacia la paz, porque contempla a Cristo, Príncipe de la paz”. Y porque no se puede contemplar sus misterios sin desear, por ejemplo, ser hombres de “buena voluntad” -como cantaron los ángeles en Belén-, saber perdonar -como él perdonó a quienes le estaban matando- o desear que la Virgen –a la que proclamamos “reina de la paz”- haga este mundo más hermoso, más justo y más cercano al proyecto de Dios.
Pero no sólo hay guerras y conflictos entre las naciones y pueblos. Se dan en el seno de la comunidad que es, por antonomasia, la comunidad de la paz, por ser la comunidad del amor: la familia. ¡Cuánta violencia, cuántas riñas, cuántos enfrentamientos, cuántas faltas de comprensión para pedir y conceder el perdón, cuánta desunión”.
Recemos, pues, el Rosario, para que haya paz en el mundo y en las familias, y todos podamos disfrutar de sus bienes. El mes de octubre ha sido tradicionalmente un mes dedicado a esta devoción tan popular. Nosotros pertenecemos a la provincia y diócesis donde nació uno de sus grandes impulsores: santo Domingo de Guzmán. Un motivo añadido para que acudamos a la Reina de la Paz implorando, confiada y humildemente, el don de la paz.
Ahora hay un motivo muy urgente: el drama de los desplazados. Reaccionemos con humanidad y hagamos cuanto esté en nuestras manos. Quizás pensamos que no es mucho lo que podemos hacer. Sí, es mucho. Basta que recemos con insistencia el Santo Rosario para que la paz de Jesucristo llegue a tantos niños, ancianos y enfermos que integran ese inmenso colectivo que llamamos “desplazados”.