El Bautismo de Jesús y nuestro Bautismo
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Las fiestas de la Natividad de Nuestro Señor, que hemos celebrado, nos dejan sin duda una experiencia viva de alegría cristiana, de encuentros felices de familia, y de esos deseos de ser mejores, que sentimos que afloran cuando el Misterio de Dios en el Portal ilumina nuestra vida. La fiesta de hoy, con la que concluye litúrgicamente el tiempo navideño, nos acerca a las orillas del Jordán, para participar en un acontecimiento: el Bautismo de Jesús por parte de Juan Bautista.
Se nos presenta a Jesús, en las aguas del río Jordán, en el centro de una revelación divina. Escribe san Lucas: «Cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”» (Lc 3, 21-22). De este modo Jesús es consagrado y manifestado por el Padre como el Mesías salvador y liberador. Esta «manifestación» del Señor sigue a la de Nochebuena en la humildad del pesebre y al encuentro con los Magos, que en el Niño adoran al Rey anunciado por las antiguas Escrituras.
En este pasaje, presente en los cuatro Evangelios, se narra el bautismo de Juan Bautista, un bautismo de conversión basado en el símbolo del agua; y el Bautismo de Jesús, un Bautismo «en el Espíritu Santo y fuego», en el que Jesús se siente inundado por el Espíritu; se reconoce a sí mismo como Hijo de Dios, el Hijo unigénito, objeto de la predilección del Padre; y se manifiesta como el «Cristo», esto es, ungido por el Espíritu Santo para llevar adelante la misión encomendada por el Padre. Y así comienza su vida pública. Jesús no vuelve ya a su trabajo en Nazaret. Su vida se centra ahora en la misión de anunciar con obras y palabras, el plan de Dios para la humanidad, y su gran amor por el ser humano, un amor que en la Pascua se hará exceso de ternura y misericordia.
El hecho de que Jesús se deje bautizar por Juan, cuando no necesita el perdón de los pecados, se irá desvelando poco a poco y se manifestará al final de su vida terrena, en su muerte y resurrección. En el momento bautismal Jesús comienza a tomar sobre sí el peso de la culpa de toda la humanidad, como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (cf. Jn 1,29). Después, en su muerte y resurrección, se «sumergió» en el amor del Padre y derramó el Espíritu Santo, para que los creyentes podamos renacer de aquel manantial inagotable de vida nueva y eterna.
En esta fiesta del Bautismo de Jesús, es bueno también que pensemos en nuestro Bautismo. Cada vez que la Iglesia celebra un Bautismo pretende desvelar el misterio de la vida. En primer lugar, de la vida humana, representada principalmente por los niños que van a ser bautizados, acompañados por sus familiares. Y luego, el misterio de la vida divina que Dios regala a esos pequeños mediante el «renacimiento por el agua y el Espíritu Santo». Por este sacramento, todos los bautizados hemos recibido una vida nueva, la vida de la gracia, que nos posibilita para vivir como hijo de Dios, y esto para siempre, para toda la eternidad, hasta tal punto, que todo en la vida cristiana vive del Bautismo y expresa su dimensión salvadora. Por él somos incorporados a la muerte y resurrección de Cristo, y somos hechos «Cristóforos», portadores de Cristo en nuestra vida. El Papa Francisco, en varias ocasiones, nos invita a que conozcamos la fecha de nuestro Bautismo, pues no es algo del pasado sino que hemos de recordarlo, celebrarlo y actualizarlo. «Festejar este día, nos dice, significa reafirmar nuestra adhesión a Jesús, con el compromiso de vivir como cristianos, miembros de la Iglesia y de una humanidad nueva, en la cual todos somos hermanos».
Actualizar el Bautismo es también recordar que estamos llamados a ser, como decimos muchas veces, «discípulos misioneros». «En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia, y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados» (EG 120).
Os invito y os animo a actualizar a menudo estos compromisos bautismales. Y ojalá tengan un especial eco entre todos nosotros en este momento de gracia que estamos viviendo con la celebración de la Asamblea Diocesana. Con ella queremos encontrar caminos que nos acerquen más a Cristo resucitado y medios que nos lleven a saber comunicar la alegría de la fe a nuestros conciudadanos. Mi deseo es que entre todos vayamos siendo una gran familia de bautizados donde todos somos iguales, con diversidad de carismas y ministerios, y todos nos sintamos necesarios en este momento importante de nuestra Iglesia diocesana y de nuestra historia.