Yo también quiero vivir así
Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
En torno a la fiesta de San José, el 19 de marzo, la Iglesia nos invita a centrar nuestra mirada en el Seminario. Dentro de ese edificio, más o menos grande, que todos conocemos, hay una realidad importantísima de nuestra Iglesia Diocesana que nos incumbe a todos. Allí se preparan nuestros futuros sacerdotes y, sobre todo, allí se nos recuerda de una manera palpable la dimensión vocacional que tiene la existencia para un cristiano.
La vida es fundamentalmente una vocación. Vocación, lo sabemos, quiere decir llamada. Nuestra existencia es, en primer lugar, la respuesta a la llamada que Dios nos ha hecho a la vida. Pero, en segundo lugar, nuestra historia también es respuesta a la llamada-vocación que Dios nos hace a ir realizando una vida con sentido desde la entrega y el servicio a los demás. Solo de esta manera alcanzamos la plenitud, el desarrollo y la felicidad personal. Tenemos que recuperar esa «cultura vocacional» a la que nos invita el Papa en tantas ocasiones: redescubrir nuestra existencia en clave de vocación, como llamada y como respuesta concreta al seguimiento de Jesús; «una llamada de amor, dice el Papa, para amar y servir».
En la Iglesia hay muchas formas de vivir esta vocación... Desde el misionero que gasta y desgasta su vida en tierras lejanas, al matrimonio que construye el hogar con sus hijos, sin medir el amor y la entrega; desde la religiosa dedicada a la educación o a los enfermos; o el laico que se compromete en su profesión por la transformación del mundo, hasta el sacerdote que vive para los demás y acompaña silenciosamente a muchas personas en el mundo urbano o rural...
El «Día del Seminario», que celebraremos el próximo domingo, nos recuerda precisamente eso: que cada uno de nosotros tenemos un camino que recorrer en la tierra, una misión querida por Dios para contribuir con ella al proyecto amoroso que tiene sobre toda la humanidad. Pero, ¿cómo saber cuál es nuestro camino? ¿Cómo ser yo capaz de elegir aquello que es la voluntad de Dios para mí? El lema que este año hemos escogido para el «Día del Seminario» nos da alguna pista: «Yo también quiero vivir así». Detrás de esta frase se encierra una de las dinámicas del aprendizaje: la admiración y la imitación. Cuando somos niños, gracias a esta mecánica vamos interiorizando aspectos importantes en la vida, o vamos eligiendo los caminos a seguir... Somos seres que, en muchas ocasiones, reproducimos lo que consideramos bueno, bello, grande... Al final, se vive lo que se aprende y se aprende lo que se vive.
La llamada de Dios llega sin palabras y de diversos modos a nuestro corazón. Detrás de una vocación muchas veces se encierra ese sentimiento de admiración hacia la manera de vivir de otra persona. Cuando la vemos feliz y contenta, cuando percibimos que lo que hace es grande y merece la pena, se despierta en nosotros un gozoso sentimiento: «Yo también quiero vivir así». Aquí radica la enorme responsabilidad que todos tenemos, por la repercusión que, aun sin saberlo, tiene nuestra vida en las opciones de los demás. El testimonio vocacional de cristianos auténticos (matrimonios, profesionales, consagrados, sacerdotes...) provoca sin duda «llamadas» al mismo estilo de vida cristiana, entregada en una determinada vocación.
Por eso, en este día del Seminario quiero dirigirme especialmente a vosotros, sacerdotes. En estos tiempos de turbación que nos afectan es fundamental vivir con mayor convicción, esperanza y alegría nuestra personal vocación y renovar una vez más nuestra entrega completa y generosa a Dios en los demás. Me dirijo también a vosotros, seminaristas de nuestros Seminarios San José y Redemptoris Mater: ¡merece la pena entregar la vida a Jesucristo en el camino sacerdotal!; que la vivencia de vuestra vocación sea siempre un aliciente en la vida de los jóvenes de vuestro entorno. También a vosotros, jóvenes, os digo: ¡encended en vuestro interior la capacidad de escucha para conocer cuál es el camino que Dios pide de vosotros! ¡No temáis! Él siempre irá a vuestro lado en el camino que os ofrece para ser felices buscando su voluntad.
Finalmente, deseo y os pido a todos que, en el día del Seminario, acompañemos a los seminaristas y a los sacerdotes de nuestra diócesis con el afecto y la oración, para que sean pastores según el corazón de Dios, y para que nos den siempre testimonio de que «la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (EG, 1).