Bautizo de niños y adultos en nuestra diócesis
Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)
Cuando observamos la vida de un niño de pocos meses, sentimos un cierto desconcierto, al comprobar la inferioridad en que se encuentra respecto a un animalito o a un ave de la misma edad. Sin embargo, el desconcierto da paso a la admiración por el modo con el que Dios procede en ambos supuestos. En el caso de los animales y las aves, desde el primer momento necesitan valerse por sí mismos, mientras que en el caso de las personas humanas ha previsto que se encargue de ello la familia. Ahí crece y se desarrolla durante años y se abre a la vida en todas sus dimensiones: física, intelectual, sentimental, espiritual, religiosa, social.
Todos los padres lo saben y actúan en consecuencia. De hecho, preparan para su bebé los alimentos adecuados, le cambian la ropa, le enseñan el idioma en que tendrá que hablar cuando sea mayor, le llevan a la guardería y, si enferma, al médico. A veces se ven obligados a imponerle algo en contra de su voluntad, como que tome una medicina o un alimento que necesita pero que él rechaza. Cuando actúan así, no tienen ningún complejo de haber violado su libertad. Se orientan con la lógica del sentido común.
Con esa misma lógica los padres cristianos ayudan a sus hijos a despertar en el campo religioso, les enseñan a rezar, les hablan del amor a Dios y prójimo y –al poco de nacer- les llevan a bautizar. Últimamente, las presiones familiares y ambientales les llevan a inquietarse, pues les insisten en que esperen a que los hijos sean mayores y sean ellos los que pidan el bautismo y aprendan a rezar. No tienen por qué inquietarse. Como tampoco se inquietan cuando les enseñan un idioma que, quizás, no querrán hablar cuando sean mayores.
Ahora bien, los padres cristianos han de ser conscientes de la responsabilidad que contraen cuando piden el bautismo para sus hijos. Desde ese momento, ellos se comprometen a cuidar la tierna planta de la fe, de modo que no se hiele ni agoste con los rigores del frío o del calor del ambiente. Hoy tiene especial actualidad, porque el ambiente en que nace y crecerá esa criatura es muy adverso para la fe cristiana. Si hace unas décadas el ambiente ayudaba a ser mejores, el ambiente actual suele ser un serio adversario del bien y un poderoso aliado para el mal.
No se trata de hacerse miedoso o suspicaz. Menos todavía de pensar que en ese medio ambiente es imposible ser cristiano. Se trata simplemente de ser conscientes de que hoy es preciso tomarse mucho más en serio la educación religiosa de los hijos en la propia familia. Si un niño nunca oye hablar de Dios a sus padres, si nunca les ve rezar cuando se ponen a la mesa, si nunca les ve ir a Misa los domingos, si nunca les ve dar una limosna, si sólo escucha en ellos críticas contra la Iglesia y la legítima autoridad, o juicios negativos contra todos y contra todo, será muy difícil que la fe plantada en el bautismo se desarrolle y produzca los frutos que cabe esperar.
Para ayudar a los padres en su tarea educativa, desde hace algunos años las parroquias de nuestra diócesis les ofrecen algunas charlas de preparación al bautismo y, más tarde, caminan a su lado para ayudarles en el despertar religioso de sus hijos. Es una gran ayuda que los padres valoran muy positivamente y que yo bendigo con especial cariño y animo a proseguir ahora que vamos a iniciar un nuevo curso.
De todos modos, en nuestra diócesis no solo se bautizan niños recién nacidos. Desde hace varios años existe un servicio especial para los adultos mayores de 16 años y para los niños-adolescentes entre 6 y 14 años que quieran bautizarse. El pasado domingo, sin ir más lejos, bauticé a una persona de casi treinta años. Quienes deseen información pueden pedirla en su parroquia o en el obispado. También bendigo esta iniciativa y animo a todos a cumplir el mandato del Señor: “Haced discípulos míos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.