Vivir la Navidad desde la contemplación del belén
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Un año más vamos a celebrar la gran fiesta de la Navidad, en la que proclamamos con alegría que Dios sigue viniendo a nuestras vidas, para estar presente en nuestro mundo y en nuestra historia. Este año quisiera invitaros a vivir la Navidad contemplando con fe el hermoso y popular signo del belén, que por estas fechas se pone en casi todos nuestros hogares y en otros muchos lugares de nuestro entorno navideño. Y lo voy a realizar siguiendo y compartiendo con vosotros la Carta Apostólica que nuestro Papa Francisco nos ofrecía a comienzos de este mes de diciembre, «Sobre el significado y el valor del belén».
Dice el Papa que el hermoso signo del belén, «tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración», pues se trata, en cierto modo, de «un Evangelio vivo»; y su contemplación «nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Así descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él». ¿Por qué la preparación y contemplación de los belenes, con la escena del Portal, nos alegra y conmueve tanto a los niños como a los mayores? Porque nos ayuda a revivir la historia que ocurrió en Belén; y fundamentalmente porque nos hace comprender una vez más el amor y la ternura de Dios. «En Jesús, el Padre nos ha dado un hermano que viene a buscarnos cuando estamos desorientados y perdemos el rumbo; un amigo fiel que está siempre cerca de nosotros»
Si observamos los diversos signos que aparecen en el belén, podemos ir entrando, de modo sencillo y profundo a la vez, en la vivencia de la Navidad. Sobre el belén suele aparecer el cielo estrellado en la oscuridad y en el silencio de la noche. Así se refiere en los relatos evangélicos, pero ello también nos lleva a pensar en cuántas ocasiones y por motivos diversos la noche envuelve nuestras vidas. Pues en esas situaciones nunca deberíamos olvidar que «Dios no nos deja solos, sino que se hace presente para responder a las preguntas decisivas sobre el sentido de nuestra existencia... Para responder a estas preguntas, Dios se hizo hombre. Su cercanía trae luz donde hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento».
En los paisajes que forman parte del belén, suelen aparecer a veces las ruinas de casas y palacios antiguos. Se significa a la humanidad caída, a todo lo que está roto y corrompido. Pero ahí está Jesús que «es la novedad en medio de un mundo viejo al que ha venido a sanar y reconstruir, a devolver al mundo y a nuestra vida su esplendor original». Las montañas, los ríos y arroyos, las ovejas y pastores se suman al escenario belenístico; de este modo podemos comprender, como ya lo habían anunciado los profetas del Antiguo Testamento, que «toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías». Los pastores responden a Dios, que viene a nuestro encuentro en Jesús Niño, poniéndose en camino hacia Él... También acostumbramos a poner figuras simbólicas, de gente del pueblo, humilde y sencilla, que se acerca hacia el Portal. Convendría que recordáramos que los pobres y los sencillos nos hablan de un Dios que se hace hombre «para aquellos que más sienten la necesidad de su cercanía y de su amor»... «Los ángeles y la estrella son la señal de que también nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la gruta y adorar al Señor».
Y lo que nunca falta en el belén, y hacia donde nos orienta todo lo demás, es la contemplación del Misterio en el Portal. «La Vida se hizo visible» (1Jn 1,2); así resume el apóstol Juan el misterio de la encarnación. En el Portal vemos en María a una madre que contempla a su Hijo y lo muestra a cuantos llegan; sus palabras «he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38) son para todos nosotros el testimonio del abandono en la fe a la voluntad de Dios. San José, «llevaba en su corazón el gran misterio que envolvía a Jesús y a María, su esposa, y como hombre justo confió siempre en la voluntad de Dios y la puso en práctica». Y lo más importante, «Dios se presenta así, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y lo transforma... El modo de actuar de Dios casi aturde, porque parece imposible que Él renuncie a su gloria para hacerse como nosotros». Así pues, el pesebre, al mostrarnos a Dios tal como ha venido al mundo, nos invita a pensar en nuestra vida injertada en la misma Vida de Dios.
Por último, al llegar la fiesta de la Epifanía se colocan en el nacimiento los tres Reyes Magos. Ellos que vienen de lejos para conocer y adorar a Jesús, nos enseñan que estamos llamados a reflexionar sobre la responsabilidad que cada cristiano tiene de ser misionero, evangelizador. «Cada uno de nosotros se ha de hacer portador de la Buena Noticia, testimoniando con acciones concretas de misericordia la alegría de haber encontrado a Jesús».
Ojalá que, al contemplar este año con fe y con admiración el belén, en casa o en otro lugar, nos sintamos movidos a amar a los demás con el amor de Dios que percibimos y recibimos en el Portal. Yo os deseo de corazón a todos creyentes y no creyentes, hombres y mujeres de buena voluntad, especialmente a quienes más lo necesitéis, una muy ¡Feliz Navidad!