No se trata solo de migrantes
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Este domingo celebra la Iglesia la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado con el lema «No se trata solo de migrantes». Es una Jornada que tiene ya una larga tradición en el calendario de la Iglesia, pero la realidad del fenómeno migratorio se ha puesto ahora de especial actualidad por su amplitud, por las noticias que permanentemente nos llegan a través de los medios de comunicación y por el sufrimiento e inmisericordia que habitualmente las envuelve. Por eso hoy, al tiempo que saludo fraterna y cordialmente a todos y cada uno de los emigrantes que se encuentran entre nosotros, os invito a hacer una lectura creyente de esta realidad migratoria, que no nos deje indiferentes como cristianos.
Las migraciones no son un fenómeno nuevo. A lo largo de toda la historia han acontecido infinidad de movimientos migratorios que han tenido que ver con guerras, catástrofes, hambrunas, miseria... Muchos de nuestros conciudadanos tuvieron que emigrar también en otros momentos. El ser humano, desde que lo es, ha buscado permanentemente la seguridad, la supervivencia y el bienestar para sí y para su familia. Quizás, la novedad del momento presente radica en la globalización del fenómeno que permite, a través de la información, ser más conscientes del mismo. Y, junto a ello, sin duda, el haberse convertido nuestro país en «sociedad de acogida». De esta manera, nuestras ciudades y pueblos se han transformado para hacerse mucho más plurales, multiculturales y multiétnicos.
He podido leer el mensaje que el Papa Francisco ha publicado con motivo de esta Jornada, en la que se explica el lema de la misma. «No se trata solo de migrantes»: se trata de personas, se trata de nuestra sociedad y de nuestra Iglesia, se trata de nuestra humanidad y de nuestra fe, del presente y del futuro de la familia humana. Un mensaje que os invito a leer y reflexionar. A la luz del mismo, se me ocurre que, ante el desafío de las migraciones, se nos están formulando dos grandes interrogantes que estamos llamados a resolver y a decidir: ¿qué modelo de sociedad queremos y estamos dispuestos a construir en el presente y en el futuro? y ¿qué tipo de fe y qué tipo de Iglesia estamos viviendo?
En efecto, el fenómeno de la migración es un buen termómetro para revisar cómo es nuestra sociedad y si ésta pone en el centro a toda persona o únicamente fomenta el bienestar y la autorreferencialidad. Contemplando este reto es como mejor percibimos si estamos generando una cultura de la compasión y de la ternura, que es lo que nos humaniza, o si difundimos otras formas de actuar que nos despersonalizan. Al revisar nuestras actitudes podremos percibir qué modelo de desarrollo estamos fomentando y si este desarrollo es y sirve a la persona en todas sus dimensiones y a todas las personas, para construir así ciudades más humanas e inclusivas. No podemos ocultar, al plantear todas estas cuestiones, que el fenómeno de la migración está despertando hoy miedos y muchos juicios negativos, culpándoles de algunos de los males sociales. Es por ello por lo que urge plantearse mucho más seriamente este profundo interrogante sobre qué tipo de sociedad tenemos y querríamos construir, viendo a cuantos llegan no como un problema sino como una ayuda que nos enriquece.
El segundo interrogante que se nos plantea es paralelo al anterior: la migración nos interpela también personalmente y a nuestro ser eclesial. En la causa de los migrantes se nos invita a leer «los signos de los tiempos», porque a través de ellos el Señor nos llama a una conversión, a liberarnos de la indiferencia y a contribuir, cada uno según su vocación, a la construcción de un mundo que responda cada vez más al plan de Dios. Precisamente ahora que iniciamos un periodo de Asamblea en nuestra Iglesia burgalesa, hemos de saber acoger lo que el Señor nos dice a través de esta nueva realidad social que vivimos. Como Iglesia, estamos llamados a comprometernos seriamente en la tarea de desvelar la dignidad que toda persona tiene. Para el creyente, en cada persona que se acerca, es Dios mismo el que se esconde. Por ello, una auténtica comunidad cristiana ha de ser capaz de conjugar los cuatro verbos a los que el Papa nos invita constantemente: acoger, proteger, promover e integrar. Tareas que la Delegación de Migraciones de nuestra Diócesis nos recuerda siempre con insistencia e imaginación.
Termino con el deseo y oración final del Mensaje del Papa, «invocando por intercesión de la Virgen María, abundantes bendiciones sobre todos los migrantes y refugiados del mundo, y sobre quienes se hacen sus compañeros de viaje».