Sembradores de esperanza. Acompañar la fragilidad de la vida humana
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
El pasado 1 de noviembre la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida, de la Conferencia Episcopal, publicó un documento titulado Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta vida. He dejado pasar unas semanas, con temas en torno al Adviento y las fiestas navideñas, para ofreceros una breve presentación de ese documento, que os hago hoy, a fin de que no caiga en el olvido. Trata cuestiones profundamente humanas, que en un momento u otro de la vida nos afecta a todos, por lo que debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad ante las personas que requieren nuestra presencia y nuestra atención.
La importancia, la universalidad y la actualidad del tema vienen confirmadas por el hecho de que en el mes de octubre se habían manifestado en el mismo sentido una Declaración conjunta de las religiones monoteístas abrahámicas sobre las cuestiones del final de la vida, y otra resolución de la Asociación Médica Mundial, con idénticos fines.
El Documento de los Obispos es amplio y trata detenidamente cuestiones como: la ética del cuidado de los enfermos; el debate social sobre la eutanasia, el suicidio asistido y la muerte digna; la medicina paliativa ante la enfermedad terminal; la cultura del respeto a la dignidad humana; la experiencia de fe y la propuesta cristiana. Como podéis suponer, en este breve espacio de tiempo no puedo intentar una presentación adecuada de cuestiones de tanta transcendencia y con tantas implicaciones. Pero deseo ofreceros, al menos, una reflexión general para todos y una invitación para los profesionales de la sanidad. Éstos deberían realizar una lectura atenta del documento para elaborar unos criterios morales y cristianos que les ayuden a tratar con dignidad a sus pacientes en momentos tan intensos y delicados.
El público en general, y de modo especial los creyentes, debemos ser conscientes de que en cuestiones como la eutanasia, el suicidio asistido, la medicina paliativa o el cuidado a los enfermos en situación terminal, lo que está en juego es el valor de la vida humana. Hay Medios de Comunicación Social que, como sabemos, vienen desplegando una activa campaña de propaganda a favor de lo que suelen denominar «muerte digna» o «dignidad de la muerte»; concepto que, según como se entienda, es el argumento que toma el movimiento pro-eutanasia. La estrategia es clara: intentan despertar las emociones, tocar la fibra sensible de la población, presentando casos límite, para suscitar la compasión y reivindicar como derecho fundamental una «muerte digna». Dentro de esa lógica engañosa la persona concreta corre el riesgo de ser considerada como una carga o como un objeto del que se puede prescindir. Como bien ha dicho el papa Francisco, «la eutanasia y el suicidio asistido son una derrota para todos. La respuesta a la que estamos llamados es no abandonar nunca a los que sufren, no rendirse nunca, sino cuidar y amar para dar esperanza».
La Iglesia se muestra como maestra en humanidad, según lo viene confirmando la constancia y la generosidad con la que tantos de su hijos se consagran a la atención de quienes en esos momentos son tan débiles y vulnerables. Es un gesto de fidelidad al Evangelio, que proclama y defiende la dignidad de toda vida humana, especialmente cuando se muestra más frágil, en la enfermedad o en la agonía. Y ante tales situaciones la Iglesia evita dos extremos: la obstinación terapéutica, es decir, recurrir a tratamientos que se sabe que son insuficientes y que tan sólo prolongan penosamente la agonía; y la eutanasia, como solución rápida y fácil que relativiza la vida y la dignidad de las personas. Por eso también admite la validez de un «documento de voluntades anticipadas», conocido habitualmente como «testamento vital».
En conclusión: el documento «Sembradores de esperanza» nos invita a acompañar al enfermo, sobre todo en los momentos de mayor gravedad y soledad. Es tarea de todos cuidar, aliviar y consolar a quien se encuentra en un momento decisivo, aportando el testimonio de un amor y de una esperanza que van más allá de la muerte. El título del documento lo expresa con claridad; y ya en la introducción se nos dice que: «el Señor ha venido para que tengamos vida en abundancia (cfr. Jn 10, 10) y en Él hemos sido llamados a ser sembradores de esperanza, misioneros del Evangelio de la vida y promotores de la cultura de la vida y de la civilización del amor».